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Uno de los portales forzados por los okupas

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Uno de los portales forzados por los okupas J. L. BORT

Alarma en Paiporta ante la ocupación ilegal de casas dañadas por la dana

Los vecinos temen que esta práctica se extienda por los bajos abandonados tras la riada y piden ayuda municipal

Rosana Ferrando

Valencia

Martes, 26 de agosto 2025, 20:00

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En Paiporta hay calles que aún huelen a barro y a humedad. El agua de la última dana no sólo trajo consigo paredes manchadas y sótanos anegados, también dejó casas vacías, con las puertas rotas y las persianas torcidas. Hace ocho días forzaron la cerradura del número 44 de la calle Sant Josep, una vivienda que todavía conserva restos de fango, y desde entonces viven allí cuatro chicos, entre muebles manchados y suelos resbaladizos. En otra casa colindante, la del número 48, otro joven ocupó su espacio, pero gracias a la negociación y al carácter pacífico del individuo el edificio ya se ha liberado.

Las personas que trataron con el okupa que ya no habita en esa calle coinciden en que era una persona amable y que, por ello, no vieron «necesario» presentar quejas sobre su situación irregular. Por el contrario, dos de los chicos que viven al otro lado de la puerta forzada dos números más hacia la derecha protagonizaron el pasado lunes un altercado acalorado que acabó con la intervención de la Policía y los servicios sanitarios. Según las personas que presenciaron el incidente, las autoridades consideraron necesario llevarse a uno de los okupas a comisaría y el otro tuvo que ser trasladado en ambulancia al hospital.

Los vecinos son conocedores de la llegada de los nuevos 'inquilinos'. Han escuchado pasos, han visto las luces encendidas y hasta cadenas nuevas en las verjas. Uno de ellos, que lleva 25 años en la zona, lo resume con preocupación: «Hace tiempo avisamos al Ayuntamiento de que había varias casas vacías, abiertas y llenas de barro, y lo que eso podía conllevar. Los propietarios no se hacen cargo, algunos porque no pueden, otros porque no les interesa. Aquí siguen muchos solares abiertos y casas sin cerrar».

Este vecino señala las dos direcciones donde hay movimiento, muy cerca de su casa. Habla de un miedo que nace de la prevención y no de la rabia, ya que es padre de cuatro niños y le inquieta su seguridad. «No queremos que el barrio se llene de okupaciones y se convierta en un barrio inseguro», sentencia con gravedad.

Una mujer, que no vive en esa calle pero pasa todos los días por ella, lo tiene muy claro: «No creo que sean los primeros ni los últimos». Para ella es culpa de la gestión del Ayuntamiento, que ha priorizado otras tareas antes que el acondicionamiento de los bajos abandonados. «No me extrañaría que en un futuro próximo se ocupen muchas más casas. Paiporta es un pueblo abandonado», afirma con severidad y firmeza.

La calle es estrecha y tranquila, pero con muchas viviendas bajas que quedaron dañadas. La dana, que cubrió las calles de agua y lodo, dejó también una especie de vacío. «Estuvimos 13 días con el fango hasta arriba antes de que entraran las excavadoras», recuerda otro vecino: «Hay casas deshabitadas desde entonces, algunas con refugios de la guerra en los sótanos que se han descubierto a raíz de la riada».

La gente mayor de la zona que aún tenía negocios y no pudo afrontar las reparaciones decidió quedarse con lo que le daba el consorcio «a modo de jubilación» y no se ha hecho cargo de los locales que se inundaron. Además, los solares se quedaron abiertos y se han convertido en basureros improvisados que acumulan vida silvestre más allá de los escombros.

Sobre los okupas del 44, los testimonios coinciden: son chicos jóvenes, de entre veinte y treinta años y sin niños a su cargo. Se les ha visto entrar con maletas y con otros enseres como colchones. «Vi a tres ayer, iban con ropa de deporte y mantenían una conversación entre ellos. Me saludaron amablemente», narra un residente de la calle. «La casa tiene luz, lo sabemos porque cuando los voluntarios ayudaron a vaciarla había una lámpara encendida. En cambio agua no, por lo que van al parque de la plaza de la Casota, que está cerca y tiene fuentes. Llenan garrafas para lavarse y consumirla».

Su nueva, y a la vez vieja, casa les separa de un mundo que les rechaza. Ellos cierran la puerta de la entrada con un mísero pañuelo que hace de tope para evitar que se abra. Los huecos de los palets que cubren la entrada del local que hay al lado de la casa okupada y que conecta con ella dejan al descubierto su realidad: restos de barro y otra vida pasada que no invitan a nadie a permanecer más de cinco minutos en su interior.

Algunos vecinos, ante la inactividad de los responsables, han tapiado, puesto vallas o cadenas para evitar que entren en las propiedades que lindan con las suyas, ya que por la terraza es fácil acceder de unos edificios a otros. Incluso los usan como garaje con el permiso de los dueños para mostrar que hay vida dentro de esas estructuras aparentemente abandonadas. Hasta han bloqueado el paso en solares inutilizados porque ha habido casos de gente que se ha instalado con colchones.

Las conversaciones de quienes se acercan a visitar la nueva comidilla del barrio mezclan lo cotidiano con lo excepcional: la ruta de los escolares pasará el próximo septiembre por delante de los dos portales forzados. El colegio La Inmaculada se encuentra a la vuelta de la esquina, por lo que sus alumnos tendrán que cruzar la calle para acceder. «Los niños pequeños van acompañados de sus padres pero los de la ESO ya van solos y tememos que tengan algún altercado con los okupas», comentan los vecinos. Por su parte, el AMPA del centro se reunirá con las autoridades locales para gestionar el problema cuando vuelva a la rutina el próximo 8 de septiembre.

El municipio de l'Horta Sud no ha sido el único en el que los okupas han saltado a la actualidad. Como ya informó LAS PROVINCIAS, el pasado domingo un okupa denunciaba a cinco personas que le quemaron con un soplete para que abandonara una vivienda en Torrent. En Cullera, el miércoles 20 de agosto hubo un desahucio exprés de una familia que ocupó la casa de una anciana en estado vegetativo.

El episodio de Paiporta no es solo la crónica de una okupación más. Es la fotografía de una herida abierta por una tragedia sin precedentes: casas dañadas como consecuencia de la violencia del agua, vecinos que intentan mantener el orden, autoridades desbordadas o ausentes y jóvenes que encuentran, en la ruina, un lugar para dormir. El número 44 sigue habitado con cuatro personas que llegaron hace poco más de una semana. De momento la vida sigue, entre cadenas nuevas para peligros que antes ni se consideraban posibles en el mismo centro de Paiporta. Nadie sabe cuánto tiempo estarán, ni si la Policía intervendrá para poner fin a su estancia en el municipio. De momento la vida sigue con conversaciones en voz baja y un poco alejadas por miedo.

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