Un proyecto nacional sin complejos
Ayer comenzó en Madrid el XXI Congreso Nacional del PP. Las expectativas de triunfo ante un previsible adelanto electoral mantienen los ánimos caldeados y la ... maquinaria preparada para gobernar. Cuando aún no sabemos si los populares conseguirán una mayoría suficiente para formar el gobierno estable, es importante esbozar un proyecto nacional sin complejos que resulte atractivo. Es probable que las ponencias estén llenas de propuestas interesantes y análisis sugerentes, más centradas en la regeneración de las instituciones y la separación de poderes que en el reencantamiento de la vida cotidiana de las gentes. Con independencia de que se trabaje con luces cortas (limpieza urgente) o con luces largas (ilusión necesaria), a los cuadros les falta cierta confianza en sí mismos para trabajar sin complejos. No los tenía Fraga cuando reclamaba la mayoría natural, no los tuvieron María San Gil y Piqué cuando defendieron el patriotismo constitucional y no los tenía Esperanza Aguirre cuando el 'sorayismo' de Rajoy la dejó fuera del juego político partidista. Y no los tiene Isabel Díaz Ayuso cuando se apropia de un espacio en la derecha donde pueden darse cita todos aquellos que no se dejan engañar por lo que Roger Scruton ha llamado «Pensadores de la nueva izquierda». Scruton no sólo se atreve a presentar algunos autores que han nutrido las políticas de izquierda sino que utiliza el último capítulo para responder a la pregunta: «¿Qué es la derecha?». A su juicio, cuando una persona no se declara de izquierdas, automáticamente es estigmatizada porque, una vez que los de izquierdas te consideran de derechas, te sitúan más allá de todo razonamiento, tus concepciones son irrelevantes, tu reputación se desacredita y tu presencia en el mundo es un error. Quienes no son de izquierdas, no son contendientes con los que se pueda discutir sino «una enfermedad que hay que erradicar».
Para romper con esta simplificación y construir un proyecto nacional sin complejos no hay que remitirse al Felipe González de 1982, como ha hecho Feijóo, creyendo que así ganará el millón de votos del centro que proporciona el poder. Hay que tener un proyecto moral ilusionante, sin miedo a batallas culturales, ideológicas o religiosas. Es un error tejerlo con los mimbres electoreros del estado de bienestar, el individualismo moral o el egoísmo mercantil ilustrado. Es una oportunidad para recuperar el protagonismo de la sociedad civil, el respeto a las instituciones y la cultura de la responsabilidad. Quizá también para dignificar una clase media trabajadora, fiscalmente expoliada, políticamente gregarizada y culturalmente despreciada.
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