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Una falla de vareta en el desierto de Nevada
El taller de Manolo García crea la pieza central del santuario del Burning Man, multitudinario evento de arte efímero | El complejo está liderado por el valenciano Miguel Arraiz, que cuenta con el apoyo técnico de Javier Molinero y Javier Bono
En el solsticio de verano de 1986, unos amigos se reunieron en la Bahía de San Francisco. En un rincón, montaron una figura de madera ... de más de 2 metros y le pegaron fuego como parte de una noche de fiesta. La iniciativa se repitió el año siguiente, y el siguiente. Se convirtió en una costumbre y cada vez congregaba a más gente, hasta que el tercer año apareció la Policía para informar de que aquel no era lugar para quemar cosas. Esos agentes pusieron la semilla del mayor evento de arte efímero del mundo, que se celebra en el desierto de Nevada y que por primera vez tendrá protagonismo –que no participación, que eso ya ocurrió– valenciano.
Tiempo después sobrevino la tragedia. Hace ya un cuarto de siglo, uno de los artistas que participaban en el evento falleció en un accidente. Se estampó con su moto a más de 300 kilómetros por hora. Y de aquel momento amargo surgió la leyenda. Desde entonces, en su honor se edifica cada verano en medio del desierto un templo que dura una semana. A modo de peregrinaje y ofrenda, miles de personas acuden a Black Rock City y dejan dentro del edificio algo que represente a un ser querido fallecido en ese año. «Es imposible que no te eches a llorar a los cinco minutos de estar ahí dentro. Miles de personas llevan la foto del abuelo, de su mujer, de su hijo, la correa de una mascota...», enumera Miguel Arraiz. El arquitecto valenciano lidera el proyecto, en cuyo desarrollo técnico ha contado con el apoyo de Javier Molinero, Javier Bono y Arqueha. Esa especie de mausoleo debe estar el 24 de agosto y arderá en la noche del 31 ante 80.000 personas.
El Burning Man se ha convertido en un evento multitudinario del arte efímero, donde se exponen obras de todo tipo. Algunas arden y otras no, pero el colofón es la quema de ese templo, del que luego no debe quedar rastro. «En tres días, con la ayuda de 200 voluntarios, hay que dejarlo todo como si no hubiera pasado nada. Aquí son muy estrictos, no se puede ni mojar la arena», explica Arraiz, que junto a sus compañeros ha hecho historia: es la primera vez que el proyecto está a cargo de unos arquitectos no anglosajones. Los anteriores no estadounidenses fueron ingleses, una vez, y neozelandeses, otra.
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Por eso, Miguel Arraiz, que ha plantado fallas y también participó en 2016 en el Burning Man, no ha querido desaprovechar la ocasión y el esfuerzo. Porque al adjudicarle el proyecto, le otorgaron una beca de 80.000 dólares y punto. El resto de la financiación para desarrollar el edificio (800.000 dólares) deba buscarlo. Y en eso ha estado desde enero. «Hay mucho trabajo detrás, pero han participado gente muy importante, de las grandes tecnológicas estadounidenses. Pero no quieren publicidad», indica.
Y claro, vio a oportunidad. «La de hacer marca España», precisa. Y dentro de ella, de dar un paso más hacia su sueño: generar unas sinergias férreas entre las Fallas y el Burning Man, como dos de las principales fiestas del fuego a nivel mundial. En este 2025, Miguel Arraiz ha querido que una técnica tan peculiar y propia como la de vareta esté presente en el desierto de Nevada.
La mayor parte del montaje lo realizan voluntarios, pero ha encargado al taller de Manolo García la pieza central del templo, un heptágono que formará una especie de cúpula y que los artistas falleros, los Manolos padre e hijo, junto al resto de su equipo, empezaron a montar este 15 de agosto. «Hay una nube que espero que siga ahí todo el día», decía Manolo García junior a las 8 de la mañana, antes de empezar a trabajar: «Esto es un reto para nosotros. Hemos venido hace unos días a aclimatarnos, pero nunca hemos montado una figura en estas condiciones de calor, en el desierto... a ver cómo convivimos con tanta arena».
Saben que el reloj ha empezado a correr y que el 24 de agosto la vareta debe coronar el templo del Burning Man de 2025. Entonces empezará el evento del arte efímero más multitudinario y peculiar del mundo. Por una semana, miles de personas convivirán en un pueblo donde no está permitido ni comprar ni vender: todos llevan o hacen algo que comparten con los demás.
Y en la noche del 31, todos juntos, en silencio, verán arder esas 150 toneladas de madera que conforman el templo. «Es impresionante el sonido del fuego en medio del desierto y de la noche», subraya Arraiz. Ese día Black Rock City volverá a parecerse a la noche de la cremà en Valencia. Los lazos con Nevada empiezan a estrecharse. Una pieza de vareta puede ser una brújula que marque la dirección hacia una simbiosis histórica.
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