Fontaneros de antaño
Unía sus manazas, chasqueaba los nudillos y ese sonido seco como de cascar nueces, tan siniestro, provocaba terror entre las personas a las que interrogaba. ... Se llamaba Pete Bondurant, y como el escritor James Ellroy mezcla personajes reales y ficticios, nunca he sabido si existió o no. No importa. En cualquier caso Bondurant, mi personaje favorito entre todos los del autor americano, trabajaba de fontanero para el multimillonario Howard Hughes. Eso sí era un auténtico coloso de la fontanería multiusos que encontraba los trapos sucios que su señorito le mandaba. Derramaba poesía cafre, el tío, y conservaba ciertos códigos honorables, no muchos, desde luego, pero alguno.
Pero claro, lo de Leire de fontanera audaz nos confirma que corren tiempos casposos, oscuros, mamarrachos. Frente a la grandeza de nuestros antihéroes literarios, la cutre realidad que marca la actual decadencia. Basta ver a Leire para descubrir que, si era ella la encargada (presuntamente) de recolectar mandangas guarras de todos aquellos que se atreven por lo legal a cuestionar al gran jefe, esto indica que andan flojos de soldados y de munición. Howard Hughes fue un genio de la industria aeronáutica, un multimillonario caprichoso, un mujeriego tremendo y un rarito de cojones. Según una biografía suya bastante completa, sus manías nacen de las lesiones de uno de sus accidentes aéreos. El caso es que durante sus últimas décadas vivió encerrado en el ático de uno de sus hoteles en Las Vegas, rodeado por una guardia pretoriana de mormones. Un tipo así disponía de varios fontaneros reconocidos, por ejemplo Freddy Otash (este sí existió), un mago de las escuchas vía micrófonos ilegales. Los hombres poderosos mantenían fontaneros de lujo. Los mindundis con aspiraciones emplean fontanería de cuarta división que dice bien poco de ellos. Esa es la diferencia.
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