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Jarr vio el cartel de 'se vende' desde la casa de su amigo Francis Montesinos y se enamoró del que hoy es su estudio.

«Desde bien pequeño mi madre ya sabía que no iba a tener novia»

El pintor valenciano Jarr creció en un ambiente de total libertad. Nadie puso trabas a aquel niño que prefería la danza al fútbol

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Miércoles, 11 de mayo 2016, 21:29

Cuando a Juan Antonio Rodríguez Roca, Jarr, le pido que elija un personaje histórico a quien le hubiera gustado conocer, responde sin dudarlo Gertrude Stein, una escritora y coleccionista de arte americana que trató con los grandes pintores franceses de principios del siglo XX y vivió su vida como quiso, unida sentimentalmente a otra mujer y sin importarle los convencionalismos de la época. Jarr supo de bien pequeño que no encajaba en un ambiente de pueblo como el que respiraba en Algemesí y pronto se buscó un camino propio. Su arte tiene bastante de compromiso con la realidad y mucho de provocación, pero al mismo tiempo en el tête a tête es una persona muy tímida, algo incómodo cuando tiene que hablar de sí mismo, de sus sentimientos, de su pareja, Josep Lozano, y al mismo tiempo tremendamente acogedor. Hablamos mientras almorzamos una deliciosa tortilla de patatas que ha cocinado él mismo con una copa de vino blanco en la mano y rodeados de obras de arte en su estudio del Carmen. Se ha convertido ya en artista consagrado, un referente del club Moddos.

-No tenía claro desde niño que quería ser artista.

-A mí lo que de toda la vida me había gustado era el ballet, pero por vergüenza no dije que quería dedicarme a la danza hasta que fui mayor. Y eso que en mi familia lo bueno que he tenido siempre ha sido libertad, y en aquel momento mi madre me contestó: «Haz lo que quieras». Nunca me pusieron trabas e incluso a veces he echado en falta que me apretaran las tuercas y me exigieran más, porque la iniciativa siempre partía de mí mismo.

-Poco tenía que ver la danza con el ambiente de un pueblo, como el que probablemente vivió en Algemesí.

-Yo de pequeño no salía a jugar con otros niños, era muy introvertido, así que no puedo decir que jugaba en la calle al fútbol. Nunca me gustó. Lo que me fascinaba era jugar solo.

-¿Se ha sentido alguna vez excluido en ese sentido?

-Leía, dibujaba, me gustaba transformar mis juguetes y me encantaban las muñecas. Pero nunca he sufrido un trauma. Y eso que tengo un hermano mayor que siempre fue mucho más sociable, jugaba a baloncesto... Yo no era como él.

-Y en un momento de su vida da el paso y dice que quiere bailar.

-Comencé a ir al conservatorio de Algemesí con niñas más pequeñas que yo y creo que aquella fue una de las épocas más bonitas que he vivido. Esa disciplina, ese componente rígido que tiene la danza, me encantaba. Tenía una finalidad. Paralelamente ingresé en Artes y Oficios, pero llegó el momento de decidir y me fui al instituto de teatro de Barcelona. Con el tiempo hice una audición en una compañía francesa, iba recomendado por Ramón Oller, pero me puse tan nervioso que me salió fatal. Estaba tan hecho polvo que decidí cerrar el mundo de la danza.

-Debe de ser difícil enfrentarse a esas decisiones tan trascendentales.

-Yo no sabía qué iba a ser de mi vida. Y mientras lo pensaba empecé a dibujar y a pintar. En realidad era lo único que se me daba bien, pero no lo hacía con una finalidad. Y pinté tanto, tanto, tanto, siempre sobre el tema de la danza... Pintaba en el despacho de unos amigos y no sabía ni dónde poner los cuadros.

-¿Y en qué momento se dio cuenta de que aquello sí era su futuro?

-No tenía un duro y utilizaba materiales de reciclaje, yo qué sé, una puerta que me encontraba por la calle, lo que fuera. A mí siempre me ha gustado improvisar sobre la marcha.

-¿Sí? Cuénteme.

-Recuerdo de pequeño que en la clase de Plástica el maestro nos encargó un Papá Noel para Navidad, y como todos los niños te lo dejas para el domingo. Mi madre no había comprado ni cartulina ni tan siquiera la botella de leche con la que nos habían dicho que hiciéramos el muñeco, sino que había tetrabrik, y con cajas de medicamentos y de zapatos, lo que encontré por casa, hice una figura. Pensaba que el maestro me iba a decir: «Qué mamarracho». Fui a justificarme y entonces don Juan, que así se llamaba, me dijo: «El mejor de todos».

-Supo valorar la creatividad.

-Siempre hay maestros que te marcan. El mismo que daba Plástica también impartía Religión y había examen. Yo era nefasto para memorizar, y me dice: «Rodríguez, mientras realizo el examen usted va a hacer las cuarenta flores del día de la madre de sus compañeros». Porque entre todos no había nadie con gracia para hacerlo. Me aprobó sin hacer el examen. Son anécdotas que recuerdo con mucho cariño.

-Quizás detectó lo que ni siquiera usted había visto.

-Claro. Recuerdo que llegó una visita al despacho de mi amigo, aquel que estaba lleno de cuadros, y el cliente preguntó si se vendían. Pusimos un precio y otra persona, que iba de acompañante, se eligió otra pieza más grande. La tercera propuso hacerme una exposición. Desde entonces las cosas me han ido rodadas.

-Y desde entonces ha vivido de la pintura.

-¿Qué es vivir?

-¿Ha atravesado momentos duros?

-Nunca he pasado hambre porque siempre he tenido familia, gente cerca que, si lo mío no daba suficiente, me ayudaba.

-¿Épocas de no poder darse caprichos, qué sé yo, por ejemplo, en ropa?

-Voy vestido con ropa de segunda mano y siempre he tenido personas alrededor que me han proveído. Mire, estos pantalones los adapté yo con la máquina de coser. Tengo amigos diseñadores que me han regalado cosas o me las han dejado a buen precio. Además, es algo que nunca me ha preocupado.

-¿Cuál ha sido el momento en que ha dicho: «Bueno, ahora ya me puedo morir, que ya lo tengo todo hecho»?

-Esa sensación no la he tenido nunca. Cuando expongo ni siquiera me gusta estar en las inauguraciones, porque el ojo se me va a todo lo que está mal. Y todo es mejorable. Mi mayor crítico soy yo.

-Parece que el artista es alguien que casi siempre se salía del carril. ¿Se ha sentido así?

-Siempre he sentido que hacía cosas no habituales. Y cuando das el paso ves que no eres el único. He tenido mucha suerte con mi familia, que ha sido estándar económicamente, tipo Cuéntame, y me lo ha puesto fácil, porque conozco muchas historias en las que han peleado mucho. Yo siempre he tenido libertad y eso es lo mejor que te puede pasar.

-¿Le ha importado alguna ve lo que pensaran los demás?

-De más joven sí, pero después ya no. Es lo que hay, no puedes ir en tu contra. El tiempo te enseña que no tienes que hacer caso a si gustas o no. Yo nunca pregunto a nadie si aprecia una pieza. Porque te puede decir que no. Además, a quien le ha de llenar es a mí.

-Pero hay que tener mucha autoestima.

-Hay que trabajarla.

-¿Ha hecho en cada momento lo que ha querido?

-Sí. Algunas cosas han sido agradables, otras no, pero nunca me obligaron a hacer algo que no quisiera. Uno no le gusta a todo el mundo. Incluso a veces dices: «Mira qué bien, no le gusto a esa persona, voy por el buen camino».

-Usted tiene pareja, Josep Lozano, el director de Moddos.

-En realidad estamos casados desde el 5 de noviembre, después de más de veinte años de relación.

-¿Cómo se aguanta tanto tiempo?

-No se aguanta, se quiere, por supuesto.

-¿Qué le ha dado él?

-Todo. Es un ser muy especial y me ha ayudado muchísimo, pero no sólo a mí. Su leitmotiv es mejorar y favorecer, nunca hundir. Si no no estaría con él, lo tengo clarísimo.

