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Despoblación en la Comunitat Valenciana | Los pueblos valencianos se vacían

LOS PUEBLOS VALENCIANOS SE VACÍAN

Abandono del interior ·

Millares y Vallanca han perdido la mitad de habitantes en dos décadas. Es la punta del iceberg de la despoblación; uno de cada tres municipios valencianos la sufren

Arturo Checa

Valencia

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Martes, 30 de octubre 2018

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«Viviiiiii!» Y otra vez. «Viviiiiiii». Los gritos de Amparo Carbó llamando a Viviana Galdón es lo único que se escucha a mediodía de una jornada entre semana en las intrincadas callejuelas que suben al casco antiguo de Millares. Ni el maullido de un gato, ni el motor de un vehículo ni la voz de otros vecinos eclipsan la llamada a Vivi. Ella y Amparo tienen trabajo durante tres meses, cuatro horas al día, como parte de una brigada de limpieza instaurada por el Ayuntamiento, uno de los proyectos de empleo local. En el puesto se irán turnando luego otros desempleados. «Ahí no llames, que hace años que no hay nadie», añade Amparo cuando este reportero hace ademán de tocar al timbre de la puerta de una casa en cuya terracita de acceso han quedado polvorientos y olvidados un tresillo, una mesita y un tendedero. Todo un bodegón del abandono.

La estampa pone negro sobre blanco las cifras del Instituto Nacional de Estadística. Millares tiene 349 habitantes, según su último padrón (2017). En dos décadas ha perdido la mitad de su población (-48,4%), frente a los 676 residentes censados en 1998. Sólo Vallanca, en el extremo más septentrional de la Comunitat, en un rincón del Rincón de Ademuz, ha sufrido más éxodo poblacional (-49,2%). «Aquí hemos llegado a ser 1.000 vecinos», subraya Mª Carmen Pérez, la única carnicera del municipio. Recuerda tiempos pasados detrás de un mostrador vacío en el que apenas lucen unos huesos para cocido y un pedazo de butifarra negra deliciosa (la da a probar). «Aquí estoy aprovechando para limpiar, porque faena hasta el jueves no hay, de cara al fin de semana». Su marido es otro empleado de las brigadas municipales. Ella es la tercera generación al frente de un negocio con medio siglo de tradición. La carnicera repasa cómo la soga al cuello del municipio la puso el cierre de fábricas y empresas de construcción que se fueron al garete con la crisis. «Pero lo que más se nota y apaga el pueblo es la falta de niños...», lamenta Mª Carmen.

«Dejé Benidorm por agobio; por la noche, cuando miro las estrellas, flipo»

Jordi Cervera | Panadero

Cuatro niños. Tres a las puertas del colegio y uno que corretea con sus abuelos junto al mercado ambulante (dos puestos) que se alza al lado de la calle Bajada a la balsa. Es todo el rastro de infancia descubierto en una mañana en Millares. Y eso que la población infantil se ha disparado en el último año. El curso anterior había dos alumnos. Este, siete. Cinco familias han llegado al pueblo al calor de la oferta municipal. Su Ayuntamiento ofreció 1.200 euros por niño escolarizado o familia con bebé (100 al mes). «Son bonos de 10 euros para gastar en los comercios del pueblo», subraya orgulloso de su idea y sobre todo de sus vecinos Ricardo Pérez, alcalde de Millares. Comercios que son tres: la carnicería de Carmen, un horno y una tienda de comestibles.

«La despoblación es un grave problema que afecta a todos los municipios del interior», lamenta el primer edil, molesto porque se transmita una imagen de Millares como un lugar muerto. «Somos un pueblo con mucha vida», enfatiza Ricardo Pérez. «Hay fuentes por todos lados, un embutido delicioso, aire puro y gente de primera», enumera Amparo Carbó, mientras barre en el suelo unos matojos que nada tienen que envidiar a los de las desérticas películas del Oeste. Las cifras del INE constatan el extensible problema del despoblamiento en Valencia. Y que este es un drama que se da no sólo en localidades del interior, sino que el éxodo empieza notarse también ya en enclaves más cercanos a la costa del sur de la provincia. Un total de 68 pueblos han visto caer su censo en las dos últimas décadas, una realidad que se da ya casi en uno de cada tres de los 266 municipios de Valencia.

