La Valencia de los toldos verdes
La ciudad dispone de numerosos edificios representativos de un estilo que merecen una renovada mirada: un reciente libro resalta la contribución de esta clase de arquitectura a forjar una convivencia inspirada en la tradicional vida de barrio
En ocasiones, veo toldos. La frase célebre de la película 'El sexto sentido' acompaña los pasos de quien atraviese amplias zonas de Valencia (y otras ... ciudades de España) fijándose en la presencia de ese elemento que resguarda balcones, terrazas y ventanas de los rayos de sol y del exceso de luz. Una estrategia de ventilación y oxigenación de las viviendas que encontró en este utensilio, casi siempre de color verde, el factor clave para integrar en una estética común la fisonomía de los edificios que los alojan: fincas erigidas para la pujante clase media de aquel lejano país del desarrollismo, que en el caso valenciano se despliegan por un ancho número de avenidas. Entre ellas, las cuatro pes, por ejemplo. Peset Alexandre, Peris y Valero, Primado Reig y Pérez Galdós. En esta última, cualquier caminante que deje de mirar sus pies y alce la vista podrá maravillarse ante el espectáculo de esa sucesión de toldos y más toldos que se pierde hacia la pista de Ademuz, aunque no tema: en la perpendicular avenida de Tirso de Molina tiene unos cuantos más hasta hartarse. Y si dirige su caminata hacia Poniente y cruza por avenida del Cid tropezará con la misma experiencia: en ocasiones, verá toldos. En muchas ocasiones.
Ocurre que su presencia es tan mayoritaria que, aunque suene paradójico, tiende a pasar desapercibida. Se debe al ingenio y olfato de la pareja formada por Pablo Arboleda y Kike Carbajal haber puesto en el mapa popular esta mirada más analítica que reclama el toldo verde, en varios planos: lo que significa en términos fácticos y también lo que dice sobre nosotros su mayoritaria presencia en tantos barrios de tantas periferias de tantas ciudades. Elevaron su curiosidad a la categoría de grupo en facebook y ahora condensan sus pesquisas y sus conclusiones en el libro así llamado, 'Toldo verde', en la primorosa edición de Ediciones Asimétricas. Mediante videoconferencia desde Madrid, donde viven, recuerdan cómo empezó todo: cuando ellos también descubrieron que en ocasiones veían toldos. Toldos verdes. El objeto de su curiosidad detonada a partir de una pretensión muy ambiciosa: «Queríamos abordar un nuevo enfoque cultural sobre un determinado paisaje urbano». Fotógrafo uno (Carbajal) y arquitecto el otro (Arboleda), los integrantes de esta pareja encontraron una estupenda acogida al otro lado de la pantalla cuando activaron su propósito de retratar esta parte de España que tendía a pasar inadvertida mediante un ingenioso ardid: «Tuvimos que inventarnos una mirada».
Armados con ese enfoque recién nacido, muy innovador en un mundo donde parece (casi) todo inventado, la pareja de autores recorrió las calles de Madrid según un itinerario que vale también para Valencia y tantos otros ejemplos de cómo menudean entre nosotros los omnipresentes toldos verdes. Y el primer gesto de su ruta fue igualmente disruptivo, casi provocador: mirar la ciudad «como casi nunca se había mirado, con cariño y con una cierta profundidad». La mirada compartida con otros semejantes, que pronto repararon con ellos en que esta clase de viviendas, más bien marginales en la historia reciente de la arquitectura, concitaba sin embargo un valor diferencial cuando esa clase de ojos se posaban en ellas: «Ahora estamos viendo que mucha gente nos dice que estos edificios casi son ya un lugar de moda. Son las casas de los barrios donde han crecido, lugares que conocen bien, que no están en los centros históricos de las ciudades y se han preservado mejor del efecto del turismo». Con una moraleja adyacente. «Son edificios y calles adonde ahora se quiere volver porque hay más vida en ellos. Hay comercios de los de siempre en lugar de franquicias», recalcan.
