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Iglesias, Sánchez y Garzón.

La política sin etiqueta

Todo está calculado: la camisa remangada de Iglesias, los jerséis de Garzón, los chinos de Sánchez... Ninguno quiere parecerse a la casta

DANIEL VIDAL

Viernes, 26 de diciembre 2014, 21:09

En la página de Facebook del club de fans de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales (LGTB) de Alberto Garzón se comen a piropos al diputado de Izquierda Unida. La verdad es que el grupo no tiene muchos seguidores andan por los 200 pero son muy ardientes: «¡El parlamentario más guapo de España!», «Me lo voy a expropiar»... Es posible que Garzón, que ya se ha postulado como candidato de su partido a las próximas elecciones generales tras la renuncia de Cayo Lara, sea el único diputado con un perfil semejante en las redes sociales, pero no es el único atractivo. El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, es otra de las caras guapas de la política patria. En su partido, de hecho, le apodan así, el guapo, por si hubiera alguna duda.

Pablo Iglesias quizá no tenga tanto tirón físico, pero tampoco le hace falta: el aura de estrella del rock que desprende el líder de Podemos quedó más que patente con el azote que le propinó en el trasero una de sus muchas grupis en aquel mitin de Vistalegre en el que afianzó su liderazgo del partido. «Soy un militante, no un macho alfa», advirtió a las masas. «En la facultad era muy conocido entre las chicas, encarnaba al novio que todas las alumnas de Políticas queríamos tener», le rebatía una de sus incondicionales hace unas semanas. Para gustos, los colores.

Y parece que los colores de la nueva izquierda tienen tonos «más atractivos y más jóvenes, con formas más renovadas, con nuevas formas de expresarse...», valora Luis Arroyo, presidente de Asesores de Comunicación Pública y autor de El poder político en escena (RBA). «Y todo es fruto del cambio generacional que se produjo en dos meses con la irrupción de Pablo Iglesias en las elecciones europeas, la abdicación del Rey y la llegada al trono de Felipe VI, que me parece importante, y el triunfo de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE». ¿Una regeneración democrática ligada a la renovación estética de los nuevos líderes políticos? El politólogo norteamericano Samuel L. Popkin dejó escrito que la imagen es «un atajo cognitivo» para que el ciudadano conozca de forma rápida y sencilla el mensaje político de cada candidato. Pasen y vean.

«La coleta, innegociable»

Como buen profesor de Políticas, el líder de Podemos parece tenerlo todo estudiado, no deja nada al azar. Aplica las técnicas de imagen y comunicación con precisión milimétrica: viste camisas claras para transmitir pureza y confianza, siempre remangadas a las altura del codo para dar la sensación de estar currando como el que más, y aceptó quitarse el piercing de la ceja izquierda en la campaña para las elecciones europeas, como reconoció ante Jordi Évole. Había que llegar a más electorado. «La coleta era innegociable», le dijo. «Eso le ayuda a proyectar una imagen más juvenil y a desmarcarse del estereotipo de político. Y los vaqueros, las camisetas, las deportivas...», analiza María Campoy, asesora de imagen y personal shopper. «Un aspecto cuidadamente descuidado, austero al más puro estilo indignado. Quién sabe si cambiará en el caso de llegar a ser presidente», ironiza.

La verdad es que cuesta imaginarse a Pablo Iglesias con el pelo cortado, engominado y vestido con traje y zapatos de marca. La corbata sí la utiliza, optando por la estrecha que popularizó Guardiola o, si acaso, esas más gruesas sacadas de un golpe del cuello de la camisa cuando uno termina una larga jornada en la oficina. Y, por supuesto, las mangas hasta los codos. Lo dicho, siempre en faena. «Es un revolucionario pasado por la peluquería, y esa imagen no sugiere idea de gobierno, no le va bien en este momento», zanja Luis Arroyo. «Yo a Pablo Iglesias no le dejaría a mis hijos, que a lo mejor se los lleva a las barricadas», sonríe. Los palos, no obstante, le hacen más fuerte. Lo confirma Yuri Morejón, director de la firma de comunicación Yescom Consulting y autor del libro De tú a tú. La buena comunicación de gobierno: «La avalancha de críticas de uno y otro lado acaban generando lo que se conoce como efecto underdog, es decir, solidaridad del espectador hacia el débil, hacia el atacado». Morejón va más allá y cree que Iglesias «sigue las pautas básicas de los manuales de comunicación y es ejemplo de disciplina en los mensajes: simples y muy reiterativos». ¿Cuántas veces habrá dicho la palabra casta en los últimos meses, y encima con cara de cabreo?

«Nadie repararía en él»

Diferente, a juicio de Yuri Morejón, es el caso de Alberto Garzón, cuya principal debilidad «es su edad». Sus 29 años, esa barbita de una semana que también comparte con Pablo Iglesias, le aportan atributos positivos para su público como «frescura, inconformismo y cierta irreverencia, pero no la experiencia, la solvencia y la visión que requiere una izquierda tan fragmentada como la actual». Garzón, que sí parece haber desterrado definitivamente la corbata de su vestuario, como hizo Cayo Lara (no así Llamazares), se muestra «más natural, más cercano. Urbano con un toque deportivo», analiza María Campoy, que se permite aconsejar de manera gratuita al diputado de Izquierda Unida: «Debería cambiar los jerséis de cuello de caja por uno de pico, conseguiría alargar el cuello y estrecharlo, le quedan mucho mejor. Además, también debería meterse las camisas por dentro para alargar sus piernas» y su estatura. La altura política ya es otra cosa, aunque con la chaqueta que suele lucir en el Congreso, muchas veces combinada con camisetas con mensaje reivindicativo, aporte un aire fresco nunca visto en el hemiciclo. En opinión de Luis Arroyo, Garzón «aparenta ser y es muy buena gente. No da miedo, como Pablo Iglesias». En su contra, «no tiene pegada, pasa desapercibido. Puede subirse al autobús y nadie repararía en él. Además, y esta es mi opinión, Pablo Iglesias le ha comido la tostadarobándole una parte del electorado, pero creo que es más por mérito de sus rivales que por demérito propio. Aunque a Alberto Garzón, por ejemplo, sí que le dejaría a mis hijos», se moja Arroyo, que participó en la campaña que alzó a Zapatero a la presidencia del Gobierno en 2004.

Rivera al desnudo

  • La tercera vía. Albert Rivera es uno de los máximos exponentes de este cambio generacional en política, tanto en el fondo como en las formas, y lo demostró desde los albores de su formación «Ha nacido tu partido», decía aquel polémico cartel en el que Rivera concurría, en pelota picada, a sus primeras elecciones al Parlamento catalán. Era 2006 y, desde entonces, Ciudadanos no ha parado de crecer con un mensaje desenfadado que se plasma, incluso, en los atuendos de su presidente. El último, vaqueros y corbata

«Un hombre normal»

Y es posible que también se los dejara a Pedro Sánchez, el más clásico de los tres nuevos candidatos a las elecciones generales del próximo año. «Clásico, sí, pero elegante y atractivo», puntúa Campoy. De los tres, también, quizá sea el más cercano a los convencionalismos y el aire añejo que desprenden, por ejemplo, la mayoría de los miembros del gobierno de Rajoy o generaciones anteriores. «No utiliza la corbata con menos frecuencia que Rubalcaba», apunta Arroyo. «Su metro noventa y su complexión deportiva hacen que le sienten genial las blazers con camisa, muy habituales en sus apariciones. El traje de chaqueta completo le pone años y es menos frecuente, aunque es necesario cuando el protocolo manda». Generalmente, si toca sesión parlamentaria o reuniones en las altas esferas. En los actos de partido o los fines de semana, con la familia, el líder de los socialistas sí opta por «un vestuario homologable a la clase media madrileña. Un vestuario clásico, poco revolucionario pero resultón», define Luis Arroyo. Quizá, porque Pedro Sánchez «quiere ser un hombre normal; ni un rebelde ni un registrador de la propiedad venido a presidente».

Además, el principal valor de Pedro Sánchez como comunicador «es su versatilidad», ilustra Yuri Morejón. «Desde su elección como secretario general ha acudido a todo tipo de programas de televisión para ganar notoriedad, marcar la agenda política y llegar a otro tipo de público que generalmente no consume programas de información política. No obstante, quienes trabajamos en comunicación política sabemos que notoriedad no es sinónimo de popularidad. Y mucho menos de intención de voto», advierte. El mayor riesgo de Pedro Sánchez a la hora de comunicar «es resultar impostado, enlatado, artificial, poco profundo. Pese a que su tono es afable, sus giros de discurso en torno a temas clave le proyectan como un líder poco consistente». Quienes le conocen, cuentan que, en la carrera de las primarias, cada vez que Sánchez sonreía, sumaba mil avales. Otra cosa es que eso le funcione en unas elecciones.

Es cierto que en la imagen «nada es determinante», según Luis Arroyo, pero también lo es que, cada vez más, «las formas son el fondo» y que ese «atajo cognitivo» del que hablaba Samuel Popkin puede ser de gran ayuda para el electorado a la hora de tomar una decisión final en las urnas. Vuelva a mirar las fotos.

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