Borrar
Urgente Los valencianos acuden en masa a ver a la Virgen en el último día de Fallas
Una actriz finge una enfermedad en la muestra ‘Bedside Manner’.
¿Para qué sirve un actor?

¿Para qué sirve un actor?

Más allá de su labor en los escenarios o platós los intérpretes poseen herramientas y técnicas que pueden ser efectivas en otras ramas de la sociedad. Y eso les lleva a acometer tareas poco conocidas en hospitales, universidades o cárceles

mikel labastida

Miércoles, 13 de julio 2016, 18:00

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Casi todo el mundo coincidiría al indicar que un abogado sirve para defender los derechos de las personas, y que un médico se dedica a curar y prevenir enfermedades, que un fontanero arregla cañerías y grifos, y que un cocinero prepara comida. ¿Y un actor? ¿Para qué sirve? En este caso no es tan sencillo delimitar sus tareas. Pocas profesiones concitan alrededor suyo definiciones tan diversas. «Sirve para expresar cosas que no siempre son lógicas en la vida», se aventura a responder el psicólogo Juan Rojo al plantearle la pregunta que da título a este reportaje.

«Para sacar la sociedad de debajo de la alfombra», apunta la arquitecta Sonia Rayos. Sociedad, sí, con o. «Para cruzar de su mano la frontera entre la realidad y los sueños», afirma el escritor Jordi Llobregat. «Para mostrar emociones tanto en positivo como en negativo», opina el cocinero Vicente Patiño. «Dan la posibilidad de vivir otras vidas», añade el artista Vicente Talens.

A los propios intérpretes les cuesta alcanzar consenso para determinar en qué consiste su oficio. «El actor es el instrumento que, encarnando a otros, sirve para poner luz, y por tanto conciencia, sobre el comportamiento del ser humano», señala la actriz Ana Gracia. «Sirve para interpretar vidas que aparentemente no se tienen ocasión de vivir», argumenta Nacho Guerreros. «Para ser espejo, para ser duda, para ser reflexión», sugiere Eva Zapico. «Es el intermediario entre el creador de relatos y su audiencia... y ¿qué humano puede sobrevivir sin historias?», responde Rafa Albert. «Es lo más parecido a una navaja Suiza», concluye Alfred Picó.

Esta versatilidad, precisamente, es la que permite al actor acometer múltiples tareas, algunas lejos de escenarios y platós. Julio Lázaro es miembro de la compañía de teatro Corsario de Valladolid. A través del sindicato de la Unión de Actores de Castilla y León se enteró de que la Facultad de Medicina necesitaba intérpretes para la ECOE (Evaluación Clínica Objetiva Estructurada), una prueba que se ha extendido por las universidades de toda España. «Persigue que los alumnos demuestren habilidades como la anamnesis, exploración física o la comunicación, que no se evalúan bien en pruebas que miden sólo conocimiento», apunta Verónica Casado Vicente, que ha llevado a cabo la planificación de este examen.

¿Y para qué sirve un actor en esta prueba? Algunos de los ejercicios son con pacientes simulados. «Y se recomienda que esta simulación sea creíble y nadie mejor para ello que un actor. Es importante que el caso clínico esté guionizado para que ellos sepan contestar ante preguntas diversas, ya que interpretan tantos papeles como alumnos hay que evaluar», especifica Verónica Casado.

Un único espectador

Lázaro lo tuvo claro. Y así se metió en la piel de un hombre que ha sufrido un infarto de miocardio. Y en la de otro que tiene miedo a padecer cáncer. En esta ocasión su interpretación no la iba a contemplar una platea repleta de espectadores. Sólo uno asistiría a la representación. «Todo trabajo actoral es enriquecedor tanto a nivel personal como profesional. En este caso trabajamos para una persona, que es el estudiante de Medicina: le planteamos, desde el personaje, nuestras inquietudes, lo que nos preocupa, nuestro estado anímico... Esto forma parte de nuestro trabajo, establecer una relación de comunicación en la que transmitamos al futuro médico que detrás de la enfermedad hay una persona. Y este es el trabajo de un actor: descubrir el personaje, con sus antecedentes familiares y su personalidad propia», explica el interprete vallisoletano.

En muchas facultades de España tiran de amigos o de compañeros para realizar esta labor. Rubén Pérez insiste en las ventajas de recurrir a un profesional. «Nos creemos tanto nuestro personaje que somos capaces de salir de cualquier situación que se atasque», indica. Y es que la labor de los actores trasciende muchas veces los límites del espectáculo y del entretenimiento para discurrir por distintos derroteros.

«Servimos para otras ramas de la sociedad. En el campo educativo, mi experiencia como profesor, me ha demostrado las posibilidades que brinda el teatro para el crecimiento y educación integral de la persona. Las estrategias dramáticas ayudan en la intervención social, a la hora de hacer participar a las comunidades y colectivos en la resolución de sus problemas sociopolíticos. Por otro lado aportamos en el ámbito del cambio personal, conectando con la psicoterapia, o con la psicología positiva. La formación que ofrece el teatro se aplica en el sector de las empresas para la mejora profesional. Y en las cárceles, en los hospitales, en países en guerra...», explica Lázaro.

Todas estas posibilidades las contemplaron las coordinadoras de Arte y Cultura como Terapia contra el Alzhéimer, una iniciativa desarrollada en la Unidad de Demencias del Hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia, que sirvió para abrir con el arte una nueva línea de investigación en torno a esta mal.

Desde 2008, bajo la dirección de la directora médica, Carmen Antúnez Almagro, y la doctora en Historia del Arte, Halldóra Arnardóttir, el proyecto propone nuevos caminos y estímulos para ampliar el campo del tratamiento no-farmacológico contra esta enfermedad.

¿Y para qué sirve un actor en este proyecto? «Las emociones han sido siempre un ingrediente fundamental en nuestra labor. A la hora de plantear cómo acercarse a ellas, surgió el nombre del videoartista Bill Viola, ya que había trabajado las pasiones en una de sus exposiciones, y contó con actores profesionales para llegar a las emociones. Supimos que este ejercicio para personas con el alzhéimer sería un autentico desafío y por lo tanto nos pusimos en contacto con la escuela de arte dramático en Murcia para pedir su colaboración», explica Arnardóttir.

«El papel del actor es fundamental. Él conoce técnicas para llegar al espacio interior de las personas. Puede provocar sentimientos que son sinceros y sin pretensiones. Ese factor era muy importante para la realización del taller. No era cuestión de imitar al actor sino de sentir lo mismo que él expresaba en silencio. Es decir, responder con empatía con una expresión facial. El objetivo era fortalecer el lenguaje facial de las personas con alzhéimer, para que estén mejor preparadas para expresarse, y sepan comunicar cómo se sienten cuando el lenguaje les empieza a faltar», argumenta.

Juanjo Pastor estudiaba en la Escuela Superior de Arte Dramático de Murcia cuando tuvo ocasión de participar en esta iniciativa. «Ayudamos a los pacientes a expresar sus sentimientos y a recuperar su memoria emocional. Ellos se mostraban muy receptivos y motivados. Es una sensación única colaborar con personas para mejorar un poquito su calidad de vida», cuenta.

La misma sensación tuvo Jorge Picó cuando, juntó con una trabajadora social de la asociación Ambit, que persigue desde 1993 mejorar las condiciones de las personas reclusas, puso en marcha un taller en la penitenciaría de Picassent. «Escogíamos temas sencillos y a partir de ellos tratábamos de establecer una conversación o de provocar un sentimiento», narra. Para eso servía en este caso un actor. «Tratábamos de restituir a los reclusos algunas propiedades atrofiadas u olvidadas por el entorno, como el diálogo o el relato. No era sencillo, lidiábamos con el conflicto, nos metíamos por las pequeñas grietas del muro», aclara.

«El actor es una pieza más de un grupo que mira a otro grupo y sirve como espejo», define Picó.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios