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Juan Carlos Valldecabres
Miércoles, 13 de enero 2016, 16:44
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Corría el año 2003, cuando Rafa Benítez decidió plantar cara a la cúpula directiva valencianista. Él, que precisamente había soportado el peso de la sorna cuando aterrizó en el club («no hemos fichado a un entrenador sino a un torero»), despotricó aquel verano cuando el club hizo caso omiso a sus peticiones de refuerzos. Por eso soltó aquella queja pública que también pasará a la historia y que abría una profunda herida con el entonces director deportivo, Suso García Pitarch.
«Esperaba un sofá y me han traído una lámpara», fue la frase que se le ocurrió a Rafa Benítez en el verano de 2003, enfrentándose abiertamente a García Pitarch, que terminaba de incorporar al uruguayo Fabián Canobbio como refuerzo. «Lo entendería en el caso de que me trajeran a Ronaldo o a Beckham, que son los mejores del mundo y el entrenador sólo les ha de sacar el máximo rendimiento». Así era Benítez, que empezaba ya a preparar a medio plazo su futuro lejos de Mestalla.
Él fue el cerebro de un club que ya sufría constantes tensiones en su cocina, algo inherente a lo que significa el manejo del poder en el Valencia. Jaime Ortí lucía una presidencia que todos querían: desde Pedro Cortés, entonces adjunto al cargo, hasta Paco Roig (máximo accionista con su Cor i Força), pasando por Bautista Soler, que empezaba también a planificar el desembarco de su hijo Juan con la compra de las acciones a Roig.
Apenas un año más tarde, Valencia se echaba dos veces a la calle en apenas dos semanas con casi 70.000 aficionados en la plaza del Ayuntamiento, para celebrar Liga y Copa de la UEFA. Todo gracias a esa teoría enigmática de la lámpara y el sofá.
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