Y Valencia se puso la boina
BELVEDERE ·
Los delirios de grandeza han dado paso al catetismo localista propio de un nacionalismo decadente y ensimismadoPasear por Valencia en tiempos de pandemia es un ejercicio que requiere, además de la paciencia de tener que hacerlo con la mascarilla puesta, un entrenamiento mental previo que fortalezca el espíritu, temple el ánimo y lo prepare para las reiteradas impresiones que puede sufrir a lo largo del recorrido. Mira, otro cartel de 'Se alquila', otra persiana bajada, aquella oficina bancaria también se va, de repente ves que 'Barcas 7' anuncia su adiós, otro día es 'Don Pablo', a continuación 'Sierra Aitana' y al siguiente 'Baldo'. La mayoría de cines están cerrados, por las medidas de seguridad impuestas por el virus, y el Palau de la Música también permanece fuera de servicio, aunque en este caso por manifiesta ineptitud en la gestión municipal. Por el barrio del Carmen, por el Mercat, la Seu, Sant Bult, por toda la Ciutat Vella, apenas hay novedades reseñables más allá de la multiplicación de ofertas inmobiliarias de bajos comerciales. Sin visitantes, sin terrazas, sin movimiento, los solares y las ruinas se hacen más evidentes, adquieren mayor protagonismo. Junto al palacio de Cervellón, en la plaza de Tetuán, el caserón de Montortal se cae a pedazos, envuelto en una red no sea que un trozo de la fachada descalabre a un peatón. El palacio de Justicia sigue aguardando una rehabilitación que no llega y la dejadez alcanza tal punto que un árbol crece en la azotea y se asoma a la Glorieta. La gasolinera del Parterre que llevan décadas diciéndonos que por fin va a trasladarse desafía el paso del tiempo y la valla que circunda el jardín presenta serios desperfectos en varios tramos por culpa de las raíces del ficus. La milla de oro se ha quedado en plata o tal vez en bronce después de ver partir comercios de lujo que perdieron clientela y encontraron mejores emplazamientos en otras ciudades.
Acercarse hasta la Marina permite comprobar lo que ya sabías, que todo sigue igual, que no se ha hecho nada, que aquello no ha cambiado y es un espacio gigantesco y desangelado en el que únicamente la iniciativa privada (EDEM, Marina Beach y algunos negocios) aporta actividad a una zona durmiente. Por la Ciudad de las Artes y las Ciencias no hay turistas, lógicamente, ni al parecer los va a haber una vez se ha decidido emplearla para una vacunación masiva que en otras comunidades ya está en marcha mientras que aquí se anuncia para abril. Tranquilos, no apurarse que no hay prisa. Tampoco la hay para acabar Mestalla, ni para construir el hotel junto al viejo estadio, ni para urbanizar los nuevos barrios del Grao o Benimaclet, ni para ampliar el Puerto que, total, tan sólo es el segundo de España, apenas superado por Algeciras y muy por delante de Barcelona. En la nueva Fe anuncian ahora un centro comercial pero al alcalde tampoco le gusta, como no le gusta el puerto, ni el PAI de Benimaclet, ni una línea de tranvía que dé servicio a El Corte Inglés de la avenida de Francia (quita, quita...) ni nada que huela a desarrollo, actividad comercial, empresarial, emprendimiento... Al alcalde y a su fiel escudero los días impares y bufón los pares, lo que de verdad le gusta es cómo han quedado las plazas peatonalizadas, la del Ayuntamiento y la del Mercado, hechas a base de maceteros por doquier y una mano de pintura en la calzada, un low cost chapucero que a ellos les parece de lo más in.
La ciudad de los delirios de grandeza, la que quiso ser otra y no fue nada porque acabó vendiendo su alma al diablo, ha mutado en pocos años en un pueblo grande y destartalado, lleno de pintadas, de farolas y semáforos inundados de publicidad, de sin techo que ahora ya no son seres humanos desatendidos por un ayuntamiento insensible sino personas que ejercen su libertad de quedarse en la calle a la intemperie, de maceteros y bolardos, de carteles exclusivamente en valenciano, como si el castellano no fuera también nuestra lengua, de bicicletas y patinetes que tienen bula para circular por donde quieran. La Valencia cosmopolita que ingenuamente quiso situarse en el mapa a golpe de talonario y sin un proyecto medido y estudiado, es hoy el laboratorio de un nacionalismo izquierdista cateto y ensimismado, de campanario, que sueña con la partida de chamelo en el casinet y añora tiempos pasados que no siempre fueron mejores. Un nacionalismo ultramontano que alienta protestas violentas, hace el ridículo ante la Unión Europea, se muestra manifiestamente incapaz de gestionar una empresa pública como la EMT y que en poco más de un lustro le ha quitado a Valencia el Panamá con el que pretenciosamente se paseaba para calzarle una boina.