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Castell de Cabres, con 19 personas censadas. T. R.
Despoblación | Veinte pueblos valencianos al borde del vacío

Veinte pueblos valencianos al borde del vacío

El Gobierno y la Generalitat impulsan planes para frenar la despoblación que amenaza el interior de la Comunitat Valenciana

J. A. MARRAHÍ

Valencia

Lunes, 1 de abril 2019

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Contactar con alguien de Sempere desde Valencia no es tarea sencilla. En el pueblo más vacío de la provincia, en la Vall d'Albaida, hay censadas 35 personas. Llamamos al ayuntamiento y salta un fax. En su apartado de teléfonos de interés aparece sólo el del consistorio. El municipio tiene, exactamente, cuatro calles. Los mapas de Google únicamente muestran un negocio. Pero tampoco allí coge nadie el teléfono. No hay bar, ni banco, ni farmacia, ni horno, ni casa rural. Su población va de capa caída desde 2015 y, si nadie lo impide, tiene los días contados. Y como Sempere, hay otras 22 localidades en la Comunitat que ya se sitúan por debajo del centenar de habitantes censados.

La ministra de Política Territorial, Meritxell Batet, presentó la semana pasada la estrategia aprobada por el Consejo de Ministros para combatir la despoblación en numerosos municipios de España e intentar fijar a los residentes. Las directrices se centran en el envejecimiento y los efectos de la población flotante y recogen más de 80 medidas de todos los ministerios.

Los objetivos marcados son garantizar la plena conectividad territorial, asegurar los servicios básicos e incorporar el impacto y la perspectiva geográfica en la elaboración de leyes, planes y programas de inversión. Todo para intentar convertir todos los territorios, sin exclusiones, en escenarios de oportunidades. No sólo las grandes ciudades.

Castell de Cabres, Sempere y Palanques son los tres municipios más despoblados de la región

Pretenden favorecer el asentamiento y la fijación de la población en el medio rural o afrontar los desequilibrios de la pirámide de la población. También coordinar las acciones referidas a personas mayores, la atención a la dependencia en todo el territorio o apoyar la puesta en marcha de proyectos de desarrollo socioeconómico para jóvenes que garanticen el relevo intergeneracional en los pueblos pequeños.

Esa es la buena voluntad en el fin de la legislatura. Pero, ¿cuál es la realidad? Según datos recientes del Instituto Nacional de Estadística (INE) en España hay cifras que invitan a la preocupación. Los pueblos se vacían. Más del 80% de los municipios de 14 provincias de nuestro país están en riesgo de extinguirse. Y este es el motivo por el que tomaron Madrid organizaciones y plataformas de la España rural en la denominada'Revuelta de la España vaciada' en la Plaza de Colón.

Mientras, en la fase terminal de la despoblación en la Comunitat Valenciana nos encontramos 23 pueblos cuyo número de habitantes ya se cuenta con dos dígitos. Están por debajo de los 100, según sus últimos censos de población. En la provincia de Valencia hay tres. Sempere languidece con 35 habitantes, Puebla de San Miguel, en el Rincón de Ademuz, tiene 61, y en Carrícola habitan 93 personas.

En la provincia de Alicante los pueblos más vacíos son Tollos, con 53 lugareños, Famorca, con 53, Benimassot, donde viven 96, y Benillup, con 94 residentes. Sin embargo, es la provincia de Castellón la que más municipios tiene en la UCI demográfica. Algunos tienen ya menos población que una finca en una ciudad. Destaca el caso de Castell de Cabres, el municipio menos habitado de la Comunitat con 19 residentes. Otros al borde de la extinción son Herbés, Palanques o Villores.

Francisco Juárez es portavoz de Teruel Existe, organización que abanderó la protesta del pasado domingo en Madrid. «El interior de Castellón o el Rincón de Ademuz están casi tan despoblados como Teruel». Desde su punto de vista, «parte del problema se debe a que la Comunitat está concebida desde la perspectiva de un corredor próximo al litoral y no ha fijado nunca su atención en las conexiones transversales del interior de la península». Faltan, opina, «mejores ejes de comunicación con el interior, y eso ha incidido mucho en el éxodo rural».

Mejores comunicaciones

Juárez trae a colación el ejemplo de la N-232. «¡Si es que han tardado 25 años en hacer 14 kilómetros!», se enfada. «Hay prometida una autovía desde 2010, pero no llega. «Y otra carretera necesaria es un enlace entre Cuenca y Teruel. Descongestionaría la A-3 y facilitaría la conexión con Castellón. Desde su experiencia, «el aislamiento y las malas comunicaciones son la principal causa de despoblación».

Pero hay otras muchas. Mejorar conexiones a internet, mantener colegios y guarderías, instalar cajeros automáticos, acercar equipos sanitarios y estudios universitarios o auxiliar a los mayores en sus desplazamientos son las asignaturas pendientes en la complicada batalla. Y, naturalmente, el empleo.

