Catalá: «Quiero que me recuerden como la alcaldesa de Valencia que terminó el río»
Mejorar el mantenimiento, llevar el cauce al mar, iluminar los ojos de los puentes para mejorar la seguridad y desfibriladores, algunos de los retos
Un niño gatea, un loro garra hasta la afonía y el sol achicharra en una mañana del fin del verano. Un día más en el viejo cauce del Turia ... . Es viernes, el día después. Unas horas antes, la alcaldesa de Valencia, María José Catalá, trazaba en el pleno del Ayuntamiento las líneas maestras que marcarán el futuro de la capital. «El río es la joya de la corona, es una locura para esta ciudad», apunta. Catalá tiene claro su legado: «Quiero que la gente me recuerde como la alcaldesa que acabó el río, es lo más chulo que puedo hacer, ser quien abrió Valencia hasta el mar. Para esta ciudad es irrenunciable, el río no puede acabar en un muro, en un camino cortado. Terminar este proyecto es mi gran ilusión y algo irrenunciable para todos los valencianos». Un deseo de años, los de antes y los que tienen que venir.
Catalá baja al río y allí se encuentra con LAS PROVINCIAS para marcar sobre el terreno los puntos exactos de sus promesas. Para ella, al llegar a Valencia, el cauce fue un refugio: «A mí me ayudó mucho en mi primera etapa, bajar me descongestionaba una barbaridad». Y recuerda cómo en pandemia fue una vía de escape para todos, «una salida a la que agarrarse cuando jóvenes y mayores vivíamos con horarios. El río siempre ayuda a los valencianos a salir de las tragedias».
La idea no es darle la vuelta al cauce. «Si te fijas todo está bastante bien... pero puede estar mejor». No es romper lo hecho sino mantenerlo. Seguridad, mobiliario, jardines, fuentes... todo cabe en el progresa adecuadamente. A los pies de la lámina de agua del Palau de la Música, un botón. Está sucia, la fuente está apagada, el armazón tiene las fracturas del paso de los años, igual que las baldosas. «Ves, lo que digo, todo puede y se debe mejorar».
Catalá es usuaria del río, del paseo, del descanso, de una tarde de mente en blanco. Y también baja a correr. En su día, para desconectar con zapatillas en los pies; ahora, para perseguir a sus hijos, todavía pequeños para calibrar peligros. En un momento, para en seco la conversación, florece su perfil de madre, la que tiene dos niños pequeños y sabe que hay estar con mil ojos. «Mira, mira lo que está pasando delante de nosotros, ese peque, está aprendiendo a andar y va con sus juguetes». El pequeño se ha alejado de la madre, que trastea con el móvil. «Yo quiero que ese niño esté seguro, que no se pueda caer y se haga un corte porque una baldosa esté rota o se pueda hacer daño con una rama suelta. Estas cosas las veo mucho, y eso es lo que me hace reflexionar para poner en marcha este contrato exclusivo».
El flujo de corredores es el caudal en el cauce mientras los bancos de peces son los grupos de ciclistas de acento extranjero que descubren un tesoro que nadie les contó. Las sorpresas también son buenas para vender Valencia. Entre todo eso, un vehículo de la Policía Local va de ronda.
La seguridad y la libertad en el cauce es uno de los empeños de ese nuevo río que persigue Catalá. La figura del guarda será clave en ello, con un contacto directo con los cuerpos de seguridad, con puestos fijos para que todo aquel que haya tenido un problema se pueda acercar.
El río se disfruta de día. Al caer la noche, el relato ya es el de otra historia. A los pies del puente del Ángel Custodio, los pasos subterráneos de un lado a otro son como la entrada a una cueva. En los pilares, pintadas muy alejadas de los patrones del arte, un gasto continuo a base de agua a presión, uno de los cometidos que también se quieren meter en la nueva contrata. «Aplicaremos sanciones elevadísimas, de hasta 3.000 euros, para aquellos que manchan el patrimonio».
Catalá se para antes de cruzar el puente: «Aquí vamos a poner unas luces de paso, de esas que se iluminan cuando notan una presencia. Será fundamental para aumentar la seguridad por la noche». La alcaldesa no quiere bocas de lobo a determinadas horas. «Una chica, por ejemplo, no debería tener miedo de bajar al río a hacer deporte o a pasear. Se puede sentir insegura o al menos puede pensarlo».
