«No tengo piso ni ayuda pública»
Nabeel Mushtag, un refugiado paquistaní al que intentaron matar por ser cristiano, su mujer y su niña de 16 meses subsisten con los 800 euros que recibe de la ONG CEAR, sin que Consell ni Ayuntamiento les hayan dado asistencia
ARTURO CHECA
Miércoles, 8 de febrero 2017, 20:51
Nabeel Mushtag aún cierra los ojos y aprieta los puños cuando recuerda la horda de personas, armados con «palos y barras», que rodearon aquel día de 2014 su casa de Sialkot. En el profundo y musulmán Pakistán «no aceptan que uno sea cristiano. Si me llego a quedar allí, hoy estaría muerto». Las joyas de la familia y los ahorros que le prestaron sus padres y hermano fueron lo que le salvaron la vida. O más bien 10.00 euros. Ese fue el dinero que tuvo que reunir para lograr «un pasaporte a nombre de otro» y un billete de avión con el que salir del país. Por aire llegó hasta Doha. Luego a Barcelona. Para acabar en Valencia, la ciudad que hoy se proclama «refugio» de asilados y con un Consell que proclama a los cuatro vientos el símbolo de fletar un barco con un más de un millar de refugiados rumbo a la Comunitat. Pero lo cierto es que Nabeel simboliza la realidad frente a un eslogan. «No me han dado piso ni ayuda pública. La solicité al Consell, en un Prop, pero no me la dieron. No sé si me la rechazaron o qué», lamenta en un precario español pese a sus dos años y medio en nuestra tierra.
El auxilio de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado es lo único que mantiene a flote a Nabeel (29 años), a su mujer Gulshan Gloria Safdar (32) y a su pequeña de 16 meses Keziah. La familia recibe «885 euros» (Nabeel no se olvida ni de un céntimo) de CEAR, una ONG que vive fundamentalmente de las subvenciones del Gobierno central. No logra encontrar un trabajo. Su esposa saca «algo para ir tirando» y pagar un humilde piso de alquiler en Nou Moles, con el patio lleno de cubos con los que recoger las goteras de un techo completamente enmohecido por la humedad.
«Cuando llegas y te acogen, todo muy bien. Luego todo se vuelve muy duro». Gulshan Gloria se lamenta mientras escucha a su marido y acaricia el rizado pelo de su pequeña Keziah en un comedor casi vacío de muebles. Con la estancia en penumbra para rascar unos céntimos a la factura de la luz. Ella también tuvo que salir huyendo de su Pakistán natal por su condición de cristiana. Llegó en 2008, con un título de Trabajo Social bajo el brazo. «Lo homologué, aquí es valido», subraya la joven. Lo completó con un postgrado en Inmigración, Integración y Derecho de la Universitat de València. Lo adornó incluso con un máster en Proyectos Internacionales impartido desde EE UU. «Nada, ni un sólo día he trabajado de lo mío», subraya entristecida la paquistaní.
Sin trabajo
Nabeel no pasó por el tradicional Centro de Refugiados, el primer destino de los asilados recién llegados a la Comunitat. Un paraíso de estabilidad, con techo y subsidio, que se mantiene sólo durante seis meses. Luego, a la selva de la vida. El asilado de Nou Moles empezó viviendo en casa de un amigo. Se ganó los primeros sueldos «fregando platos para chinos, en restaurantes, pero cuando llegaba el año y tocaba hacerme fijo, me tiraban a la calle». Hoy es incapaz de encontrar trabajo como profesor de inglés. «Tengo un título internacional, aquí está convalidado y es válido, pero imposible», retrata.
La lucha contra la burocracia de títulos y homologación de documentos laborales es uno de los muros que señalan desde CEAR y otras ongs en el camino de los refugiados a su llegada a España. Los voluntarios y responsables de las asociaciones lamentan que ni el Ministerio ni la Unión Europa hacen un esfuerzo por alcanzar el camino de las titulaciones conjuntas, como manera de permitir la búsqueda de trabajo en el extranjero a los asilados.
Una de las sedes de CEAR en el barrio de L'Olivereta es un reguero constante de refugiados en busca de ayuda. «Hoy habrá pasado por aquí un centenar de personas», señala uno de los empleados de la Comisión de Ayuda. En un rincón, puzzles y otros juegos infantiles, la prueba más evidente de las muchas familias que llegan al local. 'Si Einstein hubiera sido africano, hoy nada sería relativo' o 'Todo el mundo sonríe en el mismo idioma' son dos de los lemas que adornan las paredes y que buscan labrar un sistema más justo con la inmigración.
En la tumba o en la cárcel
Pero por mucho que tiene que pelear Nabeel y el poco apoyo que recibe de la administración autonómica o local, el inmigrante paquistaní es consciente de una realidad que repite: «Viviendo aquí he ganado la vida, porque allí yo creo que ya estaría muerto». No olvida que le era imposible acudir a la policía en busca de ayuda. «Ellos están con los musulmanes y odian también a los cristianos, hubiera acabado en la cárcel», recuerda.