Pocos confiesan esa cierta decepción que se esconde tras esos ansiados viajes que hacemos en vacaciones. Salvo para holgadas carteras y disponibilidad horaria abultada, suelen ... resultar algo decepcionantes y no alcanzan las expectativas creadas. El castañazo de realidad suele imponerse al constatar que, por lo general, esto de viajar está sobrevalorado y con sus envidiables excepciones, viajar en agosto es mal momento. Y eso para los que tienen la suerte de poder hacerlo.
En los selfies y reels que tanto se comparten ahora, nadie desvela la serie de incomodidades y desatinos de lo que no se ve. Si el niño ha vomitado y no hay quien quite el olor a ácido del coche; aún menos las colas que se soportan para ver de lejos y apretujados La Mona Lisa o tras esos bucólicos atardeceres o la cantidad de tiempo que has perdido atrapado por el tráfico. Hacer turismo, a veces, tiene más de penitencia que de mindfulness con tantas esperas.
Esta gran epopeya o ritual colectivo por el cual muchos nos lanzamos como locos a las carreteras, a los aeropuertos, a pescar incertidumbres o apartamentos turísticos -convencidos que lo mejor que podemos hacer es mover nuestro cuerpo a cualquier otro lugar- tiene algo de cierto engaño. Las vacaciones estándar de una familia española tipo con hijos en edad escolar -por el cuándo, por el cómo, por el cuánto y por el dónde- suelen finiquitarse con la inconfesable sospecha de que a la próxima casi que mejor nos quedamos en casa.
Hay algo curioso en esto de las vacaciones y es que muchas veces la magia se da en los días previos
Hay algo curioso en esto de las vacaciones y es que muchas veces la magia se da en los días previos. Ese momento dulce en el que aún no has hecho la maleta pero que ya lo estás soñando. Estás «a la voreta» (como dice Patricia mi profe de pilates) y en esa agradable sensación de ganas que se respira. Como si tu cerebro proyectara esa utopía de felicidad, con brisa suave y ningún problema logístico a la vista. Un sentimiento que se contagia entre los que aún permanecen en el tajo, mientras otros van y vienen, con la ilusión de que «este año sí que sí». Al final, hay muchos tipos de verano y cada cual tiene su filosofía. Dejarse llevar por el descanso, no parar quieto, o sencillamente disfrutar «del aquí y el ahora» Hcomo repite mi querido Señor Soria- porque en realidad el auténtico lujo no está en el destino sino en el camino y en la compañía.
Así que antes de que la España que trabaja se cierre por vacaciones (casi literalmente) cabría recordar que existen estudios científicos recientes que demuestran que -aunque parezca mentira- el ser humano es perfectamente capaz de viajar, descansar y hasta pasarlo bien (incluso ir y volver a cualquier lugar del planeta) y hacerlo -perfectamente- sin necesidad de publicarlo después en las redes sociales. Y todo sin observarse daños colaterales. Cuánto añoro ese tipo de vida colectiva discreta e intima. Tengan muy buenas y felices vacaciones. ¿No les parece?
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