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Eduardo Criado y su madre, en su residencia de El Puig.

La casa de Eduardo Criado

El empresario y su madre disfrutan de una tranquila vida en El Puig

Elena Meléndez

Lunes, 4 de julio 2016, 21:31

En una agradable urbanización de El Puig, rodeada de árboles y con unas bellas vistas al mar, se encuentra la casa familiar de Eduardo Criado y su madre, María Dolores Docando; el lugar donde crecieron Eduardo y su hermano Juan, quienes pasaban las tardes explorando la zona en compañía de los amigos que vivían cerca. «Reina la tranquilidad. Es cierto que tienes que coger el coche para todo, pero la parte buena es que vives a otro ritmo», explica Eduardo. María Dolores, gallega, se fue con 18 años a Londres y allí conoció a Juan Carlos, su marido, que era madrileño. Él trabajaba en una consignataria y pidió el traslado a la costa, porque siempre le ha fascinado el mar. «Primero aterrizamos en una de las urbanizaciones, luego nos cambiamos a un adosado y al final compramos esta parcela para construir nuestra casa. Mi marido había estudiado Arquitectura y, aunque no terminó, le encantaba. Lo hicimos todo a su gusto».

La vivienda es de estilo clásico y para los suelos de la planta baja se empleó mármol. «Nos parecía un material muy fresco y además nos gustaba visualmente. Lo puso nuestro vecino». La cocina, amplia y luminosa, la vio María Dolores en el escaparate de una tienda de Poeta Querol y se enamoró de ella. Le encantaron las pilas vaciadas de mármol, mientras que los muebles de madera se los hicieron a medida. El bajo de la zona de fuegos lo decoraron con la parte delantera de una cocina antigua que sirve de frontal para guardar las ollas y otros utensilios. La planta superior la ha reformado hace sólo unos meses. «He redistribuido el espacio, he puesto parqué, camas de matrimonio, cabezales blancos... Lo he preparado todo para cuando vienen los nietos. Al marcharse mis hijos me apetecía dar otro aire a la zona de descanso. Para mi habitación escogí un papel estampado en tonos de amarillo».

El sótano, un espacio muy grande, acoge el despacho que construyó Juan Carlos con ayuda de Eduardo, una pequeña sala de estar y una gran mesa donde organizaban cenas con amigos y un montón de niños. En toda la casa hay señales de la pasión marinera que marcó la vida del cabeza de familia y que durante años pudo disfrutar. Varios barcos a escala con todo lujo de detalles, un gran coral, el pico de un tiburón sierra, cañas de pescar, pequeños marcos de fotografías y collages con imágenes de los viajes de pesca que Juan Carlos realizó por todo el mundo. «Abajo está el pez más grande que ha pescado mi padre. Fue en Cancún durante una visita de trabajo que hizo junto a mi madre», recuerda Eduardo.

Cuando su padre se prejubiló, todavía le quedaba mucha energía. Decidió iniciarse en el negocio de la hostelería con la apertura de algunos locales, camino que Eduardo continuó. El joven empresario es propietario de la cadena de restaurantes Taberna de la Reina junto con su madre y su hermano Juan, que acaba de abrir su último local en la plaza de la Reina. De su padre, que visitó numerosos países por motivos profesionales, ha heredado el instinto emprendedor y el interés por ver mundo. Como huella queda en la casa una larga lista de objetos procedentes de Japón, Tailandia o México. El jardín crece abundante alrededor de la casa y junto a la piscina crearon un porche ideal para leer que incluso en los meses de calor mantiene una temperatura agradable. Pese a que María Dolores vivió una temporada en pleno centro de Valencia para ver qué tal se le daba lo urbano, a los pocos meses decidió volver al que considera su hogar. «Echaba mucho de menos mis plantas. Allí me veía encerrada entre cuatro paredes y no tenía ningún recuerdo. La encontraba fría. Me faltaba todo lo que tengo aquí».

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