Secciones
Servicios
Destacamos
El recuerdo de Vargas Llosa nos ha despertado del letargo primaveral. Recordé la gozosa jornada de septiembre que compartí con él cuando en la UIMP ... le concedimos el doctorado 'honoris causa' en 2016. Repasé los trabajos donde protagoniza la relación entre literatura y política. Incluso estuve a punto de preparar un artículo sobre el modo de ser liberal que tenía alguien que aprendió a leer a los cinco años con los hermanos de la doctrina cristiana (La Salle) y terminó liderando el proyecto de unionismo patriótico que representaron 'UPyD' y 'Ciudadanos'. Sin embargo, he preferido recordarlo en su faceta más educativa y quijotesca, volviendo a un libro que, a finales del siglo XX, le encargó el Círculo de Lectores: 'Cartas a un joven novelista'.
Además de reflexionar sobre la vocación de la escritura, los capítulos se corresponden con doce cartas. Con independencia de cómo clasifiquemos su narrativa literaria, son una jugosa meditación sobre la vocación literaria, un bien social escaso y necesario en sociedades dudosamente humanizadas por la digitalización. En esta vocación hay una propensión para apartarse del mundo real, una predisposición a fantasear personas, situaciones, anécdotas o mundos diferentes del mundo en el que viven, una voluntad de dar alas a la imaginación, creando mundos mediante el poder de la palabra escrita. El joven escritor no puede contentarse con fantasear una realidad ficticia, tiene que empeñarse en materializarla. Y su origen está en una rebeldía donde emerge un rechazo y una crítica del mundo real, un deseo de sustituirlo por aquellos mundos que fabrica con la imaginación.
El joven novelista practica una rebeldía relativa porque en la vida real no se considera 'dinamitero secreto del mundo que habita', sino jugador insatisfecho íntimamente contra el mundo real. No estamos ante un juego inocente porque la ficción puede incrementar la sensibilidad para la vigilancia, la rebeldía y la lucidez. Inventar ficciones es una manera de ejercer la libertad, comprometerse y querellarse contra quienes quieren abolirla. Esta vocación no es un pasatiempo o juego refinado, sino una servidumbre voluntaria. El escritor asume su vocación como un cruzado, no escribe para vivir, vive para escribir. Por eso sabe que la dosis de talento requiere disciplina y perseverancia, una actividad que se alimenta de la vida del escritor. Además, el buen escritor consigue espiritualizar la realidad, desmaterializarla e impregnarle un alma.
Casi casi como resucitarla. Quizá por eso, el joven novelista no puede ignorar, con Aristóteles y Nietzsche, que la poesía es más filosófica que la Historia.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Da a luz en la calle a la salida de unos cines de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Destacados
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.