-¿Por qué decidieron casarse?

-Siempre habíamos pensado que no hacía falta, porque no queremos adoptar ni veíamos la necesidad, pero ¿por qué no podemos favorecernos de lo que el sistema nos da? Nos planteamos que si a alguno de los dos le pasa algo sea el otro quien decida sobre él. En nuestro caso las familias son maravillosas, pero siempre hay cosas que pueden diferir. Por ejemplo, no te dejan subir a una ambulancia si no eres familia.

-¿Cómo encajó su familia la noticia de que no iba a verle casado con hijos?

-Yo creo que desde bien pequeño mi madre ya sabía más o menos que no iba a tener novia y no se extrañó. Después, al conocer a mi pareja, todo ha ido estupendamente.

-¿Y los domingos van a comer paella?

-Los sábados vamos siempre a casa de mis padres, los domingos comíamos con la hermana de Josep, que ya falleció, pero es que a mí me encantaba ir. Los lunes íbamos a casa de una tía mía que fue muy importante para mí. De verdad le digo que lo pasábamos muy bien.

-Es usted una persona muy familiar.

-La familia es como el Guadiana; hay un momento en que necesitas romper ese cordón. No quiere decir que te enfades, pero vives tu vida, y en otro momento sientes que es preciso volver. A mí me ha pasado. Me gustaría estar ahora más cerca de mis padres, no en el mismo pueblo, pero sí más pendiente. No son tan mayores, están estupendos, pero puede pasar que en un momento determinado, de aquí a veinte años, les dé un achuchón.

-Aquí hay una pieza que me llama la atención. Es un crucificado. ¿Ha sido importante la religión para usted? ¿Conserva algo de los Maristas, con los que estudió?

-La religión es todo y a mí me ha marcado mucho. Pero en esa pieza hablo de los nuevos crucificados, de los refugiados, verá que tiene concertina en vez de espinas. Y una cruz transparente, que son las que llevan a cuestas, de forma invisible, todos los inmigrantes.

-Después de tantos años dedicado a la profesión, ¿ha tenido dudas en algún momento sobre lo que quería hacer en la vida?

-En realidad no, pero hemos pasado unos años muy duros en los que no se vendía nada. En esos momentos llegas a pensar: «¿Qué hago?» Pero el destino me ha protegido siempre.

-Este lugar es muy acogedor, tiene mucho encanto.

-Recuerdo que vi un cartel de se vende desde la casa de Francis Montesinos, a quien conozco desde hace 25 años, y cuando me la enseñaron me encantó. El precio estaba muy bien pero para mí se disparaba. A los meses me tentaron, lo habían bajado y la verdad es que estoy muy contento. Aquí ha pasado de todo, cosas buenas, otras no tanto, como cuando tuve que poner la inyección a mi perro para sacrificarlo.

-Un momento duro.

-Llamé a la veterinaria para pedirle si podía hacerlo en su hábitat en vez de llevarlo a la clínica. Fueron los momentos más duros de mi vida. Realmente él era Jarr. Yo firmaba los cuadros con mis iniciales y la gente empezó a leerlo. Me hizo tanta gracia que se lo puse de nombre, e incluso le hice una exposición. No ha sido mi perro, sino un compañero.

-Parece una persona tranquila. ¿Cómo es su día a día?

-Me encanta la monotonía. Preparo el desayuno, voy al gimnasio, aunque no soy de los que se machacan, vengo aquí, hago la comida, normalmente trabajo más después de comer... Y no me gusta demasiado salir, no lo hacía ni con 16 años.

-Pero usted mantiene una gran actividad social.

-Socialmente tengo la suerte de estar muy bien relacionado y me he dado cuenta de que la gente me cuida. Si por mí fuera no iría a la mitad de la mitad de las cosas. Pero me toca estar, pertenezco a Moddos y he descubierto a gente muy chula. Estoy muy cómodo.

-¿Y cómo me dirían sus amigos que es usted, además de tranquilo?

-Con muy mal genio. Seguro. Sobre todo si hay confianza... (Piensa) Sin ninguna duda, eso le dirían.

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