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Los dos Cristos, frente a frente en la calle de la Reina.

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Los dos Cristos, frente a frente en la calle de la Reina. IVÁN ARLANDIS

Reencuentro de dos viejos amigos para empezar el Viernes Santo

El Cabanyal y el Canyamelar celebran el Encuentro de los Cristos como primer acto del día grande de la Semana Santa Marinera

Viernes, 18 de abril 2025, 09:06

Aquí no hay legañas. En este barrio, primero se acostumbraron a salir a la mar de madrugada y luego, a levantarse pronto para trabajar. Pero ningún motivo para madrugar es tan bonito en el corazón de un cabanyalero como el Encuentro de los Cristos. Porque el día grande de la Semana Santa Marinera empieza antes de que el sol corone los tejados bajos de las viejas, viejísimas casas de pescadores. Las tallas del Cristo del Salvador y del Cristo del Salvador y del Amparo se han encontrado ligeramente después de las 8 en punto a la altura del número 35 de la calle de Pintor Ferrandis. Luego, el barrio ha seguido de fiesta, porque en el pueblo de pescadores la vida y la muerte se dan la mano de una forma que cualquier profano consideraría casi pagana.

Nada más lejos de la realidad, o quizá sí, porque en el Cabanyal la Semana Santa Marinera es algo que va más allá de la liturgia. Cuando los dos Cristos se encuentran al son del himno de España tocado por bandas de cornetas y tambores, hay una gran ovación, en la que participan gente de todas las edades, como esa joven a la que empujamos sin querer buscando abrirnos camino en el gentío. El padrenuestro que sigue a la oración «por los que se sienten solos y por los que han sufrido las consecuencias de la dana» lo reza un barrio entero.

Dejemos el sol a la espalda, arrancando destellos de los apliques de plata de las cruces. Alrededor de los Cristos bulle un distrito entero, desde mujeres con la lágrimas en los ojos a hombres que, respetuosamente, buscan tocar la madera. Viernes Santo es día grande en el Cabanyal. Los bares están abiertos desde primera hora porque, como decíamos, en el barrio la fe y las ganas de vivir son, como en tantos otros sitios, la misma cosa.

«¿Ese no es el hijo de la Mila?», pregunta una mujer, y descubrimos en ese instante que la procesión es, en verdad, una reunión familiar. Aquí todos se conocen. Saben quiénes siguen a qué Cristo, qué planes tienen para el resto del día. Pero ahora son las ocho y diez y las dos tallas enfilan una engalanadísima calle de la Reina, donde flores rosas coronan decenas de árboles. No esperen orden ni concierto, porque ni esto es la Ofrenda ni esto es el centro de la ciudad. Estamos en el Cabanyal; donde todo es tumultuoso y brillante, como olas que rompen antes de llegar a la orilla.

El caos tras los Cristos es imposible de ordenar. Nadie lo busca. «Hacia atrás, dejen salir a los Cristos», gritan desde la Cofradía del Cristo del Salvador y del Amparo para que las tallas puedan procesionar. A su alrededor se ven pocas caras sorprendidas, en parte por la hora, en parte porque en el resto de Valencia la Semana Santa Marinera es el secreto mejor guardado del barrio de la playa, los teatros y los nuevos restaurantes. Los nazarenos vestidos de negro, por tanto, no provocarán tuits.

Continúa el lento paseo, que traza sombras eternas sobre el pavimento cuando el sol se abre paso por las traviesas. Tras las tallas, una sacudida de gente, donde entrar es como si una ola te diera la vuelta en el mar. Te sientes en el medio de un mundo que no es el tuyo pero que te acoge y te explica que, en un ratito, las tallas se separarán y una de ellas, el del Salvador, se va a la playa. «Es la oración por los caídos en el mar», cuenta Rocío, vecina del barrio.

Enésimo viaje al mar

A la altura de Empar Guillem la marcha gira hacia el mar. La luz blanca del sol, al fondo, aguarda. Antes, ambas tallas se despedirán. Se ponen cara a cara, dos rostros dolientes enfrentados, en sus cuerpos las marcas de la Pasión, y se dicen adiós como dos viejos amigos acostumbrados a encontrarse en sus paseos por el barrio. El retumbar constante de las bandas de cornetas y tambores marca un ritmo lento, con varias paradas para que descanse el portador de la talla o para limpiarla. En cada una de estas ocasiones, se coloca bajo el madero vertical un cojín de terciopelo rojo.

Empieza a calentar el sol cuando el Cristo del Salvador llega al mar. Se dan entonces las curiosas imágenes de la talla cruzándose con runners o ciclistas que tienen que detener su entrenamiento para que pase la marea de fieles. Pegada al mar es la última oración por aquellos caídos en el océano. Hay más lagrimas. Pero al salir de la playa, dos mujeres ríen a mandíbula batiente. «Mos tomem algo?». Diga que sí, que es Viernes Santo y estamos junto al mar.

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