Los intentos por frenar el éxodo a las ciudades y dotar a los pueblos de mejores servicios llegan también desde el gobierno de la Generalitat. Hace sólo una semana, el Pleno del Consell aprobó el decreto ley que fija medidas contra la despoblación y para el rescate de municipios con dificultades financieras. Se trata de un plan al que la Generalitat quiere destinar 240 millones de euros hasta 2023.

La Generalitat considera «urgente» la aplicación de las medidas. Entre otras cosas, contempla la posibilidad de que estas localidades 'ahogadas' puedan traspasar suelo o activos a la Generalitat. Además, en el marco de los Planes Extraordinarios de Saneamiento, podrá autorizarse nuevo endeudamiento. También se incluye la financiación del gasto de entidades locales con dificultades para prestar servicios públicos, así como cofinanciar la carga financiera de pueblos con un nivel de deuda superior al 110% de sus ingresos corrientes liquidados.

Otras soluciones para evitar que nuestros pueblos se apaguen son ayudas al empleo agrario. El Gobierno va a destinar este año algo más de 8 millones de euros para intentar salvar el oficio de cultivar en 156 municipios de la región.

Vicente Pla, Benisuera

«Si al final cierra el cole aquí se acaba ya todo»

Vicente Pla tiene 64 años y nació en Benisuera, una población de menos de 200 habitantes en la Vall d'Albaida. Está justo al lado de Sempere, el pueblo más vacío de la provincia de Valencia. Hijo de agricultores, su memoria viaja a los días de su infancia. «Cuando yo iba al colegio público éramos 30 niños. El centro aún se mantiene pero ya quedan sólo cinco o seis chiquillos», lamenta. «Si al final cierra aquí se acabará ya todo».

Cuando Vicente terminó los estudios siguió el oficio de sus padres: el campo. «Me dedique a los cultivos, al comercio de la fruta... Pero la agricultura se va al traste en todas partes y al final me tuve que emplear en una depuradora», rememora.

El residente de Benisuera se casó con María Pilar, originaria de Benifaió, y hoy siguen viviendo juntos en el pequeño pueblo valenciano. Son padres de dos hijos de 34 y 28 años. En su caso, el relevo generacional no ha empujado a los suyos a la gran ciudad. «Ambos han encontrado empleo por nuestra zona. Los tenemos cerca. El más joven hasta vive en el pueblo. El mayor, en Ontinyent», celebra.

Para Vicente Pla, lo más complicado de la vida en un pueblo tan pequeño son las comunicaciones. «Desde luego, para la gente mayor son malas. Los más ancianos están abandonados, ya sea para el tema sanitario o por las compras. Un auxilio a sus desplazamientos sería mi principal petición».

Según describe, en que en Benisuera «cada vez desaparecen más tiendas. El pan viene de fuera. Tienda de comestibles ya no hay. Sólo un bar. Tenemos farmacia y viene el médico tres veces por semana a un centro de visitas».

Otro problema llega con las urgencias médicas. «En ese caso hay que recorrer siete kilómetros para ir a l'Olleria». En Benisuera no existe una tienda de artículos para el hogar o una ferretería. «De eso, cero», resume el lugareño. «Tampoco hay Policía Local y el cuartel más cercano es el de la Guardia Civil de l' Olleria».

En cambio, «llega internet, flojo, porque a veces se cuelga, pero llega». El policía local más cercano es el solitario agente de Alfarrasí, «pero tampoco está las 24 horas». El banco lo tienen a un kilómetro y medio, en Alfarrasí.

¿Qué está en juego? «La tranquilidad, la paz, escuchar pájaros en lugar de motores... Y la cercanía humana. Envidias hay en todos los pueblos pero aquí nos saludamos todos. Hay armonía. Si tengo nietos, espero que el pueblo no haya muerto. Me llenaría de tristeza».

«Famorca morirá cuando fallezcan nuestros mayores»

En Famorca habitan 53 personas. Una es María José Vidal, jubilada de 65 años que se estableció allí tras una enfermedad de su esposo y ahora no se marcharía «por nada del mundo». Sus dos hijos ya han volado. «Uno ingeniero en Barcelona, otro profesor en Dénia», detalla. Entre las desventajas cita el centro de salud «a 20 kilómetros», en Benilloba. «Allí estudia el único niño que tenemos en el pueblo, de seis años». Tienen el banco a 8 kilómetros y los inviernos son duros. «Recuerdo estar a nueve bajo cero». Sin embargo, la vecina asegura que lo esencial «llega sin problemas y aquí hay paz, respeto y colaboración entre la gente». Es consciente de la herida de la despoblación y urge «trabajo» como remedio. De lo contrario «Famorca morirá cuando fallezcan nuestros mayores».

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