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Por su situación geográfica, enclavado en medio del monte y alejado de cualquier ciudad, el hospital Doctor Moliner parece un centro olvidado, aparcado lejos ... de la realidad. Detenido en el tiempo. El edificio de Porta Coeli, en Serra, lleva años pidiendo a gritos una reforma por los graves daños estructurales que tiene, en una construcción de cien años de antigüedad. Los familiares de los pacientes, todos crónicos y de larga estancia, critican el mal estado de muchas instalaciones, y ahora Sanidad ha decidido entrar de lleno en el asunto con una reforma total que obligará ya este verano a cerrarlo cinco años y trasladar a los enfermos.
Una decisión que ha encendido la polémica, porque va a implicar el traslado de los pacientes a otros centros, donde tendrán que compartir habitaciones, y la inseguridad de si habrá camas suficientes. Desde el 16 de abril ya no se admiten nuevos ingresos y en junio 30 camas se llevarán al hospital Padre Jofré, donde se tendrán que duplicar las habitaciones para albergar a otros tantos enfermos. Y entre tanto, los familiares critican que se están dando altas «con mucha ligereza» para rebajar el número de salas ocupadas, mientras que la dirección ha comunicado a los trabajadores que van a potenciar la hospitalización domiciliaria. Es decir, mandar a los enfermos a casa. Al menos a los que no necesiten atención continua.
Ninguno de los gobiernos autonómicos anteriores había acometido reformas importantes. «Han parcheado muchas cosas», dice un trabajador, en referencia a pequeños arreglos en terrazas, sistema de tuberías o azulejos que se caen. Ni siquiera cuando en 2019 unos informes técnicos avisaban de que la estructura estaba obsoleta. Pero el Botánico también aparcó el problema. Ahora ya no ha habido más opción y Sanidad ha disparado el presupuesto. De la idea inicial, de 16 millones y un cierre parcial, se ha pasado de golpe a 65 millones de euros y un cierre total durante cinco años para una reforma integral. «Queríamos la reforma, pero el cierre total nos ha pillado a todos a contrapié», señalan en el sindicato del centro. Prácticamente sólo quedará la fachada, al ser patrimonio. Lo demás será nuevo.
En los últimos años las deficiencias saltaban a la vista, como explica el representante sindical de CSIF, con continuos problemas. «Lleva mucho tiempo sin tener un mantenimiento correcto, se está notando mucho ya», cuenta. Últimamente los episodios se han ido sucediendo. Con peligrosas caídas de cascotes, como la de un trozo de la cubierta, que por sólo unos segundos no impactó en un celador que estaba en la zona exterior. De hecho, el tejado está cubierto con una red para evitar que vuelvan a caer trozos al suelo.
También el derrumbe del falso techo de la cocina, que no causó heridos pero sí daños materiales. O el desprendimiento del techo, que cayó desde el quinto piso hasta el suelo por el hueco de una de las escaleras de entrada, justo hasta donde se encuentra la estatua del busto del doctor Moliner, que da nombre al hospital. Y también ha habido problemas en el sótano, el sistema de aguas y tuberías se ha estropeado varias veces, y con frecuencia se caen los azulejos. «Es un cúmulo de desatención por parte de las distintas Administraciones en todos estos años», añade el miembro de este sindicato.
El hospital fue fundado en 1899 por el doctor Francisco Moliner, catedrático de Patología y Clínica Médica de la Universidad de Valencia, y nació como una institución de beneficencia, especializada en el tratamiento de enfermedades respiratorias, en las dependencias de la antigua Cartuja, a unos dos kilómetros del lugar actual. El edificio que ahora van a reformar se construyó en la década de 1930 para enfermos de tuberculosis e infecciosos, y a partir de 1988 se integró en la red pública valenciana como hospital de asistencia a pacientes crónicos de media y larga estancia. Atienden a enfermos que necesiten rehabilitación tras problemas como ictus, accidentes, así como pacientes paliativos y oncológicos.
Por su tranquilo patio de entrada pasean diariamente los enfermos y sus familiares. Pero no hay más que dar una mirada desde ahí al edificio. La pared está desconchada en toda la fachada, donde además durante estos meses anteriores han estado haciendo obras que ya causaban ruido y molestias a los pacientes. Por ello no dejaron salir a los enfermos ni a los acompañantes a las terrazas que tienen las habitaciones, ante el peligro de que pudiera caer algún objeto de la obra. «No pensábamos que iba a necesitar un cierre total. Nos decían que no había ningún riesgo para la seguridad y por eso lo harían por fases y ahora han visto la estructura más dañada y deciden cerrar porque la reforma es de gran envergadura», dice el representante de los trabajadores.
En el interior el aspecto también es de decadencia, de centro que necesita urgentemente una reforma, sobre todo las salas de espera y los pasillos. Aunque los familiares dicen que las habitaciones están mejor cuidadas. «Es viejo, pero por dentro, salvo las zonas más antiguas, está restaurado, parece una residencia. Y es uno de los mejores hospitales de rehabilitación», señala Marisa, cuidadora de Carlos. Ellos, como el resto de pacientes, están preocupados por dónde los van a trasladar.
La previsión es que en julio queden en el Moliner alrededor de un centenar de pacientes, quizá menos. De ellos, 30 irán al Padre Jofré, a compartir habitación con otros enfermos. Otros 78 tendrán una cama en el reformado hospital Militar de Mislata, que abrirá a partir de agosto o septiembre, y de forma puntual en agosto también se habilitará el Arnau de Vilanova si aún no está listo Mislata. E incluso está disponible La Magdalena de Castellón, un centro de crónicos que ofrece 27 camas si fuera necesario. El traslado se hará con ambulancias, de forma individualizada para cada enfermo, en un trayecto largo, al estar tan apartado el hospital, que puede llevar en torno a una hora o más.
Paradójicamente, ahora que el centro está a punto de cerrar por cinco años, se ha solucionado una de las principales quejas de los familiares y pacientes. Se trata del transporte. Hasta ahora era una odisea llegar, había que ir hasta la estación de metro de Bétera y allí coger un taxi hasta el Moliner o esperar un autobús que podía poner el centro con muy poca regularidad. Pero esta pasada semana ha comenzado el servicio de un autobús de línea regular, de color amarillo, de la línea 135 B. Tiene una frecuencia de siete llegadas diarias al propio recinto del Moliner, salvo festivos y fines de semana, y permite facilitar los viajes a las familias.
Por su parte, en el hospital Padre Jofré hay malestar, porque ahora todas las habitaciones son individuales y con el cierre del Moliner, se van hacer dobles 30 de ellas, al trasladar otros tantos enfermos. Uno de los pacientes ha enviado una carta al Servicio de Atención e Información al Paciente de Sanidad, mostrando sus quejas. «Es un despropósito que doblen las camas ahora, por falta de espacio y por atentar contra el derecho a la intimidad y privacidad del paciente», señala el paciente en su nota, sin querer desvelar su identidad. «La convivencia forzosa que se quiere imponer es contraproducente con el bienestar y salud de los pacientes y la recuperación y puede causar infecciones cruzadas», añade en la carta.
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