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Política en zapatillas

Voz en off ·

MARÍA RUIZ

Viernes, 11 de octubre 2019, 09:31

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Los ciudadanos nos sentimos atraídos por todo eso que rodea a los políticos que trasciende su quehacer diario. Nos encanta saber que Pablo Casado ha almorzado en una terraza de la plaza de la Reina con Isabel Bonig y nos gustaría más saber de qué han hablado con pelos y señales, más allá de lo que puedan contarnos sobre estrategias electorales y demás formalismos.

Nos gusta saber que Pablo Iglesias y Albert Rivera son capaces de sentarse y conversar en el bar del Congreso, lejos de encuentros pactados ante unas cámaras que han de mostrarles malhumorados y enfrentados.

Nos encantó ver llegar a Rajoy al Registro de la Propiedad de Santa Pola en su primer día. Y saber de qué había charlado con sus compañeros y con los propietarios del restaurante donde fue más tarde a comer. Y seguro que tuvo muchas más visitas en Youtube que cualquier entrevista aquella otra en 'Tiempo de Juego' donde el de Pontevedra le largó un pescozón a su hijo por soltar con la mayor naturalidad en antena, como hacen todos los niños, que le parecían «bastante mejorables, por no decir que son una basura» los comentarios de Manolo Lama en el Fifa de ese año.

Y nos llenó de insana curiosidad ver a Pedro Sánchez, cuando recorría España en coche poco antes de aquel congreso federal de infarto, junto a Ábalos (que entonces no era casi nadie), sentados en la calle de un pueblo valenciano junto a un alcalde 'de los suyos' y hablando como si nada, pero con cara de estar planeando cómo hacerse con el control del Trono de Hierro.

Nos gusta todo eso. Y que si mienten, no se note. Y si son pillados, que pidan disculpas. Pero parece que se lleva más el 'nomeimportismo'. Y elevar a la quintaesencia el sofismo de ser mercenarios, no ya del saber, sino de alardear de ello.

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