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EL FRANCOTIRADOR ·

Héctor Esteban

Valencia

Viernes, 17 de julio 2020, 07:28

Para echar a Peter Lim del Valencia hace falta una cosa: dinero. No hay más. Millones encima de la mesa. ¿Y quién los pone? Por ahora, nadie. ¿Y quién los pondrá? Seguramente, nadie. Un buen amigo, valencianista con pedigrí, me dijo el otro día que todo se hubiera solucionado con el concurso de acreedores, que ya estaba preparado para firmar y que el expresidente Vicente Soriano a última hora no quiso rubricar. La propiedad del Valencia seguiría siendo de los valencianistas y no de un señor extraño, ajeno a estos cien años de historia, y que maneja la entidad con la autoridad que le dan el 83% de las acciones de la sociedad anónima. Durante los últimos tiempos he oído mil teorías para hacerse con el control del club. Alegatos, manifiestos, confidencias y susurros que nunca llegaron a buen puerto. Meriton todavía no ha entendido que aquí la democracia pesa más y que comprar un club no implica trasladar una forma de gobernar. Aquí las dictaduras no se aceptan. Ni las costumbres ni el sentimiento se compran con dinero. Uno de los grandes errores fue tender una alfombra roja a un señor al que no se le exigió la firma de ninguno de los veinte puntos del proceso de venta. La mayoría de la masa social quedó anestesiada por el encanto de los cabecillas de la operación. El porte de Amadeo Salvo y su verbo limitado pero suficiente fueron clave para encandilar a aquellos que se tragaron mentira tras mentira. Las veladas amenazas hicieron el resto. Aurelio Martínez, cansado, optó por quitarse el muerto de encima y convertir en un mero trámite la ejecución de un modelo de Valencia, que mal que bien, siempre había sido de los valencianos. A Salvo se le veía venir pero la clave estuvo en Aurelio, que apuntilló al club en aquella intervención tan celebrada en Mestalla. El valencianismo creó peñas ad hoc para amedrentar y enredar con el proceso. El tiempo ha demostrado que Los Calavera fue el mejor nombre para encumbrar al salvismo mientras con la guadaña se segaba la historia de un club. Hay periodistas que lloraban, insisto, lloraban de alegría a las puertas de Mestalla -hoy llevan otra chaqueta- aquel día de finales de julio de 2014 cuando la mayoría de los patronos dieron la 'cabotà' acojonados por lo que les pudieran decir si el voto era contrario a Lim. Un día en que ya estaban advertidos por LAS PROVINCIAS de que el nuevo dueño no se comprometía a terminar el nuevo estadio. A pesar de todo, miraron a otro lado y votaron a favor de la operación más ruinosa y triste para el club de Mestalla. La de Lim no era la mejor oferta. La de Lim era la menos mala de las propuestas, porque ninguna se merecía comprar el Valencia. «Nos equivocamos con el chino», me dijo una parte activa de aquel proceso. Y eso que estaban avisados. Hoy las pancartas cuelgan de puentes y balcones en contra de Lim, pancartas de gente de bien que ni se arrodilló ni tuvo miedo hace seis años. Lim, vete a casa.

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