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Nacho Lavernia, en el jardín interior de principios del siglo XX que forma parte de su estudio, en el Ensanche valenciano.

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Nacho Lavernia, en el jardín interior de principios del siglo XX que forma parte de su estudio, en el Ensanche valenciano. DAMIÁN TORRES

Nacho Lavernia: «Los galardones tienen un punto de injusticia, yo si me premian me quedo con cara de poker»

El diseñador ha aprendido, gracias a su profesión, a ser curioso y crítico con la realidad que le envuelve y a preguntarse el porqué de las cosas | En la madurez de su vida, cree que se avecinan muchos cambios

maría josé CARCHANO

Jueves, 3 de octubre 2019, 20:20

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Nacho Lavernia se quita de encima los méritos, los reconocimientos y los halagos con un rápido movimiento de la mano. Él, que ha sido Premio Nacional de Diseño, que tiene dos tercios de sus clientes fuera de España. Cigarrillo en mano -«lo difícil no es dejarlo, es no volver»-, reflexiona cada respuesta y mira atrás sin nostalgia. Ya rozando los setenta y, dueño de su tiempo, todavía sigue, «mientras me dejen», trabajando, acumulando premios, sumando grandes clientes a su cartera (Zara, Deliplus, Unilever, por ejemplo), escondido en un palacete con jardín que encontró de casualidad en el Ensanche valenciano. Este es de principios del siglo XX y solo unos pocos pueden disfrutarlo porque está en la parte trasera de un edificio. Se lo alquila Federico Félix, el empresario, que vive enfrente, así que son vecinos de jardín. Y ahí mismo, bajo la sombra de un porche, una tarde de septiembre, cuenta su historia.

-¿Qué le movió a convertirse en diseñador?

-Empecé arquitectura, pero lo dejé enseguida; no me sentía capaz de estudiar álgebra y cálculo, aunque siempre me ha gustado mucho esa disciplina. Me gustaba dibujar y pintar, así que entré en la Escuela de Artes y Oficios. Conocí a José María Yturralde, iba por su estudio, le ayudaba en algunas cosas y me invitó a ir a un congreso sobre diseño. Aquello me fascinó, y me fui a Elisava, una de las pocas escuelas en España en la que se estudiaba diseño, en Barcelona.

-¿Es tranquilizador encontrar una vocación clara?

-Quizás por un lado sea tranquilizador, pero por otro difícil, porque en aquella época estaba todo por hacer; había poco diseño, pocas empresas, poco trabajo…

-¿Se sintió un rara avis?

-Sí, porque había mucho diseño en Europa, lo conocías a través de libros, de revistas, pero yo me sentía un poco solitario, perdido. Fue Enrique Quiles quien nos puso en contacto a varios diseñadores que había en Valencia y ahí se creó el germen de la asociación de diseñadores, la misma entidad que ahora se ha llevado la capitalidad mundial del diseño.

-Su trayectoria es impresionante. ¿Está a gusto con su pasado?

-Ahora me asombro de muchas cosas que hicimos, y pienso: «qué barbaridad». Era muy complicado mantenerse a flote. Pasábamos muchas noches sin dormir, trabajábamos días seguidos sin parar… pero era otro momento.

-¿Habría hecho muchas cosas de otra forma?

-Un montón. ¿Tiene una hora más? Si pudiera volver atrás cambiaría cosas, quizás no especialmente importantes, pero prefiero no darle más vueltas.

Nacho Lavernia ha sido Premio Nacional de Diseño.
Nacho Lavernia ha sido Premio Nacional de Diseño. Damián Torres

Recuerda aquellos inicios en La Nave, donde se juntaron talentos increíbles, del pasado cartelista de Valencia, de la industria del mueble, de la iluminación de las ferias… un caldo de cultivo que siempre ha tenido a Valencia en el mapa del diseño. «Madrid estaba mucho más retrasada en aquella época», explica.

-¿Quería volver a Valencia?

-Sí, porque, entre otras cosas, tenía a mi novia, la que hoy es mi mujer, aquí, y ya sabe que eso tira mucho. Y porque Valencia tampoco era un pueblo. Aún me acuerdo de aquellas tiendas de diseño de mueble realmente fantásticas, como Martínez Peris, Martínez Medina, Adelantado…

«Enrique Quiles nos puso en contacto a varios diseñadores en Valencia»

-¿Qué lugares destacaría de Valencia en cuanto a arquitectura o diseño?

-En Valencia hay buenas muestras de Modernismo, como la estación del Norte o los mercados de Colón y Central. Me gusta el casco antiguo, Ruzafa, el rollo burgués del Ensanche.

-Y cuando ahora dicen de usted que es uno de los padres del diseño valenciano, ¿qué sentimiento le provoca?

-¡Que llevo muchos años! (ríe) En mi caso, estar tanto tiempo también influye.

-Sé que la gente de su sector le admira muchísimo.

-Dentro del colectivo eres alguien, y está bien, se agradece que tengan una buena imagen de mí, pero no es una cosa que me preocupa, ni pienso en ello.

-Insisto. Ha sido premio nacional de diseño.

-En cierto modo, los galardones tienen un punto de injusticia, porque premias a uno y quedan otros muchos, que hacen cosas maravillosas, sin premiar, así que te quedas un poco con cara de póker. ¿Por qué a mí?

-Algo de talento habrá detrás. Su estudio está considerado uno de los mejores del mundo.

