El Steve Jobs de los coches
Acosado de niño en el colegio, Elon Musk dejó Sudáfrica para iniciar una carrera imparable en EE UU. Abastece con sus cohetes la Estación Espacial Internacional y ya hay 325.000 personas esperando recibir su último coche eléctrico, una virguería que sólo cuesta 30.000 euros
Borja Olaizola
Domingo, 10 de abril 2016, 22:44
Elon Musk (Sudáfrica, 1971) es la viva imagen de los triunfadores que pueblan los manuales para tener éxito en los negocios, el espejo en el que se miran los que aspiran dejar grabada su huella en Wall Street. En las escuelas donde se forjan los empresarios se disecciona su trayectoria y se le compara con santones de la nueva economía como Mark Zuckerberg o el ya fallecido Steve Jobs. Sus apariciones suscitan más expectación que las de cualquier vaca sagrada del rock y tiene una legión de seguidores que acogen los comentarios que desliza en las redes sociales como si fuesen las profecías de un nuevo mesías. La veneración que le rindió el público que acudió la semana pasada a la presentación del nuevo modelo de Tesla, la fábrica de coches eléctricos que puso en marcha en Estados Unidos, demuestra que dejó atrás hace ya tiempo la etapa de emprendedor para transformarse en un visionario, capaz de anticipar fragmentos de ese futuro que se nos echa encima cada vez más rápido.
Visionario es una etiqueta de la que Musk no se desprende desde que dio sus primeros pasos por las calles de Pretoria, la capital sudafricana, cuando todavía imperaba el régimen del apartheid. Hijo de un ingeniero electrónico y de una dietista de origen canadiense, a los 10 años ya era capaz de programar un ordenador y a los 12 vendió por 500 dólares el código de un juego del espacio que se había inventado. La informática se convirtió en un refugio para mantener su cabeza alejada de las humillaciones que padecía en el colegio, donde recibía frecuentes palizas de sus compañeros. Era un niño acosado.
Puede que el recuerdo de esas vejaciones pesase en su ánimo cuando a los 17 años decidió trasladarse a Canadá en compañía de su madre, que quería cambiar de aires después de romper con el padre de Elon. En el nuevo mundo todo se aceleró: una beca le ofreció la oportunidad de asentarse en Estados Unidos, donde estudió Empresariales y Física antes de iniciar un doctorado en la Universidad de Stanford. Sin embargo, la tentación de abrirse su propio camino era demasiado grande y abandonó a los dos días las aulas de Stanford para fundar con su hermano y otro socio una empresa especializada en la gestión de páginas web. La compañía, llamada Zip2, fue un rotundo éxito y a los cuatro años se la quitaron de las manos por 307 millones de dólares. A Musk le correspondieron 22: reservó uno para darse un capricho y comprarse un deportivo McLaren e invirtió 12 en fundar el germen de lo que con el tiempo sería la empresa de comercio electrónico PayPal.
Viaje a Marte
La semilla ya estaba sembrada. Cuando eBay compró su parte de la compañía, recibió 180 millones de dólares, una cantidad que le proporcionó músculo financiero suficiente para alejarse de internet y dar sus primeros pasos en los campos que realmente le apasionan: el cosmos y los automóviles. Lector compulsivo de historias de ciencia ficción espaciales, se propuso enviar una nave a Marte, un primer avance del que ha sido siempre su gran sueño: establecer una colonia humana en el planeta rojo. Viajó hasta tres veces a Rusia con el fin de hacerse con un cohete balístico intercontinental para adaptarlo a su objetivo, pero su desorbitado precio le convenció de que era mejor estudiar otras alternativas. En 2002 fundó Space Exploration Technologies (SpaceX) y ofreció los servicios de su firma a la NASA para trabajar de forma conjunta. Fruto de esa cooperación fue el contrato que cerró para abastecer con sus cohetes a la Estación Internacional, después de que se jubilara en 2011 el transbordador espacial. Además de reportarle 1.600 millones de dólares, el acuerdo ha proporcionado a SpaceX un campo de ensayo impagable para la puesta a punto sus naves.
La otra gran pasión de Musk, y también la que mayor proyección pública le ha dado, son los coches. Convencido de que la época del petróleo toca a su fin, fundó en 2004 Tesla Motors, una compañía dedicada a la fabricación de automóviles exclusivamente eléctricos. Los primeros años fueron ruinosos y las pérdidas estuvieron a punto de dar al traste con el proyecto, pero su habilidad a la hora de escoger compañeros de viaje se mostró una vez más providencial: el acuerdo que firmó con Panasonic para investigar en el perfeccionamiento de las baterías le permitió dotar a sus vehículos de una autonomía hasta entonces desconocida. El gran talón de Aquiles de los coches cien por cien eléctricos ha sido su limitado radio de acción: apenas pueden recorrer 200 kilómetros reales sin recargar sus baterías. Las pilas de los Tesla, en cambio, duplican esa autonomía, lo que les proporciona una gran ventaja sobre sus competidores.
'Gigafábrica' en Nevada
El as que Musk guarda en su manga es la megafactoría que ha construido en Nevada para fabricar las baterías de sus coches. La planta tiene unas dimensiones colosales y abaratará hasta un 30% el costosísimo proceso de producción de células de ion-litio. La 'gigafábrica', nombre con el que la ha bautizado el propio Musk, cuenta además con un formidable departamento de investigación que va a permitir a Tesla mantenerse a la cabeza de la propulsión eléctrica en los próximos años. En un remedo de la experiencia de Preston Tucker, aquel fabricante estadounidense de coches de principios del siglo XX que se adelantó a su tiempo y al que Coppola dedicó una de sus películas, Musk ha sido lo suficientemente hábil como para ir dos pasos por delante de los gigantes del automóvil en la carrera de la electricidad.
El de los coches con batería ha sido hasta ahora un nicho testimonial porque las ventas apenas representan un 3%. Los especialistas del automóvil, sin embargo, creen que el futuro pasa por la electricidad y que el fabricante que disponga de la técnica más eficaz se llevará el gato al agua. Es precisamente en ese escenario donde Musk ha desplegado todas sus habilidades de visionario: Tesla, anunció el empresario la semana pasada, está preparada para lanzar al mercado en el plazo de un año un coche eléctrico que además de ser asequible (en torno a los 30.000 euros) superará con holgura a todos sus rivales en autonomía y potencia. Si sus planes se cumplen, el Model 3 se convertirá en la punta de lanza del sector del coche eléctrico y aumentará la producción de Tesla de los 50.000 coches actuales a los 500.000 en 2020.
Es posible que los más escépticos vean en el anuncio una versión moderna del cuento de la lechera, pero de momento Musk ha conseguido trasladar a la industria del automóvil un entusiasmo similar al que los aficionados a los dispositivos electrónicos experimentan cuando Apple anuncia un nuevo producto. Prueba de ello es que Tesla ha recibido en menos de una semana 325.000 encargos del Model 3, lo que traducido a dinero representa pedidos por valor de 10.000 millones de euros. Al visionario le empiezan a salir las cuentas y puede que lo de establecer una colonia en Marte sea solo cuestión de tiempo.