El tren, en vía muerta
El ferrocarril clásico, con todo su glamur a cuestas, se extinguió, mientras el moderno corre riesgo de morir de éxito
En la reciente eliminatoria de ascenso a Primera división todo el mundo iba con el Oviedo, que sin duda es un club simpático, mientras yo ... animaba al Mirandés. ¿Que por qué? Porque es de Miranda de Ebro, importante nudo ferroviario. O eso al menos estudiábamos en la Geografía de 7º o de 8º de la EGB, con aquellos mapas económicos de España que dibujaban naranjas en Valencia, cereales en Castilla, olivos en Jaén, cerdos en Extremadura o altos hornos en Asturias y el País Vasco. Y que señalaban los cruces de las vías más importantes del ferrocarril, del llamado «ancho ibérico», en localidades como la citada Miranda, Venta de Baños o Alcázar de San Juan, que vivían totalmente entregadas al tren. El AVE lo cambió todo. Para bien, por supuesto, pero también para mal. Para bien porque, por ejemplo, viajar de Valencia a Madrid se ha convertido en algo fácil y asequible, al alcance de casi todo el mundo, muy práctico, muy cómodo. Nada que ver con el engorro del avión, con esos aeropuertos inabarcables, demasiado grandes, inhumanos e intimidatorios. Para bien, porque ha permitido sacar muchos coches de la carretera para meter a sus pasajeros en un medio de transporte no contaminante. O contaminante de otra manera (los trenes hay que fabricarlos y mantenerlos, la catenaria va con luz que hay que producir, las vías se colocan sobre una estructura que representa otra cicatriz más en el territorio...). Para mal, porque ha reforzado la centralidad de Madrid al multiplicar las opciones de ocio y negocio de la capital de España. Reconozcámoslo (de vez en cuando no pasa nada): no vimos venir todas las implicaciones de una obra que reivindicamos con entusiasmo, yo el primero (o el segundo, el primero Federico Félix) y que ha servido a Valencia, pero más a Madrid. Para mal, también, porque el AVE ha sentenciado al tren convencional, al de toda la vida. No se trata de tirar de nostalgia por el desaparecido borreguero y sus trayectos interminables. Pero la progresiva eliminación de rutas, la reducción de servicios y la desaparición de estaciones condena a muchos pueblos de esa España rural que languidece ante una realidad urbana que se concentra a lo largo de la costa -prefentemente la mediterránea y, en menor medida, la atlántica- así como en la todopoderosa Madrid. Que es cada vez más -gracias al independentismo catalán, que ha condenado a Barcelona a un papel menor- una especie de París, un foco que irradia una luz potentísima en comparación con el resto de ciudades del país. El AVE no entiende de vertebración regional, de sensibilidades locales, y si tiene que dejar de parar en Sanabria, provincia de Zamora, para llegar antes a Vigo, los gestores ferroviarios no lo dudan: adiós, Sanabria. Ya tuvimos que decir adiós a las despedidas en las estaciones, a la pareja de enamorados que apuraban hasta el momento en que el tren arrancaba, a la madre que lloraba por el hijo que se iba a la mili. Y también nos quedamos sin los coches-cama, la forma más novelesca y cinematográfica de viajar, nada que ver con los cruceros (una horterada, querido Iñaki Zaragüeta, lo siento pero es así. ¿Cómo vas a comparar el glamur de 'Asesinato en el Orient Expréss' con la americanada de 'Vacaciones en el mar'?). Pero por si todo esto fuera poco llega ahora el previsible riesgo de colapso de la red. Un sistema sobre el que antes trabajaba un operador y ahora lo hacen varios, una posibilidad de elección que es magnífica para el viajero (una economía de libre mercado que no parece entender el ministro Óscar Puente) pero que pone en riesgo la viabilidad y la eficacia de este medio de transporte. Con las mismas líneas y con las mismas vías, con el mismo personal, no se puede pasar de ocho o diez circulaciones por trayecto y día a treinta o cuarenta. Los colapsos que está provocando la ineptitud del Gobierno eran más que probables. Ojalá me equivoque, pero me temo que no van a ser los últimos. El titular de El Mundo del viernes era explícito: 'El monitor de riesgos de Adif que explica el colapso: «Va a ir a más»'. La necesaria liberalización no se acompañó de la renovación tecnológica y de la actualización de la infraestructura que semejante reto demandaba. El resultado: trenes parados en mitad de la nada, viajeros esperando durante horas en las estaciones con una sensación de desamparo absoluto, incertidumbre ante cada nuevo viaje en tren... El tren clásico agoniza porque ha tenido que dejar su sitio al tren moderno, al AVE. Pero ahora, ese tren moderno corre un serio riesgo de entrar en una vía muerta. Cuidado.
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