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Daniel Ortega. Oswaldo Rivas (Reuters)
Jornada de reflexión en Nicaragua tras la represión orteguista

Jornada de reflexión en Nicaragua tras la represión orteguista

El amargo aniversario de la revolución sandinista fuerza el repliegue de los sublevados, que intentan reorganizarse

Mercedes Gallego

Enviada especial a Managua

Viernes, 20 de julio 2018

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Al obispo auxiliar de Managua Silvio Baez le salva el silencio. En su caso, el de la oración, esa media hora o una hora dos veces al día que dedica «a desahogar no solo las ansiedades y preocupaciones que caen sobre mí, por tanta gente que me llama continuamente, sino mis propios miedos y debilidades», confesó a este periódico. Ayer compartió su receta con el país convocándolo a una jornada de ayuno y oración a través de la Conferencia Episcopal. El pueblo le siguió, las Iglesias reabrieron sus puertas y las madres fueron al cementerio, pero hoy volverán a las calles.

Era momento de recuperar la serenidad, tras la embestida del gobierno que intensificó la represión con toda la fuerza de los paramilitares para celebrar el 39 aniversario de la revolución con una nueva victoria, esta vez no sobre Somoza sino sobre manifestantes desarmados. A ellos los llama «golpistas»; a los obispos, «satánicos». Sus turbas ya los habían zamarreado y casi linchado, propinándoles cuchilladas con arma blanca, golpes en la cabeza, tiroteando las iglesias, quemando los bancos y acusándoles de almacenar armas en templos que han convertido en hospitales de campaña. Más de uno, como la Basílica de San Sebastián de Masaya, sigue asediado por antimotines y paramilitares que esperan al padre Augusto Gutiérrez, dado a la fuga.

El reto es poner la otra mejilla, algo a lo que están dispuestos. El nuncio del Vaticano Waldemar Stanislaw acudió a la celebración de Ortega como gesto de buena voluntad, pero desde esa Plaza de la Fe Juan Pablo II tuvo que escuchar cómo el comandante les atacaba y descalificaba como mediadores del diálogo que él mismo inicio. El consenso es que Ortega sólo aprovechó ese proceso para organizar al ejército paramilitar con el que ha reprimido brutalmente los focos de insurgencia en el país, desde la universidad hasta Monimbó, el barrio indígena de Masaya que sigue bajo ocupación paramilitar desde el asalto del martes. «Tuvimos que defender la paz», dijo cínicamente Ortega.

Le acompañaban en su celebración de la victoria un buen número de embajadores que su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo se encargó de destacar por los altavoces, entre ellos el del «Reino de España», presumió ufana. Sin armas y acosado por un gobierno que cuenta con el apoyo incondicional de Cuba y Venezuela, cuyos cancilleres dieron el viernes largos discursos contra el imperialismo. Las sesiones de la Organización de Estados Americanos (OEA) se han seguido en vivo por los teléfonos móviles de todo el país, celebrando los careos de la representante argentina Paula María Bertol con el canciller nicaragüense Denis Moncada. La resolución de la OEA que el miércoles condenó enérgicamente la violencia gubernamental y e instó al gobierno a desmantelar el ejército paramilitar que ha creado fue el único triunfo moral que disfrutaron los insurgentes esta semana.

Por lo mismo, desde el estrado en el que se celebraba la victoria de Ortega sobre los sublevados se utilizó a esa ristra de embajadores como un respaldo de la comunidad internacional a su gobierno, que clama haber derrocado un golpe de estado. Fuentes diplomáticas aclararon que la acción coordinada de España con países como Alemania, Francia, México y el Vaticano, con la presencia de un representante de la OEA, tenía como objetivo mantener abiertos los canales de comunicación con un gobierno que ha consolidado su poder en estos últimos diez días y apoyar así la vía del Diálogo Nacional, por moribunda que esté.

La cacería de brujas desatada pasa también por detener a los líderes de los sectores representados en la Alianza Cívica creada para el diálogo. Entre ellos destaca la pérdida del líder del Movimiento Campesino Medardo Mairena, detenido en el aeropuerto y acusado de asesinato, y de Irlanda Jerez, comerciante del Mercado de Oriente que el miércoles fue secuestrada por paramilitares en la calle, a plena luz del día, y reapareció en los juzgados condenada expeditamente por fraude.

Por el momento, Ortega ha ganado la batalla de la represión. Sus bases, perfectamente coreografiadas con camisetas de «Puro Amor Por la Paz» y una bandera del Frente Sandinista por cada dos personas, llegaron en autobuses hasta la plaza para cantar el estribillo del último éxito sandinista: «Daniel aquí se queda, el pueblo está con él». Corridos y sobaqueados de música popular, con muchos vítores al comandante que les encargó «seguir defendiendo la paz» frente a «los ritos satánicos» de los obispos y las manifestaciones estudiantiles de «92 días de terrorismo».

El resto se replegó a sus casas, donde el mensaje del comandante entró a la fuerza por todos los canales de televisión, obligados por decreto a darlo «desde la señal original íntegra» y «sin poner ni quitar nada», advertía la carta gubernamental. Las protestas continúan, pero han bajado varios grados de intensidad y buscan formas creativas para burlar la represión. Entre lágrimas las madres armaron ramos de flores que llevaron ayer a los cementerios como símbolo de la causa democratizadora por la que murieron sus hijos –alrededor de 400 muertos en tres meses, más de 2.000 heridos y cerca de un millar de desaparecidos. El balance inicial de una sublevación a la que le queda mucho camino por recorrer.

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