Las noticias frescas de Compromís las recibo cada mañana en el correo electrónico. Me las envía el senador Carles Mulet, que transita entre los ataques zombies, sus marcianadas y temas alejados de esa preocupante realidad que vive España en estos momentos. De vez en cuando llega algo con cierto sentido común, pero es una excepción. El pasado fin de semana leí un par de entrevistas a la bicefalia 'compromisera' y más de lo mismo: recentralización, chotis y cocido madrileño. El econacionalismo de conveniencia de Compromís al final es pura supervivencia. Una parte de la coalición original aprovechó el momento, urdió una traición y ha vivido más de los fuegos de artificio que de la gestión. Ni son partido de gobierno ni saben ni quieren serlo. «Es más importante trabajar que lucirse en medios. Soy más de contar lo que hemos hecho», decía 'la vice' Mónica Oltra el pasado viernes tras ser preguntada por las residencias. Oltra le debe mucho a la televisión y a las camisetas. Su perfil político -insisto siempre en separar aquí a la persona- se ha esculpido a golpe de programa aunque ahora reniegue de la proyección catódica. Oltra es Oltra por muchas cosas, pero también gracias a los focos de las cámaras. Esta pandemia pasará, ojalá mas pronto que tarde, y tiene que servir para abrir los ojos. ¿Dónde está Compromís? No se le espera. En un segundo plano, lejos de la primera línea de batalla, agazapados no se sabe si por oportunidad o por inoperancia. Sus cargos, los de la nueva política, llevan agarrapatados a un sueldo público desde 2007 -vamos para trece años- y la aspiración es seguir mamando de esa teta que nunca se agota. El alcalde Valencia, Joan Ribó, el que aseguró que el virus era una cosa más de hipocondriacos que una amenaza real, ha demostrado en un mes y medio que ya no está para sostener la vara de mando. El tiempo pasa para todos y los reflejos políticos ya no son los mismos. Compromís demuestra lo que es, una comparsa, de baratijas y confeti, pero sin el peso y la experiencia suficiente para sostener esto. El Covid-19 ha desnudado a la coalición. En Madrid pasa lo mismo, Iglesias y los suyos están más interesados en el poder que en querer saber de qué va todo esto. La inexperiencia les inhabilita para tomar decisiones porque aquí hay que gobernar para todos y no sólo para unos pocos. Esta ya no va de partidos sino de perfiles. Nadie puede estar en desacuerdo con la ministra de Defensa, Margarita Robles, que en la morgue del Palacio de Hielo de Madrid ejemplificó qué es lo que esperan los ciudadanos de un político más allá de sus siglas. El alcalde de Madrid, Martínez Almeida, es novato pero tiene detrás un partido con trayectoria. Y cuenta con el apoyo de Más Madrid, porque Rita Maestre se habrá dejado aconsejar por la sabiduría de Carmena. En la Comunitat, Puig ha sabido ganarse el respeto, incluso de una oposición moderada con altura de miras.