Otra película de Berlanga en Mestalla
El Valencia encalla en la zona donde se va a jugar el descenso a Segunda
héctor esteban
Domingo, 20 de noviembre 2016, 14:20
El Valencia es un equipo de manicomio. Siempre figurado, no se molesten los susceptibles. Un conjunto desgobernado y simple. Fruto de una planificación deficiente. La consecuencia de haber echado el verano por la borda. El tiempo que se tuvo para armar una plantilla se malgastó en nadie sabe qué. La improvisación ha sido una hoja de ruta de la que el director deportivo, Jesús García Pitarch, debe rendir cuentas. Hace semanas se quejaba de la anormalidad de las preguntas de los periodistas. Hoy, lo que es anormal es la ausencia de respuestas. El Valencia de Prandelli no ha mejorado al de Ayestarán, aquel que dijo al termino de la temporada pasada que era el entrenador ideal para el proyecto que le contaron. Fue el primer engañado. El tiempo ha demostrado que aquel relato era mentira, la más gorda de todas. Meriton no tenía más proyecto que llevar a un club casi centenario al esperpento. Y en esa labor hay muchos cómplices. Entre las semanas que separan a Ayestarán y Prandelli la propuesta se mantiene: un disparate. Tardes de Berlanga en Mestalla. Sobre el césped, la disposición puede ser en muchos momentos cómica, descacharrante. Pero remueve conciencias, encoge el corazón valencianista y apunta al cerebro, a pensar sobre una realidad que lleva al club a una descomposición absoluta. El primer tiempo de ayer ante el Granada relata la triste realidad de un equipo en barrena. El engredro que creó Lim la temporada pasada ha dado paso a una broma macabra.
Ante el último clasificado de la tabla y después de marrar oportunidades de todos los colores, los jugadores hilaron el ridículo jugada tras jugada en la primera parte. La de Parejo y Mangala en el centro del campo propia de un partido de querubines. La de Enzo Pérez sólo con el balón en los pies, impropia de un internacional. «Hemos tocado fondo», decía el capitán al acabar el partido. Quizá, lo más sensato que se dijo y propuso ayer en Mestalla. El Valencia va a luchar por no descender. No es ser agorero, es lo que ahora mismo dicta la realidad. La temporada es el mayor desastre que se recuerda en la ciudad. En otras épocas hubo días malos pero nunca fueron como lo que ahora se viven en un estadio que sufre. Una angustia que digiere la grada como testigo directo mientras el dueño del club ni siente ni padece allá en Singapur.
Ayer el Valencia fue incapaz de ganarle al Granada, el último de la Liga, el más goleado y el menos goleador, un equipo que debe enfilar el camino de Segunda por el bien del fútbol, para dignificar la que llaman la mejor liga del mundo. Alcaraz aterrizó en Valencia con su mentira, la de los tres centrales. La verdad es que el técnico andaluz lo único que hizo fue hormigonar su área para no perder e intentar que sonara la flauta al contragolpe. Rácano. Esa miseria le llevó a lograr un punto, que a punto estuvieron de ser los tres.
El Valencia vive en su día de la marmota. Tuvo dos claras en la primera parte. La de todos los días de Rodrigo. Con el mundo a favor, apuntó a Ochoa. Luego Nani también estuvo en disposición de poner a su equipo en ventaja. Nada, agua, siempre agua. Ante tanto despropósito, el Granada se movió con solvencia en el caos. El centro del campo del Valencia, uno de los dos grandes males de este equipo -el otro está en el centro del campo- naufragó como cada jornada. El equipo de Prandelli no ejecutó al Granada cuando lo tuvo a tiro. Tanto error lo sumió en la tradicional depresión que le dejó a merced del rival. Los andaluces se pudieron ir al descanso con un mínimo de dos goles de ventaja. La suerte para los locales y el drama para Alcaraz es que Kravets, un percherón ucraniano, anduvo con el tiro desviado. A punto de terminar el primer acto, como ya hizo el Deportivo en Riazor, llegó el gol del rival. Fue Carcela el que sin peajes se plantó delante de Alves para colocarla con maestría. El apocalipsis empezaba a tomar forma en Mestalla.
La bronca de Prandelli en el descanso debió de ser contundente. Sin dobleces. Las cartas sobre la mesa. Para que den un paso al frente los que de verdad quieran estar en un barco con tantas fugas de agua que apunta al naufragio si no hay fichajes en invierno. Por encima de la Unión Europea y de todo lo que venga. La bronca, si la hubo, hizo el efecto deseado. Munir salió a escena. En la primera jugada llegó el gol del empate. Nani dibujó la esperanza.
A partir de ahí, zafarrancho de combate con preocupante desorganización. Por fuera, por dentro, pero sin efectividad. Bakkali estuvo a punto de maquillar el despropósito con un balón que sacó Ochoa de milagro. Mario Suárez, por su parte, remató fuera un centro al que llegaba en mejor disposición Munir. La imagen de Alves al final del partido en el área contraria para rematar un centro en la jornada 12 y ante el colista fue el mejor epílogo a una tarde berlanguiana. A día de hoy, el Valencia batalla para evitar el descenso con más de media liga por delante. Un drama para un equipo en caída libre social y deportiva.