«Lo que no hizo la 'pantanà' nos los hace la falta de trabajo»

La Ribera es una comarca que explica la nueva despoblación: municipios no tan rurales ni de interior extremo pierden casi una cuarta parte de habitantes. Sellent, Sumacàrcer, Antella... Aquí vive Vicenta. A sus 71 años va con su carro de la compra a una de las pocas tiendas con productos básicos. Para compras más grandes tiene que ir a Càrcer o Alberic. Les quitan hasta los bancos. De tres, queda uno. «Lo que no nos hizo la pantanà del 82 lo hace la falta de trabajo. Nuestro pueblo se está perdiendo». A Antonio de la Torre, vecino de Antella de 70 años y más de 5o viviendo en L'Assut, le puede la nostalgia al recordar tiempos pasados. Tenían cines de verano e invierno, 12 bares, carnicerías, panaderías… «hasta discoteca». El cierre de empresas ha cercenado la juventud. Hace un año desapareció la última, de galletas. «Si te dieras una vuelta no verías a nadie del pueblo pasando el día, es una pena».

Mejor Sanidad y accesos

«Sí, sí, mucho dar dinero y facilidades a los que vienen al pueblo, pero los que estamos aquí en el paro, ¿qué?», se pregunta un vecino cerca del hogar del jubilado de Millares. «Mejor no pongas mi nombre, que aquí nos conocemos todos, claro...», comenta mientras se aleja riendo con sorna. El alcalde Pérez recuerda como respuesta la bolsa de trabajo de limpieza y mantenimiento de caminos, así como el proyecto de convocar una línea de ayudas para fomentar el autoempleo. Enumera los golpes históricos que ha ido padeciendo el municipio: «La despoblación de Millares no es un problema reciente... Todo empezó con el cierre de la fábrica textil en 1992, luego con el fracaso del negocio de la cunicultura, con el cese en el negocio de la fábrica de géneros de punto en 2007, con la desaparición con la crisis de las empresas de construcción...». Y lanza recados hacia los 'culpables': necesitamos que las Administraciones nos faciliten servicios primordiales como la Sanidad y la Educación, y que tengamos unos accesos (la carretera CV-580, tramo Millares a Dos Aguas) que garanticen total seguridad y protección a quienes transitan por la misma, dado su riesgo de desprendimientos». Conducir hasta el pueblo sirve para ver la calzada plagada de pequeñas piedras caídas (algunas más que pequeñas) y tres corzos trepando por una agreste y empinada pared.

Mª Carmen Pérez.
Mª Carmen Pérez. Jesús Signes

«Aquí hemos llegado a ser 1.000 vecinos»

Mª Carmen Pérez | Carnicera

Desde el Consell se anunció hace justo un año un plan para luchar contra el «invierno demográfico» que sufre la Comunitat, con medidas para paliar el cierre de colegios o brigadas especiales para atender emergencias. Esta semana se concretó una inversión de tres millones de euros en 143 municipios (entre ellos Millares). Pero el 'invierno demográfico' sigue siendo cruento.

Aunque el frío no se nota en el Horno Filiberto. El obrador está caldeado después de que Jordi Cervera haya horneado tortas de gazpacho. Filiberto Galdón las palpa con manos recias tras tres décadas amasando. «De lujo, para ser las primeras que haces...». Jordi es uno de los recién llegados al enclave de la Canal de Navarrés. «Hoy hace junto un mes». Su historia resume todos los ingredientes de cómo combatir la despoblación. La masa madre de la receta contra el éxodo rural la tiene Filiberto. Trabajo y juventud. A sus 69 años se iba a jubilar y puso un anuncio en internet. Se ofrece horno y casa. «Vinieron más de 20 personas a hacer la entrevista». Los veteranos ojos de Filiberto quedaron prendados con Jordi, el encargado desde ahora (junto a su pareja) de que Millares tenga pan diario. Dos años en Benidorm acabaron con su paciencia. «Me agobié y me lancé a esta aventura. Ahora, cada vez que salgo por la noche y miro las estrellas, flipo».

Loli, Carmen, Mª Carmen, Carmen y Lola | Amas de casa. Jesús Signes

El plurilingüismo imposible: un maestro con dos lenguas

Cristina Chávez y Carmen Sáez | Familias con hijos. Jesús Signes

He aquí el galimatías. En el colegio de Millares, un sólo profesor y un director (que a la vez hace de maestro) se apañan para dar clase a los siete niños. No son muchos, pero el embrollo llega al ser cuatro de Primaria y tres de Infantil. Y no hay docente del primer nivel. «Llevamos un par de meses sin profesor de Infantil. Dicen que ya llega, pero de momento, nada...», critican Cristina Chávez y Carmen Sáez, madre y abuela de escolares. El de Millares es un CRA, Centro Rural Agrupado, y el director hace equilibrios para repartir medios y docentes con Dos Aguas y Cortes de Pallás. El colmo del absurdo llega en Millares con el plurilingüismo, cuando el único profesor tiene que dar una asignatura a niños que comparten, pero unos con línea en valenciano y otros en castellano. El surrealismo hecho aula.

