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Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, ante el 'Retrato de la Duquesa de Alba' de Goya, en el Palacio de Liria.
¿Cómo es el nuevo Duque de Alba?

¿Cómo es el nuevo Duque de Alba?

Carlos Fitz-James, duque de Huéscar y primogénito de Cayetana de Alba, es justo lo opuesto a su madre

ANTONIO cORBILLÓN

Lunes, 24 de noviembre 2014, 19:30

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Es el heredero de una de las grandes casas de la nobleza y de uno de los patrimonios más importantes no solo de España, sino de la humanidad». Habrá pocas personas que conozcan mejor las propiedades y entresijos de todos los linajes que el abogado Carlos Texidor, conde de Casa Riera y letrado de muchos de ellos. Gran amigo de Carlos Juan Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo (1948), el futuro XIX duque de Alba, Texidor describe al heredero como un «señor muy español y de una pieza, tanto por dentro como por fuera». Pero eso no le será suficiente para administrar una ingente herencia y así dar continuidad al esfuerzo de Cayetana de Alba, que entregó su vida a hacer siempre lo que quiso, pero sin dejar de luchar con uñas y dientes contra el reparto y la división de una herencia de cinco siglos. Así evitó el olvido en el que sí han caído otras grandes de España. Cuando su madre aún vivía, Carlos solía zafarse de quienes le recordaban lo que le esperaba como primogénito: «No me levanto todos los días pensando en eso. Soy plenamente consciente de la gran responsabilidad que conlleva. He nacido y me he criado en este ambiente», zanjó la última vez que lo confesó en público.

Nunca pudo soñar el pequeño Carlos que algún día mandaría sobre un palacio como el madrileño de Liria, centro emocional, institucional y económico de su vida. Su primera infancia son recuerdos de los restos de este edificio, que se asoma a la céntrica calle Princesa, asolados por la guerra. Vivía con sus padres, Cayetana y Luis Martínez de Irujo, en un apartamento de la quinta planta de un bloque de la misma calle. La ruina familiar iba más allá del estado del palacio, del que solo quedaron en pie sus cuatro fachadas. «La Guerra Civil redujo el patrimonio de los Alba en casi dos tercios», calcula José Luis Sampedro Escolar, autor de La Casa de Alba. Mil años de historia y de leyendas (Ed. La Esfera de los Libros).

Su curiosidad infantil fue testigo del esfuerzo de su abuelo, Jacobo Fitz-James y, sobre todo de su madre, por reconstruir este legado. De las idas y venidas del pisito al palacete, y de cómo se aceleró todo. «Yo era muy pequeño y no relacionaba la casa con la historia de mi familia, pero estaba muy ilusionado con el traslado», recuerda. En junio de 1956, Liria fue reinuagurado para celebrar su primera comunión. En otoño, los tres hijos de Cayetana, incluidos los pequeños Alfonso y Jacobo, ya correteaban por sus salones entre 'goyas', 'zurbaranes', 'grecos' o 'tizianos'.

«La educación que planificó para él su padre fue clave», continua Sampedro Escolar. Luis quiso ver en su primogénito al hombre llamado a completar la gran obra de levantar de nuevo el escudo familiar. Una educación exquisita que comenzó en el colegio de Los Rosales, el mismo al que después iría Felipe VI y al que asiste su heredera. la infanta Leonor. La recuperación de Liria y la recolocación de la colección de arte, desperdigada durante el conflicto civil, llevó al duque consorte a madurar la idea de crear una fundación. Son años de consolidación de la familia en los que el hijo mayor remató sus estudios de Derecho en la Complutense, cumplió sus deberes militares (es alférez) y, con el lustre del apellido, entró a formar parte de los consejos de administración de varias empresas. La muerte del padre en 1972 le hizo abandonar todo y replegarse hacia los compromisos familiares, que le absorben desde entonces.

Siempre a la sombra de su madre, Carlos Fitz-James adquirió pronto los ademanes de un hombre pegado a un apellido. «Representa la figura institucional. Es el hombre tranquilo y cabecera de la saga por designación materna», le retrata la periodista Rosa Villacastín, que ha compartido buenos ratos con un hombre cuyo carácter tímido se ha acentuado con los años. «Abomina de los focos, es la antítesis de su madre, siempre tuvo claro que era mejor replegarse mientras Cayetana viviera», completa este retrato el biógrafo de la familia, Sampedro Escolar.

Entre los herederos de la saga están muy marcados los caracteres. Los dos mayores, Carlos -que mantiene una buena relación con todos- y Alfonso (se parecen tanto que muchas veces les han confundido) han seguido los dictados paternos de discreción y perfil público bajo. Jacobo y Fernando «van por libre» y los más jóvenes, Cayetano y María Eugenia, han heredado la querencia a la exposición pública de su madre. De alguna forma resumen la evolución colectiva de los 2.200 linajes que aún tienen gotas de sangre azul en España. Aunque ellos están muchos peldaños por encima de todos ellos.

Los padrastros

La ausencia del padre le convirtió en el mejor cómplice de las inquietudes de su madre. Él fue el 'arquitecto' que inventarió todo el legado de palacios, tierras, obras de arte. Dotado de empatía social, una de sus frases favoritas la tomó prestada de Winston Churchill: «Soy optimista. Ser otra cosa no sería útil». Y con ese pragmatismo, cuando llegó a la vida de Cayetana el exjesuita Jesús Aguirre, Carlos volvió a sentir la llamada institucional y se puso a rematar definitivamente la catalogación de las propiedades. Incluso le cedió un protagonismo que merecía él. «Siempre ha sido excesivamente discreto -explica Escolar Sampedro-. Pero cuando su madre apuesta por alguien (en este caso Aguirre), él no quiere enfrentarse y le deja a Aguirre que se adorne».

Ni siquiera la irrupción final del plebeyo Alfonso Díez, le hizo perder el control. Fue Carlos el que preparó toda la batería legal de documentos para el reparto de la herencia y cerrar el paso en el árbol genealógico al nuevo consorte. Quince cláusulas con un objetivo que resumió él mismo: «Alfonso no puede tener un título. Es una cuestión de sangre». Y, sin embargo, su relación ha sido excelente, como cuando coordinaron a medias la repatriación de Cayetana tras la caída que sufrió en Roma el pasado año.

La discreción ha sido siempre la constante de su vida. Trabaja en la fontanería de la gran Casa de Alba y apenas se sabe de sus aficiones. «A los veinte años me gustaba volar y jugar al tenis», se le ha escapado alguna vez. También el esquí y patronear su yate, que se ha quedado «pequeño y viejo». La música y la lectura completan su universo social y cultural.

En 1988 tuvo que ponerse por fin delante de los objetivos para anunciar su boda con Matilde Solís-Beaumont, hija de los marqueses de Montilla. Dos años más tarde se celebró la boda en la misma Catedral de Sevilla donde se han celebrado las honras fúnebres de su madre. Un matrimonio condenado por la maldición de fracasos que han vivido los seis hijos de Cayetana y cuyo mejor legado fueron sus hijos, Fernando (llamado a ser el XX duque de Alba) y Carlos Arturo, de 24 y 23 años. Después de un oscuro episodio en el que Matilde se autolesionó con una escopeta, el matrimonio fue declarado nulo en 2006.

Frente al punto de fuga de sus hermanos menores, acostumbrados a ser carne de revista del corazón, Carlos nunca pierde la compostura, incluso ante el habitual revoloteo de la prensa, dseosa de adjudicarle pareja a uno de los solteros más deseados del país. Alicia Koplowitz, con la que ya protagonizó un noviazgo fracasado de juventud, regresó a su vida años atrás. Se dio por segura una boda que nunca llegó. Tras otra falsa alarma sentimental con Paloma Segrelles hija, en las últimas semanas ha sido fotografiado en actitud cariñosa con Belén Arróspide, una bilbaína de 52 años hija de los duques de Castro Enríquez. Una familia muy vinculada al Opus Dei.

Pero los afectos nunca le harán perder el destino de la sangre. Para su madre fue más fácil al ser hija única. El reto de Carlos será «atender a las necesidades de tanta prole», aventura José Luis Escolar. Una labor en la que «necesitará un gran apoyo del Gobierno porque es la única gran casa que nos queda», avisa el abogado Carlos Texidor.

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