Pombo y los culturetas
Lo propio de los incultos es despreciar el conocimiento
Lo más fácil es atacar a María Pombo. En los últimos días no hay «gafapasta» que no haya sentenciado a la «influencer» que ha osado ... minusvalorar la lectura. Lo tiene todo: pertenece a la nueva intelectualidad nacida en las redes sociales que conocemos como «influencers» y, además, critica abiertamente a quienes leen. Dos delitos de lesa humanidad para los listos del lugar. Yo, como no me tengo por tal, voy a intentar entender su postura.
A los pedantones al paño, que diría Machado, les escuece que las nuevas elites culturales no hayan demostrado destreza alguna en otro saber que no sea comunicar. En vídeo, con música, con humor, con sticks o con encanto personal. Nada que ver con esos plomizos monologuistas encantados de conocerse y de escucharse durante horas en podcast soporíferos. Ellos no bailan ante la cámara; ellos analizan; no dan «tips» de crecimiento personal; reflexionan; no promocionan productos, sugieren grandes lecturas. En definitiva, no promueven el consumo. Salvo el cultural, que está en un rango superior porque no es fruto de la fabricación estandarizada sino de la creatividad personalísima.
Por eso miran por encima del hombro a los «influencers» que se retratan en el «gym». ¿Es eso un intelectual? El que sustituye el castizo «gimnasio» por un cursi «gym», seguro que no.
En ese contexto, la Pombo lo tiene todo en contra. Es una influyente, no solo porque influya sino porque la Real Academia ha decidido usar el inane término como sustantivo para sustituir al anglicismo «influencer». Así, pues, la influyente pertenece a ese grupo denostado por los intelectuales porque usan las pantallas para hablar de naderías y no del imperativo categórico kantiano, que es lo propio. Pero, sobre todo, porque ha osado desacralizar la lectura. Pombo es una analfabeta y promueve que los demás lo sean también, dicen.
Lo propio de los incultos no es no leer sino despreciar el conocimiento. La lectura es un camino para llegar a él, no es un fin en sí mismo. Lo realmente grave no es que Pombo considere sobrevalorado el acto de leer, sino que hayamos sido incapaces de transmitir que la lectura es un placer y no una obligación. El inculto es el que escribe o lee para presumir de ello, no para disfrutar. En el fondo, la Pombo nos pone ante un espejo de hipocresía cultureta, aunque lo haga desde un entorno de postureo. También lo hay intelectual. Justo el que protesta estos días. Los demás simplemente nos dolemos por tantos que se pierden una de las formas de enriquecimiento personal más genuinamente humanas como es leer.
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