El impacto que ha causado la noticia de la abrupta retirada de Enrique Ponce de los ruedos, como no podía ser de otra manera, ha ... estado a la altura de la gran figura que es. Nos resistimos a hablar en pasado. Y hay razones para que así sea. La de más peso, la que nos hace pensar que se trata sólo de un paréntesis, es que desde el instante que el maestro de Chiva hiciera público que se alejaba de los ruedos, su nombre ha aparecido en multitud de titulares, y en casi todos ellos se ponía el acento en su longeva, fértil y caballerosa trayectoria.
En ningún momento nadie, ni aficionados, ni prensa especializada, y mucho menos el gran público, se han referido a la figura de Ponce como la de un torero que pedía relevo. Durante las tres décadas que ha liderado el escalafón, su figura apenas había producido desgaste o fatiga en las taquillas. Esencialmente porque durante todo este tiempo ninguna de las novedades que han ido apareciendo lograba eclipsarlo. Y ha habido una larga nómina. Siempre ha esperado al siguiente. Y no sólo eso, cuando tuvo que meter el hombro, lo hizo sin recato, con generosidad. Lo demostró la pasada temporada cuando la mayoría de figuras esperaron a que escampara.
Pues todo ese bagaje, en esta temporada en la que ya se vislumbra la normalidad, la maquinaria que mueve la tauromaquia, no sólo no se lo ha tenido en cuenta, sino que lo ha ofendido al negarle el lugar que le corresponde, por historia, compromiso y también por interés, en los carteles estrella. Quienes están más cerca del valenciano, achacan tal comportamiento al haber confundido el establishment taurino la generosidad de Enrique, al dejarse anunciar en todo este tiempo de pandemia en carteles menos relevantes, con una supuesta pérdida de interés para el gran público, olvidándose, también abruptamente, de los méritos contraídos. Por todo ello, el hecho de apartarse de los ruedos 'indefinidamente', nos da que lleva implícita una sonada vuelta. Y no tardará.
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