-Y mucho trabajo también (ríe).

-¿Ha tenido temor de que no llegara esa idea? ¿de que no apareciera la inspiración?

-Yo creo que ese miedo lo pasas con todos los proyectos, siempre existe esa fase en la que no se nos ocurre nada. Pero te pones a trabajar, y junto a la presión que te imponen los plazos, llega un momento en que salen las cosas.

-Usted ha sido, además, docente. ¿Ha visto el talento en los demás?

-En el año 93-94 estaba dando clases en un master de diseño gráfico en el CEU San Pablo, y tenía un alumno, Alberto Cienfuegos, que era brillantísimo. En aquel momento estaba montando el estudio y le ofrecí venirse conmigo, y desde entonces estamos juntos.

Lavernia es uno de los padres del diseño valenciano.
Lavernia es uno de los padres del diseño valenciano. Damián Torres

-¿Cuánto de ese carácter mediterráneo, valenciano, se ha incorporado a su talento?

-Lo he pensado a veces. Soy valenciano, he vivido aquí casi toda mi vida, pero no hago una bandera de esto. Y, además, el diseño es una disciplina muy joven, por definición es la producción en serie, lo estándar, la máquina, y está muy alejado de la terreta, de las tradiciones. Los localismos en diseño yo no me los creo mucho.

-¿Ve diferencias entre los jóvenes de ahora y los que empezaron hace treinta o cuarenta años?

-No creo que haya mucha diferencia entre la gente que tiene talento, antes y ahora, porque es aquella que le pone entusiasmo y muchas ganas. El problema es que ahora hay quien se mete en esta profesión como en cualquier otra.

-Era entonces un acto de fe meterse en diseño.

-¡Es verdad! Fuimos muy autodidactas. Es como visitar una ciudad cuando vas de la mano alguien que la conoce y te lleva a los sitios que tienes que ver -eso sería la enseñanza reglada-, y otra cosa es ver la ciudad tú solo, lo que te permite descubrir sitios a los que otros no llegan. Tienes lagunas tremendas, pero el mero hecho de aprendizaje autodidacta te permite ser muy curioso, estar muy atento a todo.

-Hay quien dice que le inspira hasta una esquina...

-Se trata de mirar de otro modo, de cambiar el punto de vista; la curiosidad es lo más importante para desarrollar una profesión como esta. Preguntarse porqué se ha hecho así, si lo podemos hacer de otra forma, mirar desde otro ángulo. El pensamiento lateral es un mecanismo que se aprende.

-¿Esa forma de pensar ha acabado extendiéndola a otros aspectos de la vida?

-Soy muy curioso y crítico; leo muchísimo, sobre todo sobre aquello que me permita entender qué está pasando y por qué. Ahora me interesa mucho cómo cambia el mundo a través de la transformación digital, hacia dónde va.

-¿Tiene curiosidad por saber lo que vendrá luego?

-Muchísima.

-Quizás no lo veremos.

-Seguro que me dará mucha rabia cuando vea que se me acaba el tiempo y no vaya a ver qué pasará. Por ejemplo, con la inteligencia artificial, que yo creo que habría que regular. Eso y las finanzas.

«No he intentado inculcar nada a mis hijos, ellos aprenden por ósmosis»

-¿Cómo se ha adaptado a las nuevas tecnologías?

-No muy bien. Se hace lo que se puede (ríe).

-¿Llega a una edad se plantea el retiro?

-Lo he pensado, y tengo algunos amigos que se han jubilado pero yo, de momento, mientras me aguanten aquí, seguiré viniendo; no veo otra cosa que me apetezca más que diseñar. Hasta que empiece a hacer demasiadas tonterías, que igual es pronto, estaré por aquí.

-¿Ha tenido hijos? ¿Le han seguido?

-Dos, mayores que yo, ya (ríe). Uno hizo Bellas Artes y estuvo onmigo unos años, pero un día me dijo: «estoy hasta las narices de trabajar aquí». Le contesté que le entendía (ríe), e hizo unas oposiciones y está encantado en la escuela de diseño. Mi hijo pequeño es arquitecto y está en Londres, porque le pilló en esa época de la crisis, 2009, 2010, en la que no había forma de trabajar aquí.

-Algo les ha calado.

-Sí, no sé si se hereda, o se pega…

-¿Les ha intentado inculcar algo?

-No he tenido intención de inculcar nada; los niños aprenden por ósmosis, no por lo que les dices, sino porque les va calando lo que viven en el día a día. Y eso es lo que hace que el hijo de un médico estudie Medicina o de un abogado se decante por el Derecho.

-¿Cómo ha sido para su mujer vivir al lado de un creativo?

-Salvo en una época larga que trabajamos días enteros en el estudio, con noches incluidas a veces, con niños pequeños, que eso es difícil de llevar. Ella ha estado siempre en otro mundo.

-¿Ha sabido cortar?

-Es difícil, lo llevas siempre en la cabeza, de alguna forma, pero sé que no he sido de dar la lata con el trabajo; dicho esto, algún fin de semana sí me pongo en el ordenador, sin hacer de esto el centro de las conversaciones ni mucho menos.

-¿Tiene aficiones que le permitan hacer esa desconexión?

-Un tiempo me dediqué a los juegos de mesa. Incluso llegué a montar con mi hermano una tienda hasta que conseguimos venderla. Menos mal, porque era una ruina. Todavía vendo un juego de ciclistas que yo creé.

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