Salvar el río, construir la ciudad del futuro: los nuevos puentes sobre el viejo Turia
El definitivo salto del río llegó con la modernidad y adoptó el nombre de Calatrava en los casos más recientes: su firma y la de otros profesionales alteró la fisonomía de Valencia con los nuevos puentes
Cuentan las crónicas y los libros de Historia que el proyecto fallido de Valencia al mar se truncó, entre otra serie de factores, porque la burguesía dominante hace un siglo impuso su criterio, según el cual no convenía a la ciudad saltar el Turia hacia el norte: mejor quedarse a esta orilla del cauce, que entonces era el único. Lo de llamarle viejo vendría mucho después, cuando la riada del 57, el Plan Sur, la Gran Valencia y (por supuesto) el nuevo cauce, que tributa ahora en el Mediterráneo bastante más al sur. Pero esas quejas de la clase dirigente apuntan también hacia unas cuantas décadas después, cuando en efecto por fin Valencia saltó el río, emprendió la conquista del territorio que se expandía hacia ese espacio más o menos virgen y (sobre todo) modificó para siempre su fisonomía. Reputados arquitectos obraron el prodigio: hoy es imposible mirar la estampa de la ciudad sin reparar en cómo esas estructuras, de diseño renovadísimo y avanzada técnica, merecen la admiración de quienes nos visitan. Pero no siempre fue así.
Al margen los cinco puentes históricos que tanto conmueven nuestro corazón tan valenciano, la historia que forja la ciudad con las dos orillas del río dispone de unas cuantas vueltas de reconocimiento (las idas y venidas de cada proyecto por las entrañas municipales) hasta que el Ayuntamiento propina en cada caso el banderazo de salida y activa esa aventura que en algo recuerda, salvadas todas las distancias, a la conquista del Oeste de la lejana América. O la expedición a los Polos de Shackleton y compañía. Nuestros antepasados, salvado el trance de derribar la muralla, también debieron pensar que era buena idea forzar los límites del término municipal y explorar las posibilidades dormidas en ese espacio que hoy integra el conjunto de la trama urbana con naturalidad y cierta gracia: debe concluirse que misión cumplida.
No sería sencillo. Hasta trece obras nuevas necesitó el propósito de tender puentes entre las dos Valencias: el primero, de alma republicana, el llamado Puente de Aragón, que conecta la ciudad con la avenida homónima y representó en su día, allá en 1933, casi una extravagancia. Por primera vez Valencia salía de sus confines tradicionales para colonizar las afueras, un proceso que el paso del tiempo haría irreversible, para nuestra fortuna. Obra de Arturo Monfort (Valencia, 1868), un ingeniero pionero en el ámbito de la ingeniería civil, se le recuerda en la historiografía al respecto (como la publicación 'Puentes de Valencia') como un avanzado profesional muy dotado para «la innovación y la experimentación con nuevos materiales y técnicas». A él le debemos esta magna obra que nos conduce desde la Gran Vía Marqués de Turia hasta el entorno de Viveros con una majestuosidad a la altura de los alardes técnicos que la hicieron posible. Un posible modelo para sus hermanos menores, esa docena de puentes que a partir de entonces protagonizó el mismo fenómeno: ponerse al servicio de la transformación urbana. Convertir a Valencia en la gran ciudad actual.
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Es el caso del puente construido inmediatamente después. En orden cronológico, llegó el turno del levantado en Campanar, una infraestructura sostenida mediante un ejemplar ejercicio de ingeniería sobre un haz de vigas que le confieren desde 1937 una fisonomía muy particular. Obra de Arturo Piera, serviría de inspiración para otros miembros de esta misma parentela que también nacieron de su tablero: por ejemplo, el del Ángel Custodio, una pieza de 1947 donde se observa igualmente la apuesta de su artífice por participar a la ciudadanía de las ventajas de los nuevos lenguajes constructivos. Piera, nacido en Valencia en 1887, fue como Monfort un profesional muy avanzado para su tiempo, como se pudo comprobar años después cuando participó en la factura del puente de las Glorias Valencianas: firmado por el despacho del célebre ingeniero riojano Carlos Fernández Casado, este viaducto se ayudó de las aportaciones de Piera para contribuir al mismo propósito de reconvertir Valencia en una potencia urbana del Mediterráneo.
