Las pulseras
Desde el gobierno y desde el PSOE insisten en el mantra con el que intentan frenar la ola de críticas, hasta de los propios socios, ... y la sangría de apoyos por culpa de las defectuosas pulseras antimaltratadores. «Ninguna mujer ha sido asesinada» por los problemas del dispositivo, reitera la ministra, Ana Redondo, o la secretaria socialista de Igualdad, Pilar Bernabé. Dicho así parece que esperaran un aplauso, pero nada más lejos de la realidad. Es cierto que, con la información de la que se dispone, no puede decirse que esos fallos hayan provocado ni una sola muerte. Es la noticia menos mala en todo este asunto. Sin embargo, el dolor o la angustia no se circunscriben solo a la peor de las consecuencias. Son sensaciones constantes y terribles para una mujer que ha llegado hasta ese punto, el de denunciar, mantener su acusación y esperar a que un juez obligue a su maltratador a estar controlado para evitar males mayores. Solo con pensar en ese calvario y en el que viven cada día temiendo que su red de seguridad pueda fallar, podemos imaginar el daño provocado por esos errores que no deben minimizarse. Es verdad que no hay que lamentar lo peor del maltrato que es la muerte física, pero salir de un entorno de muerte emocional o psicológica es tan difícil como sortear el cumplimiento de la última amenaza. El victimario es capaz de hacer tanto daño interior a una mujer con la amenaza constante que el dato puede aliviar, pero no eliminar la incertidumbre o el resquemor.
Al mismo tiempo, tampoco se debe abusar de una dramatización inflamada con ánimo político más allá de sus límites reales si no se busca alertar innecesariamente a las mujeres y provocar una desconfianza absoluta en la protección del Estado. Uno de los problemas más graves en el maltrato es el temor de la mujer a no ser protegida si denuncia. Es mayor el miedo a su verdugo que la confianza en las medidas de la policía y la judicatura para erradicar esta lacra. De ahí que sea tan delicado el modo como se trata este error en las pulseras. Sin duda, se debe denunciar, pedir explicaciones y exigir mejoras para procurar que no vuelva a producirse. Ahora bien, nunca se debe hacer estirando tanto la crítica para desgastar al gobierno que lleve a una sola mujer a pensar que no vale la pena denunciarlo porque el resultado puede ser peor que el silencio. El silencio mata y el error daña. Ni basta una «pequeña investigación» como sugirió Yolanda Díaz ni desacreditar todo el esfuerzo institucional para proteger a las víctimas con tal de conseguir un puñado de votos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión