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¡Dejad en paz el Ártico!

¿Por qué no se conformarán con ver una buena película en lugar de destrozar uno de los pocos espacios naturales que nos quedan?

Pablo Salazar

Valencia

Sábado, 21 de junio 2025, 23:32

De los géneros cinematográficos que captan mi atención, las películas de submarinos y aquellas que tienen como escenario un paisaje helado gozan de mi predilección. ... Entre las primeras, preferentemente las que discurren durante la II Guerra Mundial. Porque navegar en los sumergibles que combatieron en el Atlántico, el Pacífico o el Mediterráneo requería ser casi un superhombre. En la última que he visto, 'Comandante', de 2023, se cuenta la historia real del italiano Salvatore Todaro, quien estando al mando del 'Comandante Cappellini' decidió rescatar a los 26 tripulantes del mercante belga 'Kabalo', que previamente había torpedeado y hundido, salvándoles de una muerte segura. No sólo arriesgó su vida y la de sus hombres sino que durante tres días tuvieron que soportar unas condiciones durísimas en un espacio estrecho y mal ventilado, sin apenas comida, con heridos y enfermos. Con las de la nieve me ocurre algo parecido, siento una irresistible admiración hacia el heroísmo de los expedicionarios que buscaban ser los primeros en alcanzar el Polo Norte o el Polo Sur, o en descubrir la ruta o paso del Noroeste por las heladas aguas del Ártico. A temperaturas que podían descender más allá de los 40 bajo cero, sin las ropas de abrigo que hoy se confeccionan para resistir el frío, sin la alimentación adecuada, sin las comodidades de los barcos actuales, los hombres sobrevivían o morían en condiciones extremas, infrahumanas. Partían a la aventura sin saber si volverían, adiós, querida esposa, adiós, queridos hijos, espero volver dentro de dos o tres años... si todo va bien. Dos o tres años... Sentado plácidamente en el sofá de casa, y si es viernes con un güisqui con hielo en la mano, sufres con ellos, te solidarizas con cada una de sus acciones, acudes a taponar la fuga de agua cuando una carga de profundidad parece que va a reventar el casco, miras por el periscopio a la búsqueda de un objetivo, sales a cazar una foca o un pingüino con el que conseguir algo de proteínas, construyes un iglú en el que refugiarte de un vendaval que te impide ver lo que tienes a un metro de distancia, rompes el hielo con un pico o una pala para tratar de soltar el barco de la trampa en que ha caído, ayudas a cargar el trineo, das de comer a los perros... Y todo ello, sin salir de casa, barato-barato. Gracias a este método de viaje 'low cost' conozco tanto el Ártico como la Antártida como la palma de mi mano. No en balde he acompañado al legendario Roald Amundsen, al desafortunado Scott, al gran Shackleton, también al pobre John Franklin con el 'Erebus' y el 'Terror'. Recomiendo encarecidamente este sistema de conocer mundo a todos los nerviosos -que cada vez son más- que pretenden llegar hasta los últimos rincones del planeta. Hace unos días me llegó uno de tantos correos electrónicos -¿son centenares, miles, centenares de miles...?- de una compañía de «expediciones» que me anunciaba «la revolución del turismo ártico» con un «innovador programa de excursiones co-creado (sic) junto a comunidades inuit». Cáspita, lo que me faltaba por oír (en este caso, leer). Los viajeros sin fronteras, los que no saben quedarse en su casa un fin de semana porque se les cae encima, tal vez incluso los que luego salen a manifestarse contra «la turistización» de nuestras ciudades, podrán acudir ahora al Ártico y encima lo harán con la conciencia tranquila. Se harán selfis, los colgarán en Instagram, más de uno se convertirá en influencer ártico, nos contará su experiencia, recomendará prendas y complementos (patrocinados, por supuesto), grabará vídeos para TikTok, apadrinará a un inuit y adoptará como mascota un osito blanco (que con un poco de suerte, en cuanto crezca igual se lo merienda). ¿Qué quedará entonces de la épica de las expediciones polares, qué pensarán Amundsen y Scott, Shackleton y Franklin? ¿Para esto nos esforzamos, para acabar así, como si fuera un resort? El Ártico, los polos, el frío extremo, la nieve infinita, como los submarinos, sobre todo los de antes (sin quitar mérito a los de ahora), son ejemplos de superación y sacrificio, localizaciones de aventura, argumentos para un drama, no destinos vacacionales como si se tratara de un crucero por el Caribe. La ambición de llegar a todo, de convertir en accesible lo que no debería serlo, de popularizar los viajes y de democratizar hasta el extremo el turismo ha acabado con el glamur de los trenes y también de las ciudades, de los pueblecitos que antes tenían encanto y ahora sufren saturación de visitantes, de los parajes naturales que ya son de todo menos naturales. Faltaba la guinda el Ártico.

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