Un objetivo que precisaba como principal activo aumentar su número de habitantes (la ciudad pasó de 310.000 vecinos en 1930 a más del doble en apenas 40 años), para lo cual resultaba imprescindible, en buena lógica, que también creciera el territorio urbanizado. Así que del lejano 1932, en plena II República, cuando Federico Gómez de Membrillera despacha el Puente de Astilleros, hasta el erigido 60 años después en Monteolivete por José Antonio Fernández Ordóñez (otra cima de la profesión) y Julio Martínez Calzón, transcurre el tiempo suficiente para aceptar que la ciudad ya es otra. Que eran absurdos los temores de aquella burguesía reacia a transigir con todo proyecto que modificara el semblante de la Valencia de toda la vida: seis puentes después, el conjunto respiraba una mayor armonía, sin estar la población constreñida en un magro espacio que dificultara la vida corriente y limitara sus ambiciones.
A Calatrava se deben unas cuantas obras: la primera, el del 9 d'Octubre; la última, el construido para salvar el Azud de Oro
Sonaba entonces la hora definitiva, el momento triunfal de este proceso mediante el cual por fin tiene sentido eso de llamar al río que discurre por la almendra central como viejo cauce. Es viejo porque ya hay uno nuevo. La riada de hace 68 años altera dramáticamente la configuración de la ciudad, que se cura las terribles heridas mediante una serie de decisiones urbanísticas cuyos beneficios aún nos acompañan. Hace 50 años, poco después de la muerte del dictador Franco, se acometen los primeros pasos para convertir el Turia en un jardín, toda vez que los puentes que se habían ido construyendo hacían posible saltar de una orilla a otra al tráfico a motor y al peatonal. Suenan por lo tanto los clarines que anuncian un nuevo mañana: entre los años 1988, cuando Santiago Calatrava pone su firma al pie del puente del 9 d'Octubre, hasta que 20 años después se inaugura otra criatura suya, el del Azud de Oro, median esas décadas prodigiosas durante las cuales se opera la transformación definitiva de Valencia.
No sólo al arquitecto nacido en Benimámet en 1951 se debe este prodigio. Debe anotarse que el listado de profesionales movilizados para la causa es amplio y de prestigio. Leonardo Fernández Troyano, uno de los padres de la ingeniería española en esta rama de su oficio, es autor del hermoso puente de Les Arts, fechado en 1998. La pareja formada por José María Tomás y Juan Francisco Moya deja la huella de su talento en el delicado proceso de renovación del Pont de Fusta. Era el año 2012; una década antes se había alumbrado el Puente de las Flores, debido a José María Valverde y aún hay que remontarse un poco más en el tiempo para tropezar con otras convertidas como todas ellas en icono de la ciudad. El puente del Reino, un encargo de Salvador Monleón fechado en 1999, y el puente de la Exposición, obra también de Calatrava (autor además en 2007 de la prolongación del ubicado en Monteolivete) datada en 1995, integran desde entonces el depósito sentimental de Valencia porque sirvieron al objetivo central de hacer más transitable el jardín del Turia, al que puede accederse a conveniencia gracias a la aportación de los puentes que lo cruzan. También mejoran la organización interna de la ciudad, según la secuencia histórica: porque aunque el contenido de la exposición que conmemora los 160 años de LAS PROVINCIAS excede (hacia atrás) el tiempo en que se construyeron los puentes históricos, tiene pleno sentido pensar que cuando se celebren los próximos 160 años de nuestra vida habrán surgido otros nuevos puentes que construyan la ciudad del futuro. Con seguridad ése fue el destino que guió la edificación de los que protagonizan estas líneas: no sólo salvar los obstáculos del camino, sino superar los accidentes de la historia. Tender puentes es una vocación enraizada en el ADN valenciano. En todos los sentidos.
La exposición
Con motivo del 160 aniversario de LAS PROVINCIAS, la muestra recorre el cambio urbanístico de la ciudad donde nació y tiene su sede.
- Dónde. Centre del Carme Cultura Contemporània.
- Sala. Sala Dormitorio, en el piso 2.
- Fechas. Del 11 de diciembre a mediados de febrero.
- Horario. De martes a domingo, de 10 a 20 horas
- Acceso gratuito.
La ilustración
Para cada hito hemos seleccionado a un artista plástico.
Nuria Tamarit - Vila-real 1993
Los textos
Sobre cada hito reflexiona un escritor, periodista, arquitecto o profesor.
Miquel Nadal - Escritor