Yo solo quiero ser feliz
Cuando llueve, percibimos un olor muy especial. La hierba, las piedras y la misma tierra liberan un suave aroma muy característico. Es un momento ideal ... para sentarse a descansar, junto a una fuente o en un recodo del camino, desde donde solo preocuparse por disfrutar de lo que no se ve a simple vista.
Recuerdo que pocos días después de mi ordenación sacerdotal, alguien me preguntó si ya sabía a dónde me iban a enviar. Respondí que aún no. Acto seguido me preguntó: «¿Y dónde te gustaría que te mandaran?» Lo pensé un momento y le respondí: «No lo sé, yo solo quiero ser feliz». En estos días, cuando muchos caminamos cabizbajos y tristes, me hago una pregunta, y os invito a que os la hagáis también vosotros: ¿soy feliz?
Recuerdo también otra noche lluviosa, cuando caminaba con una mochila junto a dos de mis hermanos, buscando un lugar que habíamos conocido estando de campamento muchos años atrás. Yo los guiaba, confiaban en que conocía bien el camino. Pero, tras un buen rato andando, mi hermano empezó a dudar: «¿Seguro que es por aquí?». Antes de que pudiera contestar, mi hermana menor dijo: «Yo creo que no vamos a ninguna parte». A pesar de la duda, finalmente llegamos a nuestro destino. Sin embargo, durante este trayecto, no pude dejar de preguntarme si lo que decía mi hermana no reflejaba, en cierta medida, lo que muchas veces sentimos en la vida. A veces, gastamos nuestras mejores energías persiguiendo mil historias que prometen dárnoslo todo, pero que en cambio nos devuelven nada. El viento, el frío y la nieve han esculpido su rastro en un paisaje que sería incompleto sin esas marcas en la tierra y en las rocas. Es necesario regresar, de vez en cuando, a esos lugares donde se ha dibujado el maravilloso escenario de nuestra vida. Al contemplarlos, identificamos el sendero que hemos ido recorriendo a lo largo del camino. Mojada o no, la tierra siempre huele a esperanza.
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