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Pinito del Oro encaramada al trapecio en una actuación al aire libre. Nunca trabajó con red de seguridad. :: r. c.
Pinito del Oro, el ángel del trapecio

Pinito del Oro, el ángel del trapecio

Fue la mejor trapecista del mundo y una de las referencias de la España del Nodo. Pinito del Oro cumple 87 años alejada de la enorme popularidad que le acompañó durante su etapa como estrella a uno y otro lado del Atlántico

BORJA OLAIZOLA

Domingo, 6 de noviembre 2016, 22:16

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Hay funciones artísticas que dejan en el espectador la sensación de haber vivido un sueño. Contemplar las piruetas que dibujaba el trapecio de Pinito del Oro en el firmamento de la carpa de circo era una forma de fugarse de la España monótona y anodina del franquismo. Aquella menuda muchacha canaria proyectaba con sus cabriolas imposibles y sus escuetos maillots de lentejuelas un haz de luz que dispersaba por unos instantes las nubes grises que invadían en aquella época hasta la última capa de la atmósfera.

María Cristina del Pino Segura había nacido el 6 de noviembre de 1929 en Las Palmas de Gran Canaria. Benjamina de 19 hermanos, desde pequeña vivió sumergida en el ambiente circense. Su familia tenía un modesto espectáculo, el Circo Segura, que subsistía a duras penas en la tradición nómada de los titiriteros. Su madre quiso que ella se labrase un futuro lejos de las carpas, pero la muerte en accidente de tráfico de su hermana Esther, que se ocupaba del trapecio, trastocó los planes. Después de un breve periodo de aprendizaje, debutó en la pista con solo 11 años haciendo equilibrios sobre el alambre.

El salto al trapecio no tardó en llegar. Pese al escepticismo de sus hermanos, la pequeña se afianzó en lo más alto de la carpa exhibiendo una rara mezcla de audacia y sangre fría que dejaba boquiabierto al público. Su perfeccionismo le hacía invertir horas y horas en los ensayos. La disciplina moldeó su pequeño cuerpo hasta homologarlo en vigor y flexibilidad a los de las grandes gimnastas. Hizo construir a su padre un trapecio especial, algo más ancho que los que se usaban entonces, para desarrollar el que sería su número estrella, que le hacía balancearse de un extremo a otro de la carpa apoyada únicamente en la cabeza.

El sobrenombre que le había puesto su padre, Pinito del Oro, empezó a hacerse popular y a encabezar los carteles que anunciaban las funciones. Aunque era prudente, su progresión le llevaba a asumir cada vez más riesgos y en el año 1948 sufrió en Huelva el primer y más grave accidente de su carrera. Estuvo ocho días en coma con una fractura de cráneo tras precipitarse a la pista desde lo más alto. Como todos los grandes, Cristina trabajaba sin red porque el peligro formaba parte de su manera de entender el circo.

Aplausos en el Madison

Dos años más tarde llamó la atención de un representante en Europa del Ringling, un circo estadounidense que agrupaba a los mayores talentos de la época. Los americanos querían a Pinito, pero sus hermanos se resistían, así que se casó con un medio novio que tenía entonces para superar los escollos legales -las mujeres no podían ir al extranjero sin autorización de sus padres o tutores- y con 18 años se plantó en el que entonces era el mayor espectáculo del mundo. Pinito triunfó desde el primero momento: suya era la principal de las cinco pistas que tenía el gigantesco circo, que solía utilizar el Madison Square Garden cuando recalaba en Nueva York. Impresiona ver en los noticieros de la época cómo la trapecista era capaz de ganarse el corazón de los 30.000 espectadores que solían asistir a las funciones con una simple sonrisa al acabar su número.

En Estados Unidos coincidió con futuras estrellas como Charlton Heston, Burt Lancaster o Yul Brynner, que dieron sus primeros pasos en el circo. Incluso recibió una oferta de boca del director de cine Cecil B. de Mille para protagonizar una de sus producciones, pero al final no llegaron a un acuerdo. «Que una chica humilde como yo tuviese la oportunidad de descubrir aquel mundo fue un privilegio que le debo al circo, que ha sido toda mi vida», reconocería en una entrevista.

Un nuevo accidente en Suecia en 1958 le llevó a anunciar su retirada aunque el tirón del circo le hizo regresar en 1968. Asentada ya en España, Pinito fue una de las figuras más célebres de la época: no eran muchos los artistas que podían presumir de haber triunfado en Estados Unidos. Un nuevo percance al caer del trapecio en una función en Laredo en agosto de 1968 le convenció de que su tiempo bajo la carpa había acabado. «No quiero morir como Manolete», argumentó el día que se cortó la coleta en 1969.

Pinito ha vivido desde entonces en un segundo plano. Escribió varios libros, entre ellos uno sobre técnicas del trapecio, y se dedicó a ver crecer a sus dos hijos en su casa de Gran Canaria. En 1990 le concedieron el Premio Nacional del Circo, un galardón que se sumó a una larga lista de distinciones. La que fue la mejor trapecista del mundo cumple hoy 87 años rodeada de los suyos y de los numerosos retratos de sus años dorados que cuelgan de las paredes de su domicilio. Pinito conserva firmes la voz y la memoria, pero no se muestra con ánimo de someterse al escrutinio del periodista. «Prefiero que me recuerden como era antes», se excusa tras rechazar la solicitud de una entrevista.

Además de maestra del trapecio, Pinito del Oro ejerció también el papel de mito erótico. En una España en la que la visión de la anatomía femenina estaba penalizada por los poderes políticos y religiosos, la presencia de una mujer joven y atractiva que lucía en público ajustados maillots que dejaban al descubierto buena parte de su cuerpo era todo un acontecimiento. En algunas publicaciones de la época se llegaron a retocar fotografías de la trapecista para ocultar sus encantos. Lo contaba la propia artista hace unos años, cuando recordaba que los censores sombreaban su escote y le tapaban las ingles con sellos en un alarde de moralismo que hoy resulta inconcebible.

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