El río tiene que ser igual un 24/7. Por eso el contrato exclusivo de mantenimiento, para que siempre haya un orden, una sintonía, la misma limpieza. Mientras dura el paseo, Catalá habla pero sus ojos chequean la situación. «Las papeleras no pueden estar rotas y aquí –en una de las explanadas junto al Palau de la Música– hay que poner sombras, unos toldos y báculos como en la plaza de la Virgen, algo que permita a las personas resguardarse de marzo a octubre, cuando el sol pega con más fuerza». El día había amanecido nublado pero el sol se ha impuesto y el bochorno cae a plomo. «El río tiene que estar bien siempre, los fines de semana cuando hay más actividades debe ver reforzado su mantenimiento. Los sábados y domingos tiene que tener una mayor respuesta de servicio por parte del Ayuntamiento porque así lo demanda».
En el carril de running, el que hizo la Fundación Trinidad Alfonso, no paran de trotar. «Lo vamos a mejorar en colaboración con Trinidad Alfonso como comenté en el debate de la ciudad. Hay que dotarlo de más iluminación, señalítica y trabajar sobre el pavimento, que ya ser resiente por el paso del tiempo. Y hay que prolongarlo porque tiene que llegar al mar». Además, la idea es colocar desfibriladores por lo que pueda pasar. Una de las opciones es que los guardas estén formados en el uso de los aparatos. «El río debe de ser cardiosaludable». Un millón de personas al año utilizan las instalaciones deportivas, «un dato que realmente me flipa».
El Turia es un cauce sin agua desde que el plan sur desvió la desembocadura en los lindes con l'Horta Sud, un proyecto que ha sido efectivo para que la capital evitara la terrible dana del 29 de octubre. Una lección aprendida de la tragedia del 57.
Pero un cauce no es tal si no tiene agua. Al menos, testigos y recuerdos de lo que un día fue, detalles de río. Catalá se vuelve a parar en ese paseo, junto a unas fuentes de las que deberían brotar chorros con brío, al menos para refrescar la vista. Algunos no van; de otros sale un goteo. Y repite su mantra: «Ves, todo se pueda arreglar y mejorar. De aquí debería salir agua».
Durante el último año se ha trabajado mucho para levantar los campamentos ilegales. El río, casi como un efecto llamada, se había convertido en un camping improvisado y decenas de tiendas de campaña ocupaban las zonas ajardinada. Un cauce como dormitorio. «A todas las personas se les ha ofrecido una alternativa pero no todos quieren, no es fácil poder convencer a determinados perfiles que vayan a dormir a otro sitio. Cada uno tiene sus circunstancias, muchas de ellas muy complicadas. Seguimos trabajando en ello desde Servicios Sociales y la Policía Local, hemos ampliado las plazas que disponemos pero dependemos también mucho de la voluntad de la gente». Catalá, al llegar a la alcaldía, lo primero que hizo fue pedir una fotografía de la situación de la gente que dormía en la calle: «No es una cuestión de alimentación o habitacional, hay otros problemas como la salud mental, las adicciones y hay que poner a trabajar también a otro tipo de profesionales».
El griterío se escucha de fondo, una vez se sale por la otra parte del puente del Ángel Custodio, a veinte pasos del Gulliver. La vuelta al cole amanece pero ya son varios colegios los que tienen allí a sus escolares. «El relato de Gulliver debe ocupar todo el río».
El barco, el galeón de la novela se ubicará en la desembocadura, como no puede ser de otra manera. Por el otro lado, en la cabecera, los liliputienses. «Liliput tiene que estar en el río», señala Catalá, y en el tramo entre el IVAM y la estación de autobuses encontrará su lugar. «Por los toboganes del Gulliver me he tirado yo, el padre de mis hijos, y ahora lo vuelvo a hacer detrás del pequeño de dos años para que no se rompa la cabeza», ríe. El paseo termina con el acuerdo de que habrá otros más cuando 'la mejora' del cauce del Turia empiece a tomar forma.
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