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La historia es circular, ya se sabe. O pendular. Dirigir ahora el interés ciudadano hacia edificios de estética, hum, digamos mejorable cuando no decididamente feísta expresa un determinado hartazgo con la uniformización dominante. Ocurre además que esta geografía del toldo verde es por cierto un rasgo casi exclusivamente español. En sus pesquisas, los autores del libro no han encontrado que este fenómeno se extendiera más allá de los Pirineos. ¿Más curiosidades? Un detalle llamativo respecto a este universo monocolor… hasta cierto punto. En los casos de fincas situadas en el frente marítimo, el tono viraba hacia la combinación bicolor entre marrón y naranja también muy extendida, aunque no faltan tampoco nunca en la costa española los bloques que se declaran fieles al llamado color de la esperanza. Peculiaridades que ellos enmarcan en unas reflexiones más de fondo. ¿Por ejemplo? Que los toldos verdes proliferaron asociados a un ritmo de producción industrial tanto en su propia fabricación como en el ramo de la construcción, que es donde en realidad reside el objetivo final de sus desvelos: introducir una nueva línea de pensamiento sobre esa clase de arquitectura, en principio sin nobleza, que sin embargo posee atributos muy valiosos en esta hora de transformación urbana… que a menudo significa volver sobre nuestros propios pasos.



Porque resulta que la ciudad de los quince minutos, señalan Arboleda y Carbajal, es la ciudad de los toldos verdes, territorio de la clase media y trabajadora, mientras que el patriciado mantiene fijo su domicilio en núcleos urbanos carentes de los servicios de aquella ciudad de toda la vida. Es decir, que el toldo verde equivaldría a dinamismo mientras que los barrios sin esa tipología pierden vigor ciudadano. ¿Una reflexión acertada? Los autores asienten. Hablan de cómo uno de los secretos de su publicación consiste en enfocar sus pasos desde la ironía, planteando la vigencia de ese patrimonio que es la vez humano y también estético. «Los valores que subyacen detrás del toldo verde no son necesariamente ni mejores ni peores que los de un centro histórico: simplemente son». Una visión de raíz sociológica que congenia con un análisis de orden histórico y desemboca en esa idea repetida, la vida entendida como un péndulo: así como antaño los pisos con toldos verdes fueron el refugio de amplias capas de la población protagonista del éxodo rural en la España de los años 50 y 60, que identificaba la idea de ciudad con la noción de progresos, hoy acogen a los nuevos migrantes, con el resultado de que los barrios donde anidan «son mucho más vivos». No sólo en Madrid, objeto de su estudio. «Lo que contamos de Madrid se puede aplicar a cualquier ciudad», aceptan. Y añaden: «Los edificios de toldos verdes son un retrato de lo que España es hoy en día».
Con una observación adicional. Que con el paso del tiempo, esos edificios dotados de toldo verde han ido evolucionando y unos 70 años después, su estampa admite un escrutinio diferente. «La uniformidad que había en origen se ha roto y esa capa, ese sedimento temporal que hoy tiene el color verde, resulta para nosotros más interesante: con sus muchísimas deficiencias, no deja de ser en determinadas zonas el trípode de cómo la ciudad se ha ido construyendo poquito a poco». Una escala más humana aunque suene contradictorio con la génesis de los barrios donde radican, levantados más bien por una estrategia de aluvión: tejidos urbanos muy densos, consecuencia de una política de vivienda propia de toda dictadura, franquista en nuestro caso, que aplicaba la ley del estajanovismo en materia constructiva y que décadas después operan más bien como un juego especular. Espejos donde reconocernos y reconocer también al otro, al vecino. Dicen Arboleda y Carbajal que la España del toldo verde encarna una mirada más amplia, honesta e inclusiva de nuestra nación. «Todos somos toldo verde», concluyen.
P.D. Por cierto, ¿por qué son de ese color los toldos? Respuesta: por razones industriales. Cuando se empezaron a popularizar no había mucho donde elegir: verde, azul o naranja. Los primeros se pusieron antes y el resto también escogió ese color.
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