En el hogar del jubilado, Loli, Carmen, Mª Carmen, Carmen y Lola demuestran la querencia por los nombres tradicionales en Millares y el corazón de la tercera edad. «El Ayuntamiento se está moviendo mucho para que la gente venga al pueblo», subraya Loli. Ellas, de paradas, nada. La misma Loli subraya cómo quedan todos los días a tomar café o la afluencia de 'domingueros' los fines de semana, Carmen recuerda sus paseos de cada tarde «hasta el nacimiento de las fuentes» y Loli otra vez (se nota que presidió la Asociación de Amas de Casa) subraya cómo pasea a menudo «hasta mi noguera, que da nueces de las de verdad, no de esas que vende». Ah, y Mª Carmen no se olvida de su cita diaria con la 'novela', en esta ocasión la serie de TVE 'Acacias38', «que ahora sale un cura que está más bueno que el pan blanco», añade provocando la risotada de la mesa entera.

Amparo y Viviana.
Amparo y Viviana. Jesús Signes

«En los 80 teníamos cuartel de la Guardia Civil, cine y hasta discoteca»

Amparo Carbó y Viviana Galdón | Limpiadoras municipales

Desde la Universitat de València, el sociólogo y antropólogo social Carles Simó da algunas claves para luchar contra la despoblación. Claro que el principal problema es la falta de trabajo, pero «sólo con la creación de empleo no se conseguirá frenar la emigración de los pueblos a las grandes ciudades». Simó habla de mejorar «el acceso a servicios, cultura y a otro tipo de recursos y bienes sociales. Como muestran las estadísticas, el peso de estos factores acaba por inclinar la balanza y hacer más atractiva la vida en la ciudad». El experto de la Universitat subraya cómo en otros países «la apuesta por mantener las poblaciones rurales en el territorio está siendo muy valiente, con recursos a la hora de mantener escuelas, facilitar la formación en actividades de desarrollo humano, social y económico, mejorar el acceso a urgencias médicas (pequeños helipuertos pueden hacer las veces) o la provisión de fibra óptica». Al fin y al cabo, 'fer poble'.

Castellón

La maldición de los municipios del centro, la que sigue tan candente en Valencia, no se detiene tampoco en Castellón. Los municipios de Villamalur, Herbés y Sacanyet son los que más han visto descender su población en la última década, con porcentajes que se acercan al 50%. La mitad de sus vecinos han abandonado la población. Se trata de una situación bastante recurrente en el interior de la provincia, y especialmente grave en las comarcas de Les Ports, Alt Maestrat y Alcalatén. Aunque la pérdida de vecinos no es un problema único de pequeños municipios. «También hay ciudades que han perdido población. Las tres capitales de provincia han caído en residentes de 2008 a 2017, además de Orihuela, Gandia, Benidorm, Dénia, Alcoi, Torrevieja, Ontinyent, Elda, Xirivella», explica Carles SImó, sociólogo y antropólogo social de la Universitat de València.

Alicante

La provincia alicantina sí presenta una peculiaridad. Los municipios que más vecinos han perdido no son los del interior. Son las comarcas de El Comtat y el oeste de La Marina Alta las que se han visto más afectadas. Además, dicha caída de residentes presenta valores más moderados que en el resto de la Comunitat, ya que el descenso sólo supera el 40% en una de sus localidades, Quatretondeta (41,1%). Le siguen Alcoleja, con un descenso del 33,7% y La Vall d'Ebo, con un -30,3%. Quizás aquí se haga presente esa otra realidad que describe el antropólogo Carles Simó: «Existe un movimiento minoritario protagonizado por parejas y familias jóvenes que dan un vuelco a sus vidas emigrando de las ciudades a pueblos pequeños. Que yo sepa no disponemos de datos sobre la magnitud de estos movimientos. A pesar de ser muy minoritarios, estos movimientos aportan cambios substanciales en las entidades municipales de menor tamaño poblacional. Es así de contundente: la llegada de una familia con niños puede significar que se reabra una escuela, por poner un ejemplo».

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