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El último poeta pone en pie el Roig Arena
Sabina, el maestro de las 400 canciones, se despide en Valencia con el primero de tres conciertos de su gira final 'Hola y adiós'. ¿Se despide? «Esto es un hola y un muchas gracias», dice ante un pabellón con todo el público levantado
Joaquín Ramón Martínez luce chaqueta de lino a rayas, pantalón negro y camiseta del mismo color. Un bombín blanco bien calado. Sonríe en una de ... las noches grandes del Roig Arena. En el ¿adiós? de una leyenda. Corea las canciones «sacadas del baúl de los recuerdos». Pide ir al baño cuando el concierto va camino de la hora de duración. Disfruta de un sinfín de lemas de vida, amor, desamor, golferío, encanto y desencango de ni se sabe cuántas generaciones, de los mas de 400 temas de un cantautor, un poeta, un canalla, un vividor, un trovador y una leyenda. Y tras más de cinco décadas de carrera, Joaquín Ramón Martínez Sabina se dispone a dejar de ser Sabina para volver a ser Joaquín Ramón Martínez. Aunque él jamás podrá estar donde habita el olvido. Porque Sabina ya es eterno.
Nunca en la aún corta historia del nuevo templo de la música de Valencia se han juntado sobre el escenario tanta historia de la música, tanta poesía, tanta emoción, tanto verso cantado y tanta piel de gallina entre las más de 11.000 personas que llenaron a reventar el Roig Arena. Y jamás antes un artista (aunque el historial sea corto, ojo quién lo conseguirá de nuevo) había logrado poner en pie en pleno el pabellón.
El ¿adiós? más canalla en el Roig Arena. Con el uso de interrogantes en muchos instantes de esta crónica porque con Sabina nunca se sabe. Pero sí, siguiendo el guión, ese que tantas veces se ha saltado el irrepetible andaluz de Úbeda, el de este jueves, fiesta del Nou d'Octubre, es el primero de los tres conciertos que Sabina ofrece en Valencia. Se supone que los últimos de su carrera y el colofón de la gira 'Hola y adiós'.
¿Adiós? «Esto es un hola y un muchas gracias», dijo el maestro en su primera aparición sobre el escenario. La puerta siempre abierta de una leyenda. Para luego acordarse del día grande de esta tierra: «¡Feliz día de la Comunidad Valenciana y feliz día de los enamorados!». Un guiño para los anfitriones. Y una explosión de arte sobre el estrado del Roig.
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Arrancó el concierto con puntualidad británica a las nueve de la noche. Hasta en esto se nota que el otrora trasnochador y transgresor Sabina se hace mayor (envidia, ya quisiera yo con sus 76). Con un vídeo en la pantalla panorámica de 'El último vals' se inició un espectáculo de algo más de dos horas. Con Serrat, Calamaro, Leiva, Ricardo Darín y muchos más amigos de Sabina desfilando por la pantalla, viéndolo cantar acodado en la barra de un bar, siempre la casa de Sabina.
«Es la primera vez que hago tres conciertos en un sitio. Bueno, mentira, la segunda tras la Maestranza de Sevilla». Sabina, siempre tan imprevisible, irónico y brillantemente incorrecto. Y venga enloquecer las gargantas, las almas y los corazones de los asistentes con 'Calle Melancolia', («la segunda canción que escribí en mi vida»), 'Por el bulevar de los sueños rotos' (ay Chavela), 'Peces de ciudad', 'Una canción para la Magdalena', 'Noches de boda'... y paro porque se agota el espacio de esta crónica como se agotaron en el Roig Arena las lágrimas, los suspiros, las sonrisas y los guiños ácidos.
Sabina ha llenado en Valencia la Plaza de Toros, el Palau de la Música, el Palacio de Congresos y el Teatro Principal. Ningún coso como el Roig Arena. Y jamás una bacanal tal de emotividad, nostalgia y agradecimiento a un mito de la canción española y mundial. «Una alegría cantar con vosotros que lo hacéis tan bien y tan afinadito», bromeó con el respetable tras su segundo paso por el baño y cambio de vestuario. Con una voz ya, más que rasgada, rota y descascarillada, sin dua la razón de su ?despedida? Pero igual da: poesía para los oídos del alma. Y otro apogeo de musicalidad, tantos amores bailados en las fiestas de los pueblos y golferío romántico cuando sonó 'Y nos dieron las diez'. Con el Roig convertido en un universo de luces con las linternas de los móviles.
Tercer paso por el camerino. Y lágrimas en los ojos del de Úbeda cuando las brillantes luces del Roig destellaban entre las incesantes ovaciones del público. Y chistera tornada en sombrero de copa. Como no puede ser de otra forma en un mago de la música, la canallesca, las letras de amor y de vinagre.
«Yo no quiero 14 de febrero, ni cumpleaños feliz, yo no quiero domingos por la tarde, ni Valencia sin ti. Lo que yo quiero es que mueras por mí». Y una pareja bailando entre los pasillos del coliseo de la música de Valencia. Y una veinteañera coreando cada estribillo. Y dos señoras cabeceando con los sones rockeros de Sabina. Y 'Princesa' para cerrar un show histórico. Rock en vena. Historia en el alma. Y el Roig Arena, entero, enterito, puesto en pie bailando. Aunque se vaya, nunca lo hará. Sabina ya es eterno.
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