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¿Quién es Ester Alba Pagán?

¿Quién es Ester Alba Pagán?

Peleó por su vocación docente en un hogar con el padre en paro y tres hijos estudiantes, siempre «con la espada de Damocles encima». Ese mismo tesón le permitió superar un divorcio para compaginar el decanato y el cuidado de sus dos niños

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Miércoles, 5 de abril 2017, 20:41

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La exdecana de la facultad de Geografía e Historia, Elena Grau, entra al despacho que ocupó hasta 2012. Lleva una chaqueta de punto a quien la sucedió en el cargo, Ester Alba Pagán. «Es que ha venido hoy muy fresca, con el tiempo que hace». Suenan a palabras de madre. Es lunes de la semana de Fallas y llueve sin parar en Valencia. Esta anécdota dice mucho del carácter de una mujer brillante, empática y comprometida, que en su día encontró su vocación en la Historia del Arte y que ha llegado a los cuarenta metida en un cargo por el que aparcó su actividad investigadora y también una parte de sí misma.

-Le confieso que Historia es para mí una vocación frustrada, en parte por los comentarios familiares para estudiar algo de provecho. ¿Tuvo usted presiones en ese sentido?

-Yo era la típica niña con muy buenas notas. Fui matrícula de honor en COU y claro, me decían: «Con las posibilidades que tú tienes, ¿cómo vas a hacer Historia?» Mi madre, enfermera, intentó que me inclinara hacia la rama de la Salud e incluso en BUP lo intenté, llegué a elegir ciencias, pero me sentí frustrada y supliqué que me cambiaran a letras puras. Me encantaba el latín y el griego, la historia, el arte, me sumergía de tal manera que sabía que era mi vocación.

-Fue incluso premio extraordinario de carrera. ¿Tenía claro que lo suyo era la universidad al acabar?

-Tenía claro que quería investigar, pero cuando me gradué estaba en un momento muy difícil, con mi padre en paro porque la editorial para la que trabajaba se marchó a Barcelona y él no quiso separarse de su familia. Somos tres hermanos, nos llevamos un año y estudiaban también, uno Informática y la otra Filología Hispánica. No había una situación muy boyante en casa para que me dedicara durante años al doctorado. Así que con la espada de Damocles encima me dediqué a solicitar becas. Estuve en archivos, en la Conselleria y en un instituto. Allí vi que la docencia también me gustaba.

-Y ha pasado por todos los escalones dentro de la facultad.

-Yo siempre he estado muy comprometida con la universidad, y con el tiempo he ido sintiéndome cada vez más orgullosa de pertenecer a ella. Vincularme a cargos fue un ejercicio de responsabilidad porque merece la pena luchar.

-Cuando el cargo lo ocupa un hombre siempre dice que su mujer le apoya, que tiene alguien que se ocupa de la familia. ¿Es mucho más difícil en el caso de una mujer?

-Desde luego, y además me divorcié, con lo cual estoy sola.

-¿Y cómo consigue eso tan utópico que es conciliar?

-Es muy complicado, tienes que renunciar a algo. He dejado de tener tiempo para mí. No voy al gimnasio, no me permito tomar cervezas con amigas Mis padres me apoyan en cuestiones diarias como recoger a los niños del colegio, pero yo siempre intento hacer los deberes con ellos, y aunque ya tienen trece y once años la mayor está camino de la adolescencia, una época que requiere muchísima dedicación, incluso más que cuando eran pequeños Esto se complica por momentos (bromea). Además, tampoco quiero perdérmelos. Saco tiempo de debajo de las piedras.

-Dicen que abrirse paso en la universidad no es fácil, con una carrera muy competitiva por conseguir méritos.

-Es cierto, pero a pesar de ello me apetecía ser madre, vivir la experiencia, y no quería arrepentirme en el futuro por haber renunciado a ello. Y eso que pasé épocas difíciles, con mi hija con pocos meses; daba clase, me iba a darle el pecho y volvía. En algunos momentos si no los hubiera tenido a ellos detrás como motor, como fortaleza, habría tirado la toalla. Ahora quiero complicarme la vida porque es importante que el mundo en el que vivan sea mejor, sobre todo para ellas.

-Muchas mujeres que triunfan profesionalmente tienen atrás a un hombre que las ayuda.

-A veces sí, y eso sería lo ideal. En mi caso fue el motivo de mi divorcio, eso de quedarse atrás, de no estar a la altura. Al principio lo viví como una frustración pero después te das cuenta de que es para mejor, que te permite volar. Esas actitudes inconscientes te ponen una losa en los pies.

-Confiéseme: ¿Pedía ir a museos ya de pequeña?

-(Ríe) Sí. Me viene de mi abuela, una mujer increíble. Apenas sabía leer y escribir, a los ocho años servía en casas de postín, subida a un taburete para lavar los platos, y cuando ya de mayor la veías en un museo te emocionabas. Nos contagió su pasión por el arte. Tanto que mi padre, ya jubilado, escribe poesía, afición que heredó mi hermana y ahora mi hijo. La mayor es, como yo, una abogada de las causas perdidas.

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