Así fue el viaje de amigas al castillo de Downton Abbey en un tren de época
Cinco amigas viajan a las localizaciones de la legendaria serie en plena campiña inglesa, en un ferrocarril que sólo viaja tres días al año y que recrea la atmósfera de la época victoriana. El motivo, un regalo de cumpleaños compartido entre las fans de la serie
No se me ocurre mejor regalo que una experiencia compartida con personas junto a las que te sientes como en casa. Esta fue la premisa base cuando, el núcleo duro de mujeres, la periodista que suscribe estas líneas, la empresaria de la comunicación Ángela Pla, la directora comercial de las revistas Valencia City y Tendencias, Eva Marcellán y la experta en eventos y 'wedding planner' Paloma Tárrega a las que hace años nos une una amistad bonita y extravagante, pensamos en el regalo de cincuenta cumpleaños de una de nuestras amigas, la empresaria del sector de la moda de lujo, Ana Varela, mujer sensible, inteligente, con un gusto estético depurado, fan de la serie 'Downton Abbey' y coleccionista lúdica de vajillas de la época en la que se desarrolla esta trama, una ficción mítica que entrecruza las vidas de nobles y servicio doméstico en un castillo ubicado en la campiña inglesa a principios del siglo XIX.
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La idea del regalo surgió casi sola, ¿qué mejor que llevar a la cumpleañera justamente al lugar donde todo empezó? No a un museo, no a una exposición temporal, no a un té temático en Londres, sino al escenario real, Highclere Castle, el corazón inamovible de la serie y propiedad en la vida real de los Condes de Carnavon. Sólo nos faltaba encontrar una manera de llegar hasta allí que hiciera justicia al acontecimiento. Por suerte, o porque el universo a veces premia a las conspiraciones luminosas, Osman Korkar, director de la agencia Planes Galería de Viajes, nos descubrió el tren Belmond, esa joya rodante que se toma muy en serio la estética de otra época. Pero ojo al dato, solo tres días al año este tren de belleza exaltada viaja desde la estación Victoria hasta el condado de Hamsphire. Nosotras nos hicimos con los cinco billetes el pasado enero para viajar en octubre. Una espera que, como canta Marc Anthony, valió la pena.
Finalmente llegó el día, frío y brillante, de esos en los que Londres parece más Londres que nunca. Nos presentamos en la estación Victoria vestidas con abrigos de terciopelo estampado, cada uno de un color distinto, para crear sintonía con el día y la ocasión. En el 'VIP lounge' nos recibió una cantante vestida de época que entonaba melodías suaves, piezas de jazz ligero y baladas de mediados de siglo que convertían la sala en un espacio cinematográfico. Un camarero impecable nos ofreció champán y una del grupo experta en el tema dictaminó que la temperatura del vaso era exactamente la que debía ser.
Subir al tren Belmond es adentrarse en un universo paralelo. Las lámparas tienen pantallas de tela, los sillones tapizados mullidos, las moquetas despliegan dibujos clásicos y todo está diseñado para recordarte que la belleza puede ser silenciosa y aún así imponer su voluntad. Nos recibieron con barra libre de Bellinis, un gesto que, a esas horas, sólo puedo describir como visionario. Tomamos nuestros asientos con el punto teatral de quienes fingen pertenecer a otra época e ilusión desbordante.
La carta del brunch, que llegó en una secuencia elegantemente coreografiada, debo traducirla de manera literal para que el lector pueda hacerse una idea de la magnitud del momento. Dúo de pasteles ingleses recién horneados en los hornos a bordo, cuenco de brunch estilo Battersea con frutos rojos frescos, granola casera al horno, yogur batido y sirope de mandarina, salmón ahumado servido con caviar, muffin inglés tostado, huevo escalfado y salsa holandesa, té y café. Todo servido en cristalería de nivel, vajilla de estilo victoriano, manteles de hilo y enfriadores para la bebida de mármol.
Esta fantasía duró poco más de dos horas y nosotras durante el trayecto nos hicimos toda clase de fotografías, recorrimos los vagones al completo, cada uno diferente en colores y decoración, hasta determinar que el nuestro era el más bonito, visitamos los baños con suelo de mosaico y molduras de madera, nos deleitamos con el paisaje de vacas y pastos verdes frondosos y confraternizamos con un grupo de jubiladas inglesas vestidas con tocados, encaje y pieles, tan deleitadas con la experiencia que parecían niñas brindando ante cada descubrimiento. Llegamos a la conclusión de que nos gustaría viajar siempre así y no en trenes de alta velocidad donde pasan carritos con bocadillos y, en medio de este éxtasis de belleza, llegamos a la estación de Newbury donde nos recogió un transfer privado que nos condujo hasta el castillo.
Voy a pedir a los lectores que busquen en Spotify la banda sonora de 'Downton Abbey' y pongan de fondo el tema principal de una serie que, solo los que la han visto, comprenderán las emociones que nos sobrevinieron cuando el majestuoso castillo emergió ante nuestros ojos. Se trata de un edificio de piedra imponente que pertenece a los Carnarvon desde 1679, rodeado de 5.000 acres de campo y que alberga cerca de 200 habitaciones, un templo griego, un jardín secreto y una importante exposición egipcia en su sótano, fruto de las excavaciones de Tutankámon que el quinto conde de Carnarvon financió en 1922. Nuestra guía, una mujer de voz serena que dominaba la anatomía del castillo, desgranó para nosotras la historia familiar en un relato fascinante en el que descubrimos las distintas localizaciones de la serie, todo a través de un recorrido sublime que deleitó hasta los paladares de los fans más exigentes. Tras visitar la exposición egipcia paseamos por los jardines, tomamos un té y curioseamos en la tienda de regalos. Regresamos al tren casi al atardecer, ajenas al cansancio de las horas de pie y con ganas de volver a ocupar nuestro puesto en ese vagón formidable.
Los camareros nos recibieron con copas heladas de Champagne Veuve Clicquot y la mesa preparada para una cena exquisita compuesta por terrina prensada de pato de Aylesbury, mermelada de ciruela ahumada de Kent, pan de masa madre y mantequilla cultivada salada, corte de venado con puré de verduras de raíz, moras negras encurtidas y salsa de vino tinto y selección de postres Belmond Pullman servidos desde el carrito directamente a la mesa. Una sinfonía regada con vinos de nivel, champán y las atenciones discretas pero impecables de un personal de a bordo uniformado, profesional y cercano.
Cuando descendimos del tren en Londres ya había caído la noche, pero aún brillaba esa luz especial que dejan los grandes viajes, la que mezcla la nostalgia inmediata con la alegría de saber que ese día quedará guardado para siempre. Y así terminó nuestra celebración del cincuenta cumpleaños de una amiga extraordinaria, con un viaje inolvidable que combinó historia, elegancia, amistad y esa magia particular que solo existe cuando varias mujeres deciden celebrar juntas la vida.
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