Las plantas bajas con lodo cincuenta días después: «¿Dónde están los dueños?»
Los militares trabajan en varios bajos que todavía no se han limpiado en Paiporta. Otros todavía siguen llenos de fango y trastos a pesar del peligro
Tomás Ramos observa impotente en la puerta de la casa de sus padres, apoyado como puede en una muleta, cómo entran y salen los militares ... que se están encargando de limpiar y vaciar el inmueble que el 29 de octubre quedó completamente anegado de agua y lodo. Han pasado casi dos meses después de aquel día, y Tomás, que vive en Paiporta y es médico, tenía otras prioridades, afectados también su propia casa y su negocio, una clínica que ahora están reformando para volver a abrir cuanto antes. No está con mucho ánimo este vecino, que en la mano libre que le queda, apoyada la otra en una muleta por una caída mientras limpiaba su casa, saca del bolsillo de la cazadora unas fotografías familiares que ha salvado. «Esta es mi bisabuela», y enseña varias fotos en carné en blanco y negro que se vuelve a guardar con cuidado, como un tesoro que ahora valora más que nunca, mientras cuenta cómo está pendiente de operar de la cadera y poco movimiento físico puede hacer ya.
La historia de varias generaciones metida en una casa que había quedado vacía de inquilinos y llena de recuerdos después de morir sus padres, y que ahora, además, está en unas condiciones lamentables. Los restos de unos muebles, un somier y trastos inservibles aguardan al camión en el que desaparecerán para siempre en un vertedero en el que se mezclarán con los restos de las vidas de otras familias de Paiporta, Catarroja, Alfafar...
La casa familiar de Tomás, que se construyó en el siglo XIX, no es la única que, casi dos meses después, todavía estaba pendiente de limpieza. «Nos ha costado muchísimo encontrar voluntarios para limpiarla, después de que tuviéramos que parar para poder apuntalarla». Es cierto, quedan pocos voluntarios por las calles de los municipios afectados, y han sido unos militares de Málaga quienes han respondido a la llamada de Tomás. «En una hora estaban ya trabajando», asegura su mujer, que trabaja en la recepción de la clínica familiar. «Mi hija también pasa consulta como nutricionista», dice orgullosa, con ganas ya de volver a ponerse en marcha.
En el corral de la casa de Elisabeth Quesada, a las ocho de la tarde de aquel martes de finales de octubre se abrió un enorme hueco en la pared medianera con el almacén agrícola que tiene entrada por la calle San Jordi, pegada al barranco del Poyo. Por el agujero entraron basquets, cajas utilizadas para frutas y verduras y lodo. Mucho lodo. Ayer, en casa de Elisabeth su marido y su hermano, policía nacional, intentaban tapar con una lona el boquete después de que los bomberos lo apuntalaran. «Al menos así no veremos a la gente entrar en el almacén a hacer sus necesidades», dice esta vecina, que tiene la calefacción a todo lo que da para secar las paredes de una casa en la que, ubicada a veinte metros del barranco del Poyo, el agua llegó a más de dos metros. Un reloj de pared que no han querido quitar se quedó parado cuando todavía no habían dado las ocho de la tarde y el agua llegó a la pila, ubicada a unos dos metros de altura del suelo. Todavía faltaban más diez minutos para que sonaran las alarmas en los móviles.
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Elisabeth se queja de que todavía nadie ha entrado en el almacén agrícola abandonado desde hace tiempo y donde ahora brotan, entre toda la inmundicia, las cañas. Un remolque, una mula mecánica utilizada para el campo, un lodo que va endureciéndose y quién sabe qué más es el paisaje que se puede ver desde los grandes boquetes que ha dejado la fuerza del agua en el almacén. De hecho, contiguo a este edificio había una especie de solar acotado por un muro y una valla que hace décadas había sido una calle, y que la fábrica contigua había ocupado. Ahora ya no queda nada del muro, y una capa gruesa de lodo sigue esperando que alguien lo retire. Pero claro, ahí la letra pequeña dice que es propiedad privada, y no se sabe mucho de los dueños. «¿Dónde están? Nadie parece saberlo», dice un vecino que pasa por allí.
Ya muy cerca de la confluencia del puente Primero de Mayo hay un pasaje que comunica San Jordi con la paralela Luis Vives, y por donde el agua se coló imparable. En el pasaje había varios locales comerciales y de negocios, todos arrasados, pero ayer todavía estaban retirando lodo, muebles y restos de expedientes de una gestoría donde había que comprobar que no tenía ningún riesgo estructural que hiciera peligrar la vida de los voluntarios que realizaban las tareas de limpieza. Fueron militares de la escuela de Matacán, en Salamanca, donde se forman los futuros pilotos del Ejército del Aire. Un capitán explica que llevan dos días sacando barro y trastos inservibles, en condiciones complicadas, ya que el olor, 50 días después, es difícil de soportar. De hecho, los vecinos se estaban quejando de las condiciones en las que seguía este negocio, preocupados por el daño que pueda sufrir la estructura del edificio después de tantos días con lodo y humedad. Los militares se han pertrechados de mascarillas especiales, gafas de seguridad, epis y guantes para evitar cualquier contacto con un fango para el que han pasado demasiados días en un ambiente muy húmedo. «Llevamos dos días y todavía queda mucho», dice uno de los militares, que explica lo difícil que ha sido retirar el engrudo en que se habían convertido los papeles de la oficina.
El Ayuntamiento de Paiporta explica que han habilitado un formulario para que los vecinos puedan pedir ayuda para la limpieza de lodos de aquellas personas que no han podido hacerlo aún. «Desde aquí se manda personal de la UME, ejército y voluntariado coordinado por el personal municipal, aunque la maquinaria contratada está ahora centrada en los garajes», explican fuentes municipales. De hecho, todavía hay plantas bajas que están pendientes de limpiar, en la mayoría de casos por daños estructurales o porque no está muy claro quiénes son los propietarios. O porque se han desentendido. El Ayuntamiento dice que desconoce el número de bajos todavía por limpiar, pero la situación comienza a ser complicada. Por ejemplo, en la calle La Font, una frágil cinta policial en mitad de la calle avisa del peligro de una casa medio derruida y llena de lodo. «No podemos vivir así», dicen los vecinos.
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