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Prisionero en Filipinas

El valenciano Julio Requena sufrió cautiverio en Luzón durante casi dos años (1898-1900). En 'Las calamidades de la guerra' narró su odisea

ALFONSO GARCÍA-MENACHO OSSET ASOCIACIÓN VALENCIANA DE HISTORIA MILITAR

Miércoles, 4 de mayo 2022, 00:34

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El 23 de agosto de 1896, con el 'Grito de Balintawak', se iniciaba la guerra en Filipinas. La guerra hispano-filipina pasó diversas fases, hasta que la interesada intervención de los norteamericanos llevó a su desenlace. La nueva potencia imperialista emergente aprovechó el desinterés de las grandes potencias para poder actuar en las provincias españolas de Ultramar.

El 13 de agosto de 1898 se pondría fin al conflicto con la entrega de Manila. Solo la heroica gesta de Baler alargaría la presencia española en el Archipiélago. El Tratado de París (10-12-98) sellaría esta «paz» y comenzaría el drama de los prisioneros. En este punto arranca la historia desconocida y olvidada de los 9.000 a 13.000 cautivos. Página poco estudiada y documentada.

Los prisioneros españoles fueron los sacrificados por la pérdida de la guerra. Maltratados por los tagalos, inexistentes para los americanos y olvidados por el Gobierno, sufrieron las vejaciones y la ignominia del trato de sus captores. La injustificada tardanza en su repatriación fue última gota de este amargo cáliz.

Hidalgo Nuchera cita la crónica de un reportero inglés sobre estos abusos, que se transcribió en El Diario de Córdoba en diciembre de 1898: «Los norteamericanos, que declararon la guerra a España en nombre de la humanidad y la civilización, están dando pruebas de la mayor barbaridad al consentir los horrores que cometen los tagalos con los prisioneros españoles. No es posible narrar todo lo que he visto; la imaginación más calenturienta ni podría imaginar toda la realidad... están sin techos y no tienen condiciones de habitabilidad. Allí viven amontonados, durmiendo en los suelos, desnudos, mezclados hombres, mujeres y niños. La atmósfera en aquellos sitios es completamente irrespirable... Cuando los españoles relaten sus infortunios y miserias con toda suerte de detalles, habrá caído una mancha imborrable sobre los Estados Unidos y sobre toda Europa, que consintió tales monstruosidades.».

La guerra filipino-norteamericana convirtió a estos pobres soldados en una «molestia inesperada», una especie de parias que no interesaban a nadie y que añadían un problema a la guerra que se estaba desarrollando.

Serían innumerables los documentos e historias de aquellos terribles años para los soldados españoles. Sirva como ejemplo la instancia al General Jaramillo de varios sargentos del Regimiento 'Magallanes' 70, cautivos en Angat, exponiendo su angustiosa situación y pidiendo: «alguna cantidad a cuenta de nuestros haberes con la que podamos atender a nuestras más perentorias necesidades y a cubrir nuestras carnes...» (1-1-1900).

Nuestro protagonista, Julio Requena Pérez (Tomás, según su partida de nacimiento), natural del pueblo valenciano de Camporrobles, fue llamado a filas como tantos jóvenes en aquellos años. Ingresó en el Regimiento Albuera 26. Formando parte del Batallón de Cazadores Expedicionario 12, embarcó en Barcelona, en el vapor 'Antonio López', el 17 de diciembre de 1896 rumbo a Filipinas. No volvería a suelo español hasta junio de 1900, después de permanecer prisionero en Luzón casi dos años.

Julio nos legó para la historia sus recuerdos de aquellos tres años y medio en el Archipiélago, pero con una peculiaridad: lo hizo en 700 originales versos. En ellos, que denomina 'Las calamidades de la guerra', describe con crudeza y realismo, pero también con ironía y humor, el sorteo, la travesía a Manila, el bautismo de fuego, las alternativas y combates de la guerra, la vida en campaña, el rancho, y todas las penalidades que sufrieron aquellos soldados, finalizando con su cautividad.

Nos podemos imaginar a los prisioneros españoles en los típicos campos de prisioneros. Eran trasladados de pueblo en pueblo, y dejados a cargo de tiranuelos locales o propietarios de tierras como trabajadores de los tagalos. No obstante, hay que reconocer que algunos de ellos fueron bien tratados.

Julio Requena nos describe ambas problemáticas en sus últimos versos. Se le desplazó por siete pueblos, en los que vivió distintas situaciones. Estuvo en Paete en dos etapas distintas con los mismos «amos», Alejandro Roces y su mujer, que lo cuidaron de manera familiar y respetuosa: «el amo a mi me decía/ tu estarás con nosotros/ como hijo de familia. Todo lo vueno y mejor/ me ponían de comer/desde el más viejo al más joven/ Alejandro y su muger». Sin embargo, en Lilio sufrió el maltrato de otro tagalo: «por ser hipócrita y falso/ merecía usted por todo/ por maltratar a un soldado/ que muera usted en un cadalso».

Julio Requena desembarcó en Barcelona, el 9 de junio, del vapor 'Alicante'. Solo una pequeña reseña en los periódicos como recibimiento. ¡Qué lejos quedaban los agasajos multitudinarios en las despedidas! Sirvan estas letras para homenajear a tantos y tantos soldados anónimos que combatieron, y muchos quedaron prisioneros, ofreciendo su vida solo por servir a España. Bien merecen el recuerdo de una calle en nuestra querida ciudad de Valencia.

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