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Vicente y Alejandro, en su galería de arte, donde disfrutan de una pasión heredada.
En familia con Alejandro y Vicente Segrelles

En familia con Alejandro y Vicente Segrelles

Basta con trepar por el árbol genealógico de estos hermanos para entender que su vida tenía que estar vinculada al arte. Lo demuestra una retahíla de antepasados unidos por esa misma pasión. Y en la cima de todos ellos, su tío abuelo José Segrelles

ELENA MELÉNDEZ

Jueves, 2 de marzo 2017, 20:44

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La vida de los hermanos Vicente y Alejandro Segrelles ha estado vinculada al mundo del arte desde la cuna, algo que no puede extrañar teniendo en cuenta su condición de sobrinos nietos del magistral pintor José Segrelles Albert. No es el único antecedente cultural que podemos encontrar en su linaje: «Había una Galería Segrelles que era de nuestro tío y luego hubo otra galería que se llamaba Segrelles del Pilar perteneciente a nuestra tía María Dolores, así que cuando nosotros montamos la galería en 1984 le pusimos de nombre Benlliure para no repetirnos», explica Alejandro.

Aunque la profesión de su padre era la de grabador de joyas, lo que de verdad le fascinaba y ocupaba gran parte de su tiempo era la pintura. Una pasión que supo transmitir a sus cuatro hijos desde pequeños y que le llevó a tener durante años la casa familiar repleta de obras, conformando así el presente profesional de Vicente y Alejandro. «Nosotros dos no hemos sacado buena mano para pintar, pero nuestras hermanas sí. Una de ellas es profesora de dibujo y la otra actriz y siempre ha estado vinculada al mundo del arte. A nosotros nos aprobaban por el apellido», confiesa Vicente.

Les viene a la cabeza una vivencia de la infancia, cuando en plena comida en casa llegó su padre acompañado de clientes con los que había quedado para enseñarles cuadros. Como era una situación que se repetía constantemente, su madre acabó cansándose. «Estaba un poco harta de tener media casa ocupada por las obras y fue entonces cuando le animó a montarse algo fuera. A nosotros mi padre nos ha reñido en serio muy pocas veces. Sólo recuerdo una vez que jugando a fútbol en el pasillo hicimos un siete a un cuadro de Joaquín Agrasot. Se enfadó muchísimo», evoca Alejandro.

Cuando él tenía 19 años y su hermano Vicente 22 se iniciaron en un negocio que no aprendieron en la universidad, sino acompañando a su padre a subastas y reuniones con galeristas y anticuarios. «Me acuerdo de ir por Madrid detrás suyo. Siempre iba cargado con cuadros sujetados por cuerdas. Nos quedábamos a dormir en pensiones», narra Vicente, lo que da pie a Alejandro para añadir una anécdota que aconteció en casa de la hija de Miguel Sabater, un artista valenciano. Fue ella misma quien les recibió. «Mi padre quería comprar cuantos más cuadros mejor y le dijo que necesitaba uno para cada uno de sus cinco hijos. Yo le dije: Papá, que somos cuatro, no cinco. Y él me contestó: Alejandro, ¿quieres callarte? ¿Y Jonás qué? Jonás era el periquito», ríe el benjamín de los dos hermanos.

Sus primeros viajes de trabajo en solitario los hicieron a Londres, donde acudían a subastas en Christies o Sothebys. Allí se juntaban con otros galeristas que iban en busca de pintura española. «Nosotros éramos los jovencitos. A veces comprábamos obras entre todos y más tarde las subastábamos entre nosotros. En esa época aprendimos muchísimo», recalca Vicente.

Si ambos pudieran escoger, les gustaría estar en el otro lado: ser el empresario con dinero y afición al arte y comprar en lugar de vender. Confiesan que uno puede enamorarse de una pieza, pero que las buenas que han pasado por sus manos las han tenido que vender, si bien hay algunas de las que jamás se desprenderían porque mantienen con ellas un vínculo sentimental. «La gente se desprende de piezas importantes por lo que llaman las tres d: defunción, divorcio o deuda. Los cuadros buenos pueden tapar agujeros», aseguran. ¿Y como es el día a día en compañía de un hermano?, les pregunto. «Hacemos mucho equipo, en términos de negocio es como si fuéramos la misma persona. A veces uno es más atrevido y otro más conservador, hemos encontrado un equilibrio».

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