Catalino Lefter es un rumano casi cincuentón que cada mañana se viste y se maquilla de blanco para colocarse en las proximidades de los mercadillos ... de Valencia para ganarse la vida. Catalino se ubica en zonas de paso, transitadas por personas que van y vienen a los puestos ambulantes, con el fin de que caiga alguna moneda de los restos de la compra. Los miércoles se coloca cerca del mercado de Castilla; los sábados, en el cruce de General Avilés y de la avenida Burjassot para aprovechar el barullo de Benicalap y los jueves, en El Cabanyal. Siempre quise contar su historia pero no encontré el hueco. Incluso se la ofrecí con insistencia a compañeros pero ninguno me la compró a pesar de que puse de cebo el titular que yo hubiera escrito: «Una estatua de mercadillo». Un día, hace un par de años, mi amigo Fernando Miñana, el mejor contador de historias de Valencia, desmaquilló a Catalino con el mimo y tino que sólo su pluma sabe relatar. La estatua se humanizó en las mejores manos. Catalino es una figura de barrio, de olor a fritanga, de almuerzo obrero, de carros de la compra y conversaciones de esquina entre prisa y prisa, de la Valencia del extrarradio, esa que existía mucho antes de los PAIs y las franquicias. Las cosas del barrio se deben quedar en el barrio. El gobierno del exalcalde Joan Ribó quiso llevar los mercadillos a la plaza del Ayuntamiento, al punto cero de la ciudad, y colocar allí los puesto ambulantes que te ofrecen a granel desde zapatillas para andar por casa hasta lencería de batalla. A mi parecer, el punto no es el más adecuado para levantar un mercadillo, entre otras cosas porque no es una zona de paso con sabor a barrio, no es terreno ambulante, no es un sitio para Catalino porque pocas monedas sacaría en competencia feroz con Pikachus y Pandas, los reyes del asfalto. Ribó acertó con la idea de peatonalizar la plaza del Ayuntamiento porque Valencia necesitaba un espacio de este tipo para disfrutar del centro cualquier día del año. Un lujo bien visto. El valor estuvo en el concepto; el error, en su contenido. La propuesta careció de prestancia y elegancia, y se optó por un urbanismo cutre, impropio de una ciudad como Valencia. La actual alcaldesa, María José Catalá, ha aprovechado lo bueno de la propuesta anterior -la plaza será peatonal o no será- pero ha sido hábil al apostar por la retirada de los maceteros de la discordia, más parecidos a los restos de un colector que a una jardinera, y defender un contenido atractivo para locales y visitantes. Los maceteros de Ribó serán para los gatos y así tendrán un mejor uso. Y los calzones darán paso a los los sorollas en el Palacio de las Comunicaciones, en el conocido como edificio de Correos, y este debe de ser uno de los primeros pasos para aparcar los mercadillos y convertir así la plaza del Ayuntamiento en un lienzo de postal que esté a la altura de Valencia. La peatonalización fue un acierto y ahora sólo falta una dosis de buen gusto.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión