Borrar

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Los pueblos del Mediterráneo debemos estar superdotados para el cainismo. No en vano el primer fratricidio es uno de los episodio que se relatan tanto en la Biblia como en el Corán, enhebrando la tradición de judíos, cristianos y musulmanes mucho más de lo que estarían dispuesto a admitir los más ultramontanos de cada uno de los credos. Lamentablemente, este capítulo trascendental no tiene ninguna película que lo cuente (si no es de pasada, en 'La Biblia', John Huston, 1966).

Mejor suerte han tenido otras discordias, como las de griegos y troyanos, amigos a partir una baklava, hasta que el pijito de Paris se liara con Helena, poniendo los cuernos a Menelao, el rey de Esparta, un país con gente con un carácter... un poco fuerte. No hace falta haberse visto 'Troya' (Troya, 2004) para saber cómo acabó de mal la cosa para los habitantes de la ciudad, que mira tú lo que les importarían las movidas de faldas de su principito.

Después seguiría la historia con los guantazos de romanos y cartagineses y, una vez triunfantes los primeros, la guerra civil entre Pompeyo y Julio César, que servía de arranque para que Liz Taylor encarnara a la autentica líder mundial del mundo clásico en 'Cleopatra', de Joseph L. Mankiewicz (1963). Ahí es nada.

Los bárbaros renovaron el paisanaje entre mamporros y alianzas y, cuando se creían que todo el pescado estaba vendido y el Imperio Romano repartido, subieron por Gibraltar los árabes para hacer de la península su casa. Tanto fue así que primero declararon independiente el califato de Córdoba y terminaron formando un ajedrezado de reinos de taifas entre peleas y alianzas entre sí y con los reinos cristianos. Así galopó Charlton Heston como 'El Cid' (1961) y Sophia Loren, como una brava Doña Jimena unida a su destino.

Pasaron los siglos, y en cada latido pasaba algo: bien se salía a colonizar el mundo o bien se volvía a casa para pegarse con el país de al lado, el pueblo de al lado o el vecino de al lado. Culminando este juego de sístole y diástole en el siglo XX, con dos guerras mundiales, intermediadas por una Guerra Civil española que nos enseñó que 'Las primaveras son para el verano' (Jaime Chávarri, 1984) y que prorrogaba las que también vivirían la Francia libre frente a la de Vichy y en Italia los partisanos del 'Bella Ciao' frente a los fascistas de Mussolini en las postrimerías de la refriega global.

La guerra se hizo fría, pero la caída del Muro de Berlín demostró que hasta las heridas más profundas pueden cicatrizar hasta decir 'Good Bye, Lenin' (Wolfgang Becker, 2003).

Volvimos a rompernos por los Balcanes en los años 90 y lo que parecía una Primavera Árabe por toda la ribera Sur terminó por ser un paisaje agostado. 'Brexit', 'procés'... a ver si cambiamos pronto de ciclo y que nos toque uno que sea para bien.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios