El auge de la memez
Me molesta no estrujar mi mollera para encontrar hallazgos que huyan de los caminos trillados o de la pedrada primitiva, grosera, pero por desgracia en ... ocasiones esto resulta imposible. «Memos» es lo único que se me ocurre. Es decir, hace falta ser memo, pero muy memo, para marchar hasta el museo naval y arrojar pintura roja contra un lienzo que les molesta porque, en su chaladura, entienden que lo de España en ultramar no fue sino genocidio y bla-bla-bla. Perdonen que insista, pero hay que ser un memo formidable para acometer estas acciones y sentirse orgulloso de ello.
Ya no se trata de wokismo, bienquedismo o simple majadería. No. Sufrimos unos tiempos en los cuales la abyecta memez trepa hasta nuestra vera y depende de nosotros frenar este lamentable auge. Pie en pared contra la memez que nos amenaza. Conviene luchar, de una manera pacífica, por supuesto, contra los memos que nos apabullan y pretenden arrebatarnos la sensatez. Pero no escapemos de la pelea refugiados en nuestra educación, en nuestras covachas cómodas, en nuestras moradas trufadas de libros. Se acabó. Hay que plantar cara y asumir que se avecina una dura y larga batalla porque de lo contrario se apoderarán de nuestras almas. Hasta ahora han disfrutado de nuestros modales, de nuestro tono generoso, incluso de nuestro donaire porque, en el fondo, se nos antojan insectos molestos. Pero esto es un error. Si seguimos mirando hacia otro lado estamos perdidos. Y basta con calificarles así y decirles, mirándoles a los ojos, lo de «ustedes son unos memos superiores». Y ya está. Los de Futuro Vegetal (¿y por qué no Futuro Mineral? ¿Dónde están los derechos de las piedras?) son un atajo de memos, no busquemos ningún alambique piadoso, y el juez debería de castigarles a barrer las aceras durante medio año para ver si así aprenden. Son memos, ni más ni menos.
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