En el toreo, cuando se cierra una temporada, más que hablar de números se hace de recuerdos, de momentos, a veces sólo de instantes. El ... alimento para la hibernación del aficionado es revivir, volver a disfrutar de aquello que ha sido capaz de retener en su alma torera. Ocurre, como ha sucedido durante esta atípica temporada, que ya ha pasado a ser historia, ¡y qué historia!, que lo singular, lo poco común, lo que deja huella, no ha sido la excepción, sino que en muchas plazas la torería más creativa y sentida, se hizo presente con inusual reiteración. Toda una fantasía que ahora, en tiempo de distraerse con los recuerdos, sabe a gloria bendita.
De todo lo visto y sentido, en nuestro caso, lo que se nos hace presente con nitidez al destapar ese baúl mágico de los recuerdos, además de la prodigiosa temporada que nos ha brindado el genial y comprometido Morante, nos traslada hasta la querida Alicante. Los argumentos que nos llevan hasta allí quedan sobradamente justificados. Porque gracias a la valentía de la empresa que lidera Nacho Lloret, se celebró su feria de San Juan. Y por esa acertada decisión se pudo disfrutar del cincuenta aniversario de la alternativa de su ilustre hijo, José María Dols Abellán, en plenitud, con brillantez y, en momentos, con mucha emoción.
Los actos que peñas y autoridades desplegaron, estuvieron a la altura de quien ha sido recordado por la estela dejada en las páginas más ilustres de la tauromaquia moderna. Parecido sello tuvieron los muchos gestos que el mundo del toro le dedicó a su figura. Y como colofón, el excelente papel ejercido por quien sigue haciendo grande el nombre artístico de los Manzanares. Y no solo por haber salido a hombros las dos tardes que hizo el paseíllo para honrar la memoria de su padre, sino por haber logrado que el todo Alicante, aficionados y paisanos, se sintieran orgullosos de quien dejó huella imperecedera. Con el nuevo Manzanares la herencia está en buenas manos.
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