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Un prelado rezador, intelectual y sencillo

PABLO CABELLOS LLORENTE

Lunes, 20 de febrero 2017, 00:11

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Cuando se notificó la elección de Monseñor Ocáriz como Prelado del Opus Dei y de su inmediata confirmación y nombramiento por el Papa Francisco, me pareció que mi mente daba un salto hacia el inicio de los años sesenta, cuando ambos nos conocimos. Luego, estaría con él en Barcelona y Roma. Pero no se trata de escribir sobre aquellos años, sino de algo configurado también al conocer la noticia y que expresa el título de estas líneas. En ese momento habría puesto el mismo titular que ahora mantengo.

En la homilía pronunciada en la Misa celebrada con ocasión de su entrada solemne en la iglesia prelaticia, se puede escuchar a un hombre de Dios, a alguien que lo fía todo a Él. Por ejemplo, en el inicio razonaba así: Esas palabras, que hemos escuchado en la primera lectura, se referían al pueblo de Israel, y las aplicamos ahora para dar gracias al Señor por esta paz que es, para nosotros, la unidad de la Obra. La unidad de la Obra que nos concede el Señor, a Él la agradecemos; unidad que es fuente de verdadera paz. No habría unidad, ni labor posible, si Dios no está presente. Lo mismo se repite con el comentario a la segunda lectura: una vez más, la identificación con el Señor, como hijas y como hijos de Dios Padre. Ese es el fundamento de nuestro espíritu: sabernos verdaderamente hijas e hijos de Dios, que es fuente de paz para nuestras almas y para poder ser, en todas las circunstancias, sembradores de paz y de alegría.

Un hombre inteligente. Siempre lo fue. Y se nota también al recordar lo que San Josemaría quería de quien realizara el oficio de Padre en la Obra que, además de ser una estructura jurisdiccional de la Iglesia, lo es al modo en que hay un Padre y unos hijos, una familia. Él mismo recuerda lo que se espera del Prelado: Entre las condiciones que San Josemaría señaló para el Padre tanto en Statuta como aquí, grabadas en la sede de esta iglesia, está la prudencia: prudencia que yo os ruego que la pidáis al Señor para mí. Prudencia, que es la virtud propia del gobierno. Una prudencia también para todas y para todos, porque lo que es para el Padre conviene a todos. Vuelve a la piedad con estas palabras: Otra característica, que tiene que tener el Padre, es la piedad, ser muy piadoso. Recordaréis que San Josemaría aseguraba que la piedad es «el remedio de los remedios». Suma a continuación el amor a la Iglesia y al Papa. Igualmente, aunque sea yo reiterativo en la realidad de familia que se da en la Obra, añadía: ¡Que os queráis, que os queráis!. Es con la verdadera fraternidad, como vamos todos unidos; una fraternidad que surge del corazón de Cristo.

Y todo pronunciado con la enorme sencillez que le caracteriza: la primera vez que compareció ante todos los electores, después de conocer la ratificación del Papa, se expresó así: Bueno, pues aquí estamos. Y en las diversas entrevistas que concedió después, se mostró como es, la misma naturalidad para apuntar que había dormido esa noche, aunque seis horas, que para narrar a una emisora de radio española lo sucedido esos días. Al responder a otra entrevista: ¿Por qué usted?, afirmó: no lo sé, como quien tiene la humildad de no arrimar sus méritos al micrófono. San Josemaría escribió en Camino unas palabras tomadas de una carta: Me has escrito: «La sencillez es como la sal de la perfección. Y es lo que a mí me falta. Quiero lograrla, con la ayuda de Él y de usted». -ni la de Él ni la mía te faltará. -Pon los medios. Don Fernando puso esos medios hace tiempo. Y eso se nota.

Se advierte, por ejemplo, en el hecho de su nacimiento en París porque su familia fue exiliada a causa de la militancia de su padre en el ejército republicano durante la guerra civil. Se fue a Francia con todos sus hijos, excepto el último que tuvo que venir al mundo en el destierro. Un escritor ingenioso escribió en un periódico: Un Prelado rojo para el Opus Dei. Monseñor Ocáriz nunca ha utilizado ese dato real para nada y, desde luego, menos aún desde que es sacerdote. La misma sencillez le lleva a ser parco en palabras: lo que pueda decirse en un folio, no necesita dos. Permítaseme al menos un recuerdo personal que fue en dirección contraria. Había escrito un artículo para una revista sobre un Sínodo dedicado a la Catequesis. Un día apareció en mi despacho invitándome a alargar el artículo hasta que fuera un pequeño libro. Me resistí, pero me convenció. Me queda un solo ejemplar y se titula: Enseñar el Catecismo.

Es muy ampliable la faceta de intelectual puntero, a lo que en parte ha renunciado para ayudar a D. Javier Echevarría como Vicario General primero y como Vicario Auxiliar después. Sus publicaciones son bien conocidas, desde sus estudios sobre el marxismo o Voltaire hasta libros de teología fina. Destacaría sus trabajos sobre Eclesiología y, sobre todo, lo relativo a la filiación divina.

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