Agradecimiento pendiente
Lo merece Pepe Guillart por eliminarme las cefaleas
Con el sol camuflándose tras Sierra Aitana al frente y unos grados a la izquierda la grandeza del Peñón de Ifach, caí ayer en brazos ... de la nostalgia y de los recuerdos. A ese cuadro esplendoroso añadí la pereza de reencontrarme con la actualidad política, de la que he estado bastante al margen durante estos últimos cuarenta días y cuarenta noches, y entonces me fue fácil resistir la tentación de dedicar estas líneas a la secretaria general de los socialistas valencianos, Diana Morant -tiempo habrá- y asigno este Gallinero a quien debería haberlo hecho hace unos años.
Sí, a una persona que me liberó de un tormento físico, de las cefaleas. Como refería en la introducción, ese marco fastuoso me trajo a la memoria la obra inolvidable y maravillosa que en mí hizo Pepe, Pepe Guillart. Todavía me estremezco al recordar aquellos momentos de sufrimiento extremo. Y como escribió Oscar Wilde en 'La importancia de llamarse Ernesto', «la memoria es el diario que todos llevamos con nosotros». Aquí pongo al día uno de los capítulos del mío.
Bueno, han pasado ya unos trienios y los implacables dolores de cabeza se alejaron, por ahora definitivamente, gracias a los consejos del ya entrañable amigo. Rememoro como si fuera hoy, «Iñaki, si la causa de tus dolores son las cervicales, se te irán haciendo tan sólo estos ejercicios». De nada sirvió que me los enseñara. Yo, cuál badulaque -lo reconocí después- me dejé seducir por el escepticismo tras los fracasos médicos, acupuntores y demás.
Estaba de Dios, sin embargo, que me reaparecieran un día compartiendo cena con Pepe. «Haz los ejercicios que te aconsejé. Series de diez hasta que desaparezcan». Efectivamente, tras unas series, se largaron. Desde entonces y durante unos meses, cada mañana y alguna vez durante el día practicaba tres series de doce. Ante la eficacia de la receta, añadía dos de propina.
Todo tormento es odioso. Pero quienes sufren estos ataques a la cabeza, conocen el dolor con intensidad inimaginable. De ahí el denominado «síndrome del suicidio». Comprenderán los lectores mi enorme agradecimiento hasta considerarlo digno de referirlo en estas líneas. El genial Julio Camba expresaba en su columna 'La Escuela de Periodismo': «El público de los periódicos no quiere genios, quiere enterarse de lo que pasa en el mundo con la mayor exactitud, con la mayor rapidez y con la mayor claridad posibles». Esto me ha pasado a mí y yo, por ahora, pertenezco al mundo referido por el prestigioso columnista gallego.
No sé qué me deparará el futuro, pero los años de deuda con Pepe aquí están. Cuentas, además de con mi amistad sincera y profunda, con mi más fervorosa latría. Así es la vida.
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