Derramó carnaza cierta, jugosa, en su punto de sangre, en la entrevista que le realizó Motos. Y allí confirmó Máximo Huerta lo que ya sabíamos; ... esto es, que Sánchez se quiere mucho a sí mismo y que ha elevado a categoría artística lo de mirarse el propio ombligo creyendo que este es algo único en el mundo. Llegó Huerta para hablar de lo suyo, o sea lo de marcharse rápido y con el menor dolor posible, pero el gran jefe le aturulló con sus evocaciones de futuro histórico.
Muchos se han abalanzado sobre esta confesión que, insisto, certifica una certidumbre. No nos ha descubierto nada nuevo, pues, el amigo Huerta. Sin embargo sí pronunció algo muy interesante que ha pasado desapercibido en este circo en el cual vivimos. Narró lo de la librería que ha montado en su pueblo, Buñol, para permanecer cerca de su madre y no perder el aliento y el pálpito de la letra impresa, y comentó la pesadilla que supone levantar un negocio pequeño, humilde, acaso teñido de romanticismo antañón. También conocíamos la cantidad de farragoso papeleo que representa la muralla china que lastra de fatiga cualquier pequeña aventura empresarial. Pero este dato conviene repetirlo mucho más que el narcisismo de nuestro presidente. Sánchez se marchará, pero el marrón de la burocracia monstruosa que derriba los espíritus más templados permanecerá porque aquí nadie simplifica el castigo que supone abrir un comercio modesto. Normas municipales, autonómicas, nacionales. Reglamentos de toda clase y condición, desaniman al más valiente. Vivimos ahogados bajo el peso de los permisos que, en ocasiones, colisionan unos contra otros. Vivimos angustiados intentando superar las espesas trabas que te permiten trabajar y, en definitiva, sobrevivir con tu esfuerzo. Y esto, por desgracia, nadie lo remedia. La Historia se escribirá con los currantes, no con Sánchez.
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