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Banderas de nuestros padres, herencia de nuestros hijos

No es aceptable estar de brazos cruzados mientras el Valencia sigue en manos de desaprensivos que se sirven del club para satisfacer sus egos

paco lloret

Viernes, 10 de diciembre 2021

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Una realidad dolorosa y una grave amenaza empujan al valencianismo a salir a la calle para clamar contra los despropósitos del máximo accionista. Mientras la indignación, más que justificada, se ha extendido entre los incondicionales del club, Peter Lim permanece alejado de Mestalla y parapetado cómodamente en Singapur. No se trata de un detalle menor. Esa lejanía deliberada, la ausencia calculada, revelan las intenciones de quién marca las decisiones del Valencia desde la distancia, de quién tiene sometida la entidad a un funcionamiento absurdo y lo ha condenado a la irrelevancia deportiva, al hundimiento económico y a la desafección social. Con la sinrazón por bandera, en un ejercicio de autoritarismo provocador y cobarde, se ha ganado a pulso el rechazo generalizado. La situación se antoja irreversible.

Esta sección, que cada semana escarba en la historia valencianista con la pretensión de ilustrar al lector, opta por cambiar su contenido de forma excepcional y justificada en este día. Los habituales episodios de lo acontecido a lo largo del tiempo ceden su espacio a una profunda reflexión sobre el momento crucial que vive el club de Mestalla. Por coherencia y por sentido de la responsabilidad, por el recuerdo entrañable hacia quienes nos precedieron y nos dejaron que, a buen seguro, se escandalizarían si pudieran ver con sus ojos la crudeza del presente actual. Esta decisión también viene dada por la conciencia de cumplir con un deber irrenunciable hacia quienes nos han de suceder. No resulta aceptable quedarse con los brazos cruzados ni mirar hacia otro lado, no es de recibo esconder la cabeza ni mantenerse en la equidistancia con pretextos huecos mientras el Valencia está en manos de unos desaprensivos que se sirven sin miramientos de la entidad para satisfacer sus egos e intereses.

Hace poco más de siete años, con motivo de otra visita del Elche, Peter Lim hizo su entrada triunfal en Mestalla precedido por una campaña de agitación y propaganda que abonó el terreno y que producía vergüenza ajena entonces y ahora. Luis García Berlanga ya nos lo había contado de forma magistral en 'Bienvenido Mister Marshall', pero la ilusión de creer que era la solución e iba a arreglar el club de arriba a abajo, a relanzarlo a niveles estratosféricos para competir de tú a tú con el PSG o el City, pudieron más que algunas reflexiones sensatas que, no sólo fueron desoídas, sino que fueron condenadas a la hoguera de la incomprensión. El patio estaba en ebullición, la demagogia campaba a sus anchas y no aceptaba discursos moderados. La supuesta solución ha degenerado en un inmenso problema. El profeta salvador no era tal. Su obsesión enfermiza por aislar al club del entorno, evitar la presencia molesta de valencianistas de ley que intentaron brindar su ayuda –caso del desaparecido Jaume Ortí– de forma desinteresada, desnuda el verdadero propósito de quién desembarcó para hacer negocio y divertirse con el Valencia como si fuera un juguete.

Desde su aterrizaje, el día a día ha venido imponiendo una deriva estrafalaria, una pesadilla representada en su papel principal por un actor de opereta: Anil Murthy, especialista en dar tumbos y en ofender a los aficionados. Lim lo tuvo todo a favor y ha desaprovechado una oportunidad para construir un proyecto que esté a la altura de la dimensión del Valencia. A excepción del bienio en que cedió el mando a Mateu Alemany con Marcelino y Longoria en la parcela deportiva, el resto de ejercicios constituye una sucesión de disparates, una demostración de su nula aptitud para dirigir el club. La antología de su manifiesta incapacidad va pareja al desprecio por buscar soluciones, construir puentes de diálogo y reconocer los flagrantes errores cometidos. Se ha recreado en su dominio accionarial para imponer una dictadura contra el sentido común y la voluntad de los valencianistas. Le ha declarado de forma inconsciente la guerra a Mestalla y ese conflicto no traerá consecuencias buenas para nadie y, desgraciadamente, menos para la entidad.

En este contexto, cuando el valencianismo ha dado un paso hacia delante, ha decidido no resignarse y plantar cara al todopoderoso, deprime el argumentario de algunos necios que justifican las actuaciones y las omisiones del máximo accionista, que aceptan y tragan con sus desatinos cuando deberían posicionarse a favor de miles de pequeños accionistas y de los aficionados de a pie. La debilidad y la pobreza de espíritu de los colaboracionistas producen sonrojo y, al mismo tiempo, llena de razones a aquellos que vienen luchando en inferioridad de condiciones contra quién tiene secuestrado al Valencia y se recrea en su dominio a la hora de actuar. La nula transparencia implantada en su actuación y el ejercicio constante de la censura han desacreditado a Meriton, incapaz de entender el sentimiento valencianista.

La frialdad y la ambigüedad de algunos representantes institucionales y el silencio de algunos referentes sociales no alientan, precisamente, el optimismo en el éxito de la causa, aunque queda la esperanza fundada de que a partir de hoy reconsideren la neutralidad y se enrolen en el barco de la dignidad. El Valencia nos necesita a todos y no podemos fallar.

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