Senda: blanca ociosidad. Una mirada de Miguel Hernández sobre el palmeral y la sierra
El poeta ya tiene su mural, inspirado en los de San Isidro, en la ladera que baja a la calle de Arriba
MIGUEL RUIZ MARTÍNEZ
Domingo, 2 de agosto 2015, 12:26
Miguel Hernández ya tiene su mural, inspirado en los de San Isidro, en la ladera que baja a la calle de Arriba. El autor del megarretrato lo presenta a partir de la mirada del poeta. Ojos claros los de Miguel. Que si verdes, que si azules. Muchas personas los han descrito. Yo me quedaría con lo que dice de su amigo y de sus ojos Vicente Aleixandre. Jesucristo Riquelme acaba de publicar un trabajo sobre la relación especial entre ambos, 'De Nobel a novel. Epistolario inédito de Vicente Aleixandre a Miguel Hernández y Josefina Manresa'. Hernández mira desde lo alto el mediodía y el levante de la ciudad y la huerta. Mirada que recuerda las del escritor desde la huerta. Veamos una de ellas anotada en una décima cuyo primer verso dice «Senda: blanca ociosidad», que los editores de 'Obra completa' sitúan en el apartado 'Poemas sueltos, II'.
El poema se inscribe dentro de dos aspectos de la poesía hernandiana de esta etapa temprana. El arte del trovo y la adivinanza. Juego entre trovero y escuchantes, en este caso, lectores. Presenta, en este poema, cuatro definiciones resueltas en metáforas, y una adivinanza general. Procedamos a la deconstrucción del poema, antes de que el paisaje a que se refiere quede destruido para siempre por la invasión desaforada del urbanismo y la modernización de las explotaciones agrarias. Hay que tener presente también en el análisis algo que dice Agustín Sánchez Vidal, uno de los más importantes estudiosos de la obra hernandiana: los poemas de 'Perito en lunas' y su entorno son capaces de soportar innumerables, casi infinitas, interpretaciones.
«Senda: blanca ociosidad». Una senda es un camino blanco, así describe el poeta los caminos huertanos, polvo de greda y arcilla, provenientes del tarquín de las riadas del río y de la rambla de Abanilla. Un camino es una blanca ociosidad: no produce nada, solo sirve para caminar, para pasear, es algo relacionado con el ocio.
«Reincidencia: carretera». La carretera: misma función que la senda, reincidencia. El mismo ocio, mismo color. Además, la carretera va paralela a la senda, paralelismo derivado de la organización del parcelario desde tiempos inmemoriales en torno a los caminos tradicionales del agua.
«La luz: dispuesta beldad/ contra la de la palmera». La luz es una belleza que lucha contra otra belleza, la de la palmera, la del Palmeral. Luz del amanecer, dispuesta perpendicularmente contra la vertical de los troncos de las palmeras a esa hora mágica de la aurora.
«Ladera picapedrera:/ con fidelidad retrata/ el tren, el gallo, la mata/ de heralda galanía/, luna de lejanía/ que la luz hace inmediata». Una ladera picapedrera, con canteras, pedregosa, abarrancada, que parece una luna lejana, queda retratada por varios elementos, a través de la vista y del oído: el gallo, el tren y la luz. Esta ladera picapedrera está definida por el gallo, que es como una mata con muchas plumas que parecen hojas, el galán de las gallinas. Galanía heráldica: el gallo es el heraldo del sol naciente. Cuando lanza su canto gozoso, este rebota en la sierra, manifestándose el eco: el canto del gallo define, a través del sonido, la ladera. Lo mismo hace el tren, que retrata la ladera picapedrera, pues al pasar por la vía, al soplar el viento dominante de levante, lleva el silbido de la máquina, el traqueteo de los vagones, contra la ladera, y el eco define el accidente geográfico. La luz del amanecer, que viene de oriente, conforma definitivamente el piedemonte de la sierra, que tiene forma de media luna, y está orientada al este.
Demos un paseo, de la mano del poeta. Al alba sale de la casa de la calle de Arriba, echa por el callejón hacia la calle de Santo Domingo. Pasa por delante de la larguísima fachada del monumento, hacia la puerta de Callosa, cuyo vano retrata los preludios rosados del amanecer. Por el Camino Viejo de Callosa, siempre en paralelo a los caminos tradicionales del agua, llega a la Senda de Masquefa, que puede ser la «blanca ociosidad» del poema. A ambos lados del camino, cultivos verdes, pura geometría, huertos, alguna casa. Por una asociación de ideas establece que a la vuelta echará por la carretera que viene por el Escorratel, que penetra por entre el Palmeral.
En el momento en que nuestro poeta va por el partidor de los heredamientos de Masquefa y el Palomaré, sale el sol todopoderoso entre las brumas, y su luz, extraordinaria beldad, choca de golpe contra el denso palmeral que hay allá al otro lado del Palomaré. Una hermosura, la de la luz, pone de manifiesto la belleza del Palmeral de San Antón. Hay más. Ese amanecer, como la mayor parte de los amaneceres de la comarca, está presidido por el levantico que viene del mar. Vientecillo que empuja los sonidos hacia el Palmeral y el circo de laderas que lo envuelven. Y ese límite de piedra los devuelve a través del eco. Canta un gallo en un corral: el kikirikí rebota en la ladera. Ladera que abraza al Palmeral: varias canteras: la de pórfidos del Oriolet, la del cinabrio, la de adoquines y piedra de construcción del Empalme de Abanilla, las zonas de aprovechamiento de gravas de todo el piedemonte, las excavaciones que desde finales del XIX y principios del XX han llevado los arqueólogos, los buscadores de tesoros, los mineros.
¿Y la «luna de lejanía»? Varias soluciones posibles. La ladera tiene forma de media luna. Pero también las canteras tienen forma de media luna. Mírese la cantera fósil que todavía muestra su hueco en el arranque de la subida de la carretera al Túnel. Todavía más: la luna, creciente, o menguante, que no se acuerda el paseante, se pone por ese lado de la ladera, si se mira desde la senda de Masquefa, o desde la carretera del Escorratel.
Comprobemos las observaciones anteriores. Al alba salgamos de la casa del poeta. Vayamos por donde pasó «mil gracias derramando» con sus versos. Hagamos coincidir la hora de la salida del sol con la llegada al partidor de Masquefa y el Palomaré, artefacto hidráulico que todavía emerge poderoso sobre la superficie de la tierra fecunda. Miremos la belleza del Palmeral y de la Sierra, como si de un cuadro impresionista se tratara. Regalo que nos dejó nuestro paisano a principios de la década de los años treinta del siglo pasado, cuando la primavera